Rafael Hernández, cirujano cardíaco: «Veo corazones todos los días y es fácil discernir entre uno más o menos deteriorado»

ENFERMEDADES

El experto explica que la preparación de cara a una operación empieza por dejar de fumar
10 ago 2025 . Actualizado a las 15:05 h.Rafael Hernández, cirujano cardiovascular y torácico en los hospitales Fundación Jiménez Díaz y Rey Juan Carlos, sabe que nadie quiere escuchar eso de «tienes que operarte». «Llevo veinticinco años en esta profesión. He visto a miles de pacientes antes de operarse y entiendo su angustia y su miedo a morir», escribe en su libro La hora de los valientes (geoPlaneta, 2025), recientemente publicado. La bata blanca no le exime de la inquietud, de la preocupación, aunque, su deber —cuenta— es el de mantenerse firme.
—¿Cómo recuerda su primera cirugía?
—Antes de llegar a tu primera cirugía has tenido muchos momentos, meses y años en los cuales has estado preparándote. La preparación que suele tener un cirujano cardíaco, y un cirujano en general, es progresiva. Primero estás en una cirugía y estás ayudando, vas viendo cómo lo hacen los demás. Luego, progresivamente, el cirujano principal o tu orientador te va dejando hacer partes de la intervención. Primero te tienes que afianzar, pero no haces una de golpe, sino parte a parte hasta que te vas soltando y llega un día en el que la completas de principio a fin, o de piel a piel, como decimos los cirujanos. Es decir, desde la primera incisión hasta el cierre. Lo recuerdas con gran emoción porque después de muchos años de sacrificio, has conseguido hacer lo que tanto anhelabas y que veías cómo lo hacían tus adjuntos mayores. Te sientes en una nube. Es cierto que la primera suele ir bien. Pero, realmente, cuando te das cuenta de que eres cirujano no es cuando haces la primera intervención y te sale bien, sino cuando empiezan las complicaciones y las tienes que resolver. Que siempre puede haberlas, nuestro trabajo es intentar minimizarlas o resolverlas.
—Supongo que también recuerda esa primera complicación.
—Fíjate, que la primera no la recuerdo. Tal vez la hemos borrado de la memoria. Pero como siempre decimos, complicaciones vas a tener, lo importante es que no se repitan. Es decir, que una vez sufrida, sepas resolverla.
—Cada vez que algo sale mal en el quirófano, ¿los cirujanos se quedan con una espinita clavada? Por ejemplo, que fallezca un paciente.
—Los fallecimientos relacionados con las intervenciones pueden suceder, desgraciadamente. Pero en quirófano son casi anecdóticos. Pueden pasar, por supuesto, y dependen también de la patología que tenga el paciente y de sus circunstancias, como la edad. Ahora bien, te garantizo que cualquier cirujano nunca está preparado para el fallecimiento de un paciente ni cuando este es joven ni cuando es mayor. Es una situación desagradable a la que nunca te acostumbras. Sí que es cierto que puedes racionalizarla y entender que estas cosas pasan, pero sufres y tienes rabia.
—Dice que la formación en cirugía se asemeja a la de un militar.
—Pues sí. Cuando entras y eres un residente, estás ahí y pareces un mueble porque no eres útil para nadie, por así decirlo. Los que están a tu alrededor son personas que ya han pasado por esa fase y lo primero que piensan es que vas a tener que pasar también por ello, que es lo que pasa yo creo en el servicio militar. Poco a poco te van dejando hacer cosas, pero en realidad eres un como el soldado raso, que te tocan las cosas que no quieren hacer los mayores, cosas más rutinarias. Por eso digo que son muchos años de preparación en los cuales tú estás trabajando, pero parece que es ingrato porque no acabas de avanzar como cirujano, pero al final sí que lo consigues. También vas ascendiendo a medida que va pasando el tiempo, y siempre tiene que haber una disciplina y una jerarquía, porque es muy importante en las intervenciones. Alguien tiene que llevar la voz cantante.
—¿Cuántos profesionales suelen estar en una operación cardiovascular?
—Somos dos cirujanos. Siempre hay un cirujano principal que es el que hace la intervención, y otro que está enfrente, que es el cirujano que le ayuda, que actúa de copiloto. Tienen las mismas competencias probablemente. Uno que hace las labores técnicas y otro que es el supervisa. Apoya, expone los tejidos, puede dar su opinión, y un largo etcétera. Luego, alrededor se encuentra la enfermera instrumentista, que está al lado de los cirujanos y entrega la instrumental siempre que es necesario. Está el anestesista, a veces, hay un ayudante anestesista, muchas veces hay alumnos que están mirando maravillados el corazón. Se encuentra otra enfermera que circula, que es la que abre el instrumental que es necesario para formular la cirugía. Y luego tenemos también una figura muy importante que es la del perfusionista, que normalmente son enfermeras que han hecho un curso especializado, y se encargan de manejar la bomba de circulación extracorpórea o bomba o máquina de corazón pulmón. Esta nos permite parar el corazón del paciente, derivar su sangre a esa máquina, para que luego vuelva a entrar en el paciente y es lo que realmente nos permite hacer nuestras intervenciones. Al final, somos entre siete y ocho.
—¿Por qué escribió un libro desde dentro del quirófano?
