Así es la ameba comecerebros por la que murió un niño en Eslovaquia: ¿es contagiosa?, ¿se puede prevenir?
ENFERMEDADES

El patógeno es extremadamente poco frecuente, pero causa el fallecimiento en un 97 % de los casos
18 jun 2025 . Actualizado a las 19:04 h.La Naegleria fowleri, conocida como ameba comecerebros, ha vuelto a ser el centro de atención tras el reciente fallecimiento de un niño de once años en Eslovaquia a causa de esta infección. Se trata de un patógeno infrecuente, pero que en muchos casos puede provocar un cuadro letal. Aunque este nuevo caso se encuentra actualmente bajo investigación epidemiológica, se cree que se ha originado en una piscina pública en la localidad de Sturovo, al sur del país, donde el menor acudía a un curso de natación. Allí habría contraído esta infección que le causó la muerte, pese a los esfuerzos médicos de los expertos en el Instituto Nacional de Enfermedades Infantiles de Bratislava, donde recibió atención por una meningoencefalitis amebiana primaria (MAP) desencadenada por este microorganismo al alcanzar al cerebro.
No es la primera vez que este parásito protagoniza un caso de impacto mediático. En el 2019, una niña de diez años falleció en Texas tras contraer esta misma infección en un parque acuático. Y si bien en España los casos son extremadamente escasos, fue noticia en el 2019 una niña toledana que, contra todo pronóstico, logró sobrevivir a la ameba con la que había entrado en contacto en una piscina climatizada de Torrijos. A nivel mundial, los casos anuales no suelen superar la treintena.
Una sola célula capaz de matar
La Naegleria fowleri es un organismo unicelular de vida libre, lo que quiere decir que no necesita un huésped para sobrevivir ni para reproducirse. Se trata de una ameba que se encuentra de manera natural en cuerpos de agua dulce templada, como lagos o ríos. También puede estar presente en piscinas con una higiene deficiente, o puede llegar a las redes de agua potable geotermales o incluso presentarse en suelos húmedos durante determinadas temporadas.
La particularidad que hace especialmente peligrosa a esta ameba es su capacidad para penetrar en el cerebro ingresando en el organismo a través de las fosas nasales. Este mecanismo de entrada sucede normalmente durante actividades acuáticas recreativas como nadar o bañarse en aguas que están contaminadas.
Una vez dentro del cuerpo, la Naegleria fowleri asciende por el nervio olfativo, atravesando la placa cribosa del hueso etmoides hasta alcanzar el cerebro. Allí comienza a multiplicarse y a devorar el tejido cerebral, provocando la devastadora infección conocida como meningoencefalitis amebiana primaria. Esta es una enfermedad altamente agresiva.
En su etapa inicial, el cuadro es similar al de una meningitis bacteriana, pudiendo presentar síntomas como fiebre, dolor de cabeza, náuseas o vómitos. Más adelante, aparecen signos neurológicos graves, como rigidez en el cuello, alteraciones del comportamiento, pérdida del equilibrio, convulsiones, alucinaciones o incluso una pérdida de conocimiento, llegando al estado de coma. La enfermedad avanza rápidamente y, en la mayoría de los casos, conduce a la muerte en un plazo de entre cinco y siete días tras el inicio de los síntomas.
La tasa de mortalidad en esta enfermedad es superior al 97 %. Para ilustrar lo que esta cifra significa, de los 145 casos registrados en Estados Unidos entre 1962 y 2018, solo cuatro personas sobrevivieron. En todos los pacientes documentados, el tratamiento se inició en fases muy precoces y se aplicaron terapias combinadas con antifúngicos, antibióticos y medicamentos experimentales como la miltefosina, un fármaco originalmente diseñado para tratar el cáncer y la leishmaniasis.
Riesgo y prevención
Aunque cualquier persona podría desarrollar la infección si se expone a aguas contaminadas, la enfermedad es más frecuente en niños y adolescentes, especialmente varones, que suelen ser más activos en entornos acuáticos naturales. Los menores de 12 años constituyen un grupo de riesgo especialmente elevado, ya que su sistema inmunitario aún se encuentra en desarrollo y su capacidad para combatir el patógeno es más limitada. Las personas mayores, por otro lado, también presentan una mayor vulnerabilidad debido a la inmunosenescencia, una condición que, con la edad, deja al sistema inmune más debilitado.
Con todo, se desconoce exactamente por qué algunas personas contraen la infección y otras no, pese a haber estado expuestas a la misma agua. Esto podría deberse a la existencia de factores individuales, ya sean genéticos, fisiológicos o inmunitarios, que facilitan la entrada y el desarrollo del patógeno en determinados pacientes. Lo que sí se sabe con certeza es que la infección no se transmite de persona a persona, ni por beber agua contaminada. La única vía de infección confirmada es la nasal, lo que implica una exposición directa del agua al epitelio olfativo.
A pesar de su rareza, los expertos advierten que el calentamiento global podría estar aumentando el hábitat viable de la Naegleria fowleri. Este organismo se desarrolla mejor en aguas cálidas, con temperaturas superiores a los 25 °C, y puede sobrevivir incluso hasta los 46 °C. En este contexto, las olas de calor, cada vez más frecuentes e intensas en Europa, podrían crear las condiciones para su proliferación en piscinas y cuerpos de agua dulce, donde, por otro lado, concurren más personas en esta época del año.
Dado que no existe una vacuna ni un tratamiento eficaz asegurado, la prevención es la mejor estrategia contra la llamada ameba comecerebro. Las recomendaciones de las autoridades sanitarias incluyen:
- Evitar que el agua entre por la nariz al nadar en lagos, ríos o aguas termales.
- Usar pinzas nasales o mantener la cabeza fuera del agua en lugares de riesgo.
- Evitar remover el fondo fangoso de lagos o estanques, donde el parásito puede encontrarse más concentrado.
- No utilizar agua del grifo no tratada para enjuagar fosas nasales.
- Asegurarse de que las piscinas estén correctamente cloradas y desinfectadas.
En el caso de piscinas públicas, como la de Sturovo, la legislación europea obliga a mantener niveles estrictos de cloración y a realizar controles microbiológicos frecuentes. Sin embargo, incluso en estas condiciones, no se puede garantizar una protección absoluta si se incumplen protocolos de mantenimiento o si la desinfección es insuficiente.