«Doctor, toda la comida me sienta mal»: cuando el intestino no funciona como debería

ENFERMEDADES

Los trastornos funcionales digestivos se definen por la falta de una explicación estructural o bioquímica
13 may 2025 . Actualizado a las 14:42 h.Hinchazón, sensación de plenitud, dolor abdominal, digestiones pesadas y muy largas, flatulencias, eructos, diarrea o estreñimiento. Síntomas que Alma Palau, gerente del Consejo General de colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionistas, ve con frecuencia en consulta, y que el paciente suele describir con un claro «todo me sienta mal».
Una que la doctora Susana Jiménez, experta de la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD) y Facultativa Especialista en Aparato Digestivo del Hospital Universitario Virgen de la Victoria (Málaga), también atiende con asiduidad. «La explicación que les suelo dar a los pacientes es que el problema no está en la comida, sino en el tubo digestivo», apunta la experta, que añade: «Cuando todo lo que comemos nos sienta mal no tenemos una intolerancia, porque no se puede tener hacia toda la comida».
Las personas que piden ayuda lo hacen, muchas veces, desesperadas. Después de pasar por restricciones, donde cada alimento que parecía provocar un daño se elimina. Así, hasta solo abrir el abanico «a tres alimentos contados», que muchas veces limita la calidad de vida e, incluso, el aporte de nutrientes.
«Aunque se piense que sí, quitando muchísimos alimentos no solucionamos nada. Es cierto que hay cosas típicas que suelen sentar peor, como las comidas muy especiadas, las ingestas muy copiosas o altas en grasa, pero una dieta muy restrictiva no es la solución», reconoce la especialista de la FEAD.
Los trastornos digestivos funcionales
Un abanico de síntomas que, «después de descartar el diagnóstico clínico de una enfermedad digestiva como la enfermedad de Crohn o la inflamatoria intestinal», aclara Palau, suelen poder explicarse por lo que se conoce como un trastorno digestivo funcional (TDF).
Esta condición puede afectar a cualquier parte del tubo gástrico de forma crónica y recurrente. La Sociedad Española de Medicina de Atención Primaria (Semergen) estima que su prevalencia en sus consultas se sitúa en torno a un 25 %. Este conjunto de trastornos no están causados por anomalías estructurales o bioquímicas; solo se pueden diagnosticar mediante síntomas que los identifiquen, ya que carecen de marcadores biológicos objetivos. El problema, por así decirlo, reside en que no funciona correctamente. «Son afecciones del eje intestino- cerebro asociados a la función del sistema digestivo, por ejemplo, la absorción de nutrientes», resume la dietista nutricionista.
Este tipo de trastornos pueden ocurrir en la parte alta o inferior del tubo digestivo. «Una dispepsia funcional da síntomas como el dolor en la parte alta o del abdomen central, que es lo que la gente describe como la zona del estómago», ejemplifica la doctora. Los trastornos del tubo digestivo alto también pueden provocar náuseas, pesadez después de las comidas o distensión.
Por otra parte, el síndrome del intestino irritable (SII) es el ejemplo más frecuente «de la afectación funcional del trastorno digestivo inferior». En este sentido, podría provocar problemas para ir al baño como estreñimiento o diarrea, o alternancia de ambas cosas, así como dolor y distensión abdominal a las horas de la ingesta, no inmediatamente después.
Alma Palau también una sensación incómoda de saciedad después de comer o digestiones lentas, pérdida del apetito o de peso involuntaria y malnutrición por malabsorción de nutrientes. «En casos particulares pueden darse otros signos indirectos como la falta de concentración, el cansancio, el dolor muscular o de cabeza, el insomnio, la ansiedad y alteraciones en la piel, pelo y uñas», añade.
Cuando no se tratan, afectan negativamente a la calidad de vida del paciente. Incluso, pueden llegar a «cronificarse y a provocar incomodidad persistente», señala la experta del colegio de nutricionistas. Esto tendrá repercusiones en sus actividades diarias, alimentación, sueño y hasta en la vida laboral.