—Por dos motivos. Uno de ellos es porque creo que hay que abrir el quirófano a la sociedad. A lo largo de mi vida me he dado cuenta que hay muchos mitos que no son reales, como que los cirujanos estamos distraídos porque estamos hablando de fútbol en la operación. Son cosas pequeñas, pero tienen su importancia, porque en realidad, no se conoce lo que es el proceso quirúrgico, y eso al final produce un oscurantismo que lo único que genera en la sociedad es una sensación de que se oculta algo, cuando no es real. Y otro motivo es porque, cada quince días, escribo una columna en El Confidencial. En una de ellas se me ocurrió contar cómo era el quirófano por dentro, tuvo mucha aceptación y así me llamaron desde la editorial para que escribiera el libro.
—¿Cuál es el momento más difícil dentro del quirófano?
—Depende mucho del paciente. Todas las cirugías son importantes y todas tienen un riesgo. Pero hay unos casos menos complejos, como un paciente joven y sin patologías, al cual le vas a hacer una intervención no muy demorada. Si lo comparas con alguien que tiene más enfermedades, en el segundo caso tiene más riesgo. Dentro de la cirugía hay una parte en la que tenemos el corazón del paciente detenido y su sangre está circulando por la máquina de circulación extracorpórea. Ahí tenemos que ser lo más precisos y rápidos posible porque, si bien el corazón puede estar detenido, cuanto menos tarde es mejor porque luego se puede resentir. Ahí tienes que ser ágil y es donde realmente importa la experiencia del cirujano. La cirugía es como todas las artes de la vida, cuántas más haces, mejor eres.
—Cuando usted abre un cuerpo en una operación, ¿nota la diferencia entre una persona que ha mantenido hábitos saludables con una que no?
—Sí, existen diferencias. Nosotros nos dedicamos a ver corazones todos los días, y es fácil discernir entre unos corazones y otros no solo por su funcionamiento, porque puede estar más o menos deteriorado en función del problema que lo ha llevado a quirófano, sino también por la calidad de los tejidos. Hay personas más jóvenes que tienen unos tejidos que parecen de una persona de mayor edad y viceversa. A veces, abres a personas que son muy añosas pero los tejidos están en muy buenas condiciones.
—¿Tenemos que preparar nuestro cuerpo antes de la cirugía?
—Es fundamental. La cirugía no deja de ser una agresión, controlada pero que puede tener sus problemas. Y esto es así ya sea una prótesis de cadera, una apendicitis o una cirugía cardíaca o de cerebro. Todas las intervenciones son agresiones y el cuerpo no está preparado para ello. Por eso, desde hace muchos años se sabe que tiene que hacer un preacondicionamiento del paciente antes de cada cirugía. Es decir, darle una serie de recomendaciones que le van a permitir que vayan mucho mejor preparados a las intervenciones.
—¿Cómo cuáles?
—Que dejen de fumar, que adelgacen si tienen un exceso de peso, que lleven una vida lo más saludable posible o que salgan a caminar. Hay una serie de recomendaciones, y otras tantas médicas que nosotros aplicamos, que sabemos que si se cumplen, la probabilidad de que la cirugía vaya bien es mayor. ¿Qué sucede? Que hay pacientes que fuman el mismo día que van a ser ingresados para entrar a quirófano. Y cuando les preguntas te dice que qué más da. Pues sí que importa. Un día menos de tabaco ya es positivo.
—En el libro insiste mucho en la importancia de dejar de fumar antes de una cirugía. ¿Por qué es tan importante?
—A nada que una persona deje de fumar, la capacidad pulmonar ya va mejorando. Como es obvio, si lo deja cuatro días antes de la operación no habrá una gran diferencia, pero cuanto más tiempo de margen, mejor. Esta capacidad pulmonar es necesaria en todas nuestras intervenciones porque en el posoperatorio necesitamos que esos pulmones funcionen bien. Además, no solo es la propia intervención en sí, sino la recuperación, que el enfermo pase más o menos días de hospitalización, de medicación, y el incremento de riesgos posoperatorios.
—¿Cómo ha cambiado el trato con el paciente en los últimos años?
—Hace unos 20 o 40 años, la medicina era paternalista. Es decir, tú ibas a operarte, llegabas, te encontrabas con el cirujano que ya te decía que al día siguiente te operaba. El paciente no solía preguntar; algunos ni siquiera sabían exactamente de qué le intervenían. A su vez, el cirujano tampoco tenía la curiosidad de sentarse un poco con el paciente y explicarle la situación. Era una medicina en la que el enfermo iba al quirófano como el cordero al matadero, por así decirlo. El cirujano estaba en un pedestal. Hoy en día, afortunadamente, ya no es así. El enfermo viene mucho más informado, incluso te han buscado en Google; y nosotros nos paramos a explicarles, y la situación se iguala. Hay más confianza entre las dos partes, y eso es muy importante en su recuperación. Los resultados siempre son mejores si existe esa relación más humana y menos distante.
—¿Tiene un ritual antes de entrar a quirófano, antes de operar?
—Todos tenemos rituales. Estamos acostumbrados a hacerlo de una forma y nos sentimos más confiados si empezamos y terminamos las intervenciones de igual manera. El cirujano quiere que la cirugía sea rutinaria, sin complicaciones. Cuando empiezo una intervención poniendo los paños quirúrgicos, más o menos, siempre los pongo de la misma manera porque estoy más tranquilo. Creo que todos los cirujanos tenemos alguna superstición, solo que nos las contamos porque pensamos que, si lo hacemos, ya no van a funcionar.
—Y dentro del quirófano, ¿tienes manías?
—Hay que decir que cada uno cada maestrillo tiene su librillo. Nosotros podemos dividir nuestras