Cristina Linares, doctora en medicina pública: «En una década, las olas de calor se han multiplicado por cuatro»

ENFERMEDADES

La codirectora de la Unidad de Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del ISCIII detalla cómo el calentamiento global puede agravar fenómenos como las olas de calor y las de frío extremo
07 ago 2025 . Actualizado a las 15:55 h.Cristina Linares (Madrid, 1977) es la codirectora de la Unidad de Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII). Lleva años dedicando su carrera a estudiar cómo las temperaturas extremas, la contaminación atmosférica y acústica afectan a la salud de la población. La doctora en Medicina Preventiva y Salud Pública explica que las olas de calor —como la que atraviesa Galicia estos días— se han hecho más frecuentes e intensas.
—¿De qué forma puede afectar el cambio climático a la salud?
—Hay diferentes formas, la mayoría de ellas más indirectas que directas. Sabemos que el cambio climático es un conjunto de fenómenos producidos por el calentamiento global del planeta. Este fenómeno está provocando variaciones. Principalmente a nivel atmosférico, pero también a otros. Por ejemplo, tenemos el aumento de temperaturas extremas y de la intensidad de olas de calor, que ha ido a un ritmo de un grado por década. Esto tiene consecuencias para la salud. Fruto de ese equilibrio atmosférico también aparecen las danas, que no dejan de ser las gotas frías que siempre han ocurrido en el Mediterráneo, solo que ahora se intensifican y son más frecuentes. Como el agua está más caliente, se evapora más y se descarga con mayor intensidad. En España tenemos muy reciente el ejemplo de la dana de Valencia, que conllevó pérdidas de vidas, por supuesto, pero también tuvo consecuencias indirectas como toda la afectación que ahora se está viendo de la salud mental, de un mayor número de depresiones, de ansiedad o de estrés postraumático. También hay un mayor número de incendios, lo que puede tener consecuencias para los que se enfrentan a ellos, pero también para las personas aunque vivan en lugares alejados de ese núcleo de fuego. El aire presenta una mala calidad importante una vez que se producen esas grandes masas en combustión y los vientos pueden trasladar ese exceso de partículas a poblaciones lejanas al foco del incendio, incrementando el número, por ejemplo, de admisiones hospitalarias debido a causas respiratorias y, más a largo plazo, de causas circulatorias. Y luego, a nivel de ingresos hospitalarios, o lo que nosotros en epidemiología llamamos morbilidad, el agravamiento de pacientes que tienen enfermedades de base de tipo cardiorrespiratorio, neurológicas o renales, quienes con las olas de calor se ven muy afectados. Por otro lado, está la extensión de los vectores transmisores de las llamadas enfermedades tropicales, lo que ocurre con el mosquito tigre y los brotes en el Levante, Extremadura o Andalucía, especialmente. Esto es porque las temperaturas mínimas son cada vez más elevadas, permitiendo que el insecto complete adecuadamente su ciclo biológico. Otro aspecto es cómo afecta a la polinización de las plantas. Sabemos que esas estaciones alérgicas, desde el punto de vista de la salud, ya no están tan marcadas, es decir, ya no tenemos una alergia tan típica de primavera, sino que se extienden a todo año. Las temperaturas se han vuelto más suaves y el régimen de precipitación está alterado. Esto ha vuelto un poco locas a las plantas. Por lo tanto, el polen aumenta su capacidad alergénica porque se intensifican los períodos de polinización.
—En el plano mental, se habla de ecoasiendad.
—Sí. De momento no aparece en el Código Internacional de Enfermedades, pero es conocido a nivel global, no solo en España, que muchas consultas de psiquiatras y psicólogos están empezando a tratar este fenómeno de ecoansiedad y la incapacidad o la frustración de no hacer nada frente a algo que es inevitable.
—Dice que las olas de calor crecen en intensidad, ¿y en frecuencia?
—También. En cuestión de una década, en España hay hasta cuatro veces más olas de calor. En una década, se han multiplicado por cuatro Nosotros también nos vamos adaptando a un incremento de las temperaturas y nos deshabituamos a las más frías.
—¿Cómo afecta el calor a la salud de una persona sin patologías previas?
—La gente sana expuesta al calor como el de estos días, por ejemplo, suele referir, en primer lugar, un mayor cansancio. Sin llegar a un golpe de calor, digamos que las altas temperaturas pueden hacer que baje la tensión —una hipotensión—, y esto provoca que las personas tengan dolor de cabeza, les escuezan los ojos e, incluso, que experimentan náuseas. Esto pasa porque hay un desequilibrio electrolítico. El cuerpo quiere eliminar calor y la única forma que tenemos de hacerlo es mediante la sudoración, lo que conlleva una pérdida importante de electrolitos. La gente también refiere sensación de irritabilidad, falta de descanso y falta de concentración, especialmente, cuando son muchos días acumulados. Esto es lo más habitual. Otro problema en individuos sanos aparece en los que tienen trabajos que suponen un esfuerzo físico intenso en las horas centrales del día. Gente que trabaja en construcción o en agricultura, lo que los hace especialmente vulnerables, aunque no estén dentro de los grupos tradicionales de riesgo.
—¿El calor nos pone de mal humor?
—Sí, incluso se relacionan los episodios de calor con un incremento de los eventos violentos. Todo esto ya entra un poco dentro de la esfera de lo social, porque no solo interviene la falta de cansancio o que se agraven ciertos condicionantes psicológicos; sino que en los días de calor también hay un mayor consumo de sustancias de abuso, como el alcohol. Esto tiene un efecto importante en el comportamiento de las personas. También se ha visto, desde la perspectiva de la violencia de género, que las olas de calor suelen coincidir con un mayor número de mujeres asesinadas y mayor número de denuncias. Hicimos un trabajo con el Ministerio del Interior en el que vimos que aumentaban las llamadas al 016 y los feminicidios con las olas de calor.
—En el ISCIII definieron los umbrales de referencia para las olas de calor según el punto geográfico. ¿Por qué los 30 grados de Córdoba no son igual que los de A Coruña?
—Más allá de que no haga el mismo calor en toda la geografía, las diferencias pueden estar, incluso, dentro de una misma provincia. La población también está adaptada de forma diferente al calor, y con ello, las construcciones, las viviendas o sus hábitos. Es más, la mera distribución de aparatos de aire acondicionado es totalmente diferente en zonas calurosas frente a zonas menos calurosas. Como las características sociodemográficas son diferentes, también lo debían ser los umbrales para la ola de calor. En Galicia es menos probable que se alcancen los 40 grados que en Córdoba, y la gente está menos acostumbrada. Por eso, la temperatura umbral es menor. De hecho, cuanto menos adaptada está una población a las altas temperaturas, menos calor necesita para que empiecen a aparecer efectos sobre su salud.
—Ustedes trazaron una línea entre la alerta de calor que lanza la Aemet y la percepción de la gente.
—Sí. La Aemet considera que hay una ola de calor cuando se supera el percentil 95 de un punto fijo de temperatura máxima diaria. Sin embargo, cuando llevamos esto a su relación con la mortalidad, vimos que los efectos en la salud se producen, en el 52 % de los casos, por debajo de lo que la agencia establece como ola de calor, porque la gente percibe antes sus efectos. Igual que la primera ola de calor del año siempre se lleva a más personas vulnerables por delante, hay más gente que muere y que ingresa porque hay más población susceptible, que son las personas mayores y las que tienen una patología de base. Otra cosa es el tema de los golpes de calor que pueden aparecer en una persona sana realizando un sobreesfuerzo. Con estos umbrales de temperaturas máximas, el Ministerio de Sanidad pone en marcha el plan de prevención. Estos solían basarse en un nivel de umbral para toda la provincia, pero ahora, se separan las provincias según regiones de meteoalerta, porque el sur no tiene nada que ver con el norte.
—¿Los planes de prevención surten efecto?
—Sí. Comenzaron en el 2003, y sabemos que el impacto del calor en la salud está bajando en nuestro país a pesar de que sea especialmente caluroso. La gente conoce los grupos de población vulnerables, sabe que tiene que protegerse del calor o que tiene que mantenerse hidratada.
—Habla del efecto climático y la contaminación atmosférica, pero también existe la acústica. España gana en bullicio.
—Sí. Fíjate, nosotros decimos que la contaminación acústica es el verdadero enemigo silencioso. El ruido de ambiente es un agresor constante. La sociedad no es consciente del ruido del tráfico que soportamos a diario. En una atmósfera urbana, casi todo el ruido que se genera proviene de los medios de transporte, principalmente de los vehículos. No es de tan alta intensidad, pero como está ahí todos los días es un agresor ambiental igual que la contaminación atmosférica. De hecho, en diferentes estudios se vio que ambas tienen el mismo impacto en cuanto a números de ingresos por urgencias o ingresos cardiovasculares, entre otros. Aumenta el cortisol, incrementa toda esta serie de cascadas hormonales que ponen en guardia a nuestro organismo y que, al final, inmunodeprime a la persona que está expuesta. Por supuesto tiene efectos también muy importantes sobre el aprendizaje en los niños. Sabemos que hay mucha mayor dificultad para concentrarse, para atender en clase, incluso hasta para poder impartir una materia en escuelas que están cerca de grandes vías. Sin embargo, en nuestro día a día lo tenemos muy asimilado, especialmente los que vivimos en ciudades. Sobre todo, porque el tipo de exposición es muy alto.