Los trastornos digestivos funcionales tienen múltiples causas. Por ejemplo, personas con patologías previas como la celiaquía, la enfermedad de Crohn, la colitis ulcerosa, el colon irritable, el síndrome de fatiga crónica, la fibromialgia o cirugías en la zona pueden ser más propensas.
Por su parte, en población sana, pueden mediar «las alteraciones estructurales, problemas de motilidad, desequilibrios bioquímicos, factores psicológicos, como el estrés crónico, la ansiedad, alteraciones del sueño; una alimentación desequilibrada, con una dieta baja en fibra y en bacterias acidolácticas, y alta en ultraprocesados; el uso prolongado de antisépticos y antibióticos o las infecciones intestinales», resume Palau.
La razón es que todos ellos son factores que aumentan el riesgo de disbiosis intestinal, un desequilibrio en la microbiota que a su vez puede explicar el trastorno. Esta flora intestinal está formada por más de 2.000 especies diferentes de microorganismos, «de las cuales aproximadamente un centenar son potencialmente dañinas», detalla la nutricionista. En concreto, dice la experta, el 90 % son Lactobacilus, Bifidobacterium y Bacteroides, un 10 % son Enterococcus y Escherichia Coli y solo el 1 % son Staphylococcus, Proteus, Clostridium y Fungus. Esta comunidad intestinal cumple funciones metabólicas, inmunológicas, fisiológicas y de barrera intestinal funcional.
Una disbiosis se produce porque «hay una alteración de la cantidad y de los tipos de microorganismos que residen en ella», aclara Palau. Esto conduce a cambios negativos en su composición y afecta al correcto funcionamiento del sistema digestivo, «en lo referido a la absorción de nutrientes», ejemplifica la gerente del consejo general. La doctora Jiménez explica que se trata de una línea de investigación que todavía está en pañales, aunque es prometedora en cuanto a resultados. «El eje intestino y cerebro ya es cerebro-intestino-microbiota y se ha visto que una enfermedad inflamatoria intestinal que produce úlceras, por ejemplo, cambia la microbiota. Y al revés», detalla. Así, se está empezando a ver cómo los cambios en la composición de la microbiota pueden interaccionar con el intestino y producir síntomas o empeorar la patología funcional.
El estrés no puede causarlo, pero sí mediar en el proceso. «Cada vez se les está conociendo más como trastornos del eje intestino-cerebro», explica la especialista, que añade: «el sistema nervioso central está conectado con todo el tubo digestivo de forma bidireccional, de forma que lo que afecta a un lado acaba afectando al otro», señala la doctora. En otras palabras, el estrés produce una serie de cambios en la funcionalidad del tubo digestivo que pueden provocar síntomas.
Tratamiento multidisciplinar: lo ideal
El tratamiento depende de cada caso, pues las especialistas consultadas coinciden al reconocer que no todos los trastornos son iguales. Para la nutricionista, el enfoque multidisciplinario es clave: «Los roles del médico, dietista-nutricionista y psicólogo se complementan para abordar de manera integral los síntomas y su impacto en la calidad de vida», señala.
Eso sí, en la escala del abordaje, la mejora de la dieta y del estilo de vida está en la base. «Siempre les digo a mis pacientes que si no tenemos esa parte controlada, la medicación hará menos o nada de efecto», señala la doctora Jiménez.
Sin embargo, para algunas personas esto no es suficiente. En este caso, y en función de los síntomas, existen diferentes fármacos que se pueden añadir. Ahora bien, puede darse una situación en la que el dolor se cronifique y no desaparezca, por muchos calmantes que recibe el paciente. «Hay una hipersensibilidad por esta continuación estimulación de la vía sensorial dolorosa». En estos casos, la especialista en digestivo señala que los neuromoduladores dan muy buenos resultados.
Los más frecuentes
El síndrome del intestino irritable es uno de los trastornos funcionales digestivos de la parte inferior del tubo digestivo más frecuentes. Su causa se debe a alteraciones en el funcionamiento o sensibilidad de esta zona, pero no hay origen que pueda ser concretado mediante pruebas diagnósticas habituales. Se caracteriza, según la Asociación Española de Gastroenterología (AEG), por un dolor o malestar abdominal fluctuante a lo largo de un tiempo, que se acompaña por cambios en la forma y frecuencia de las deposiciones. La entidad estima que un 8 % de la población lo sufre.
Si bien no existe una razón que lo justifique, sí hay varias circunstancias que pueden desencadenar este síndrome en personas sanas. «Por ejemplo, alrededor del 10% de las personas que lo sufren tienen el antecedente de una gastroenteritis aguda en el momento de inicio de los síntomas digestivos. Este cuadro se conoce como SII postinfeccioso. También se ha descrito el inicio de SII tras un evento estresante vital significativo, como haber sido objeto de maltrato o participar en una guerra», aclara la AEG.
La asociación de especialistas también mira a las alteraciones en la microbiota intestinal, así como a niveles muy leves de inflamación del intestino como factores relevantes en el desarrollo de este trastorno.
Otro de los habituales en la consulta de los digestivos es la dispepsia, una palabra que proviene del griego y significa «indigestión». Consiste en una molestia o dolor localizado en la región superior central del abdomen. «Si bien la dispepsia es una causa muy frecuente de visita al médico, su definición, causa, aproximación diagnóstica y tratamiento siguen siendo controvertidos», explica la AEG. Su aparición puede deberse a varios motivos. En algunas ocasiones, los síntomas se producen después de tomar una comida excesiva o muy condimentada, por consumir café, alcohol o tabaco o, incluso, debido a ciertos medicamentos que pueden lesionar la mucosa gástrica, como los antiinflamatorios. En ocasiones, pueden mediar problemas psicológicos y, en una menor cantidad de personas, un cáncer de esófago o de estómago. «No obstante, en la gran mayoría de las personas con dispepsia no se encuentra una causa clara que explique el porqué de estas molestias, y entonces se le llama dispepsia funcional», indica la asociación.
Así, cuando los síntomas son frecuentes, el médico puede solicitar una prueba para ver si el paciente tiene una infección gástrica por Helicobacter pylori y, si se encuentra, pautar un tratamiento. Además, la AEG explica que también puede ser habitual que se solicite una gastroscopia o una endoscopia, en función de los síntomas y de la edad.
Por último, el sobrecrecimiento bacteriano intestinal (SIBO) se define como la presencia de un excesivo número de bacterias en el intestino delgado, que producen un conjunto de síntomas gastrointestinales inespecíficos, como son la distensión, el dolor abdominal, el meteorismo, los borborigmos, las flatulencias, la diarrea o el estreñimiento. Todos ellos suelen ser producto de la fermentación que hacen las bacterias de los nutrientes. «Los síntomas son multifactoriales, lo que lo convierte en un reto diagnóstico y terapéutico para los profesionales de la salud, dado que se puede confundir con otras patologías como el síndrome de intestino irritable, dispepsia o distensión abdominal funcional», apunta la Semergen. El diagnóstico debe basarse en pruebas específicas, como el test de aliento para hidrógeno y metano, y su tratamiento supone el uso de antibióticos y cambios en la dieta y el estilo de vida.
Eso sí, pese al autodiagnóstico que muchas veces se hace a raíz del contenido que se publica sobre este trastorno en las redes sociales, un artículo de posicionamiento de la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD) y la Asociación Española de Neurogastroenterología y Motilidad concluye que «la mayoría de los pacientes con síntomas inespecíficos como distensión abdominal, meteorismo, flatulencia, diarrea intermitente y otros síntomas abdominales, no padecen SIBO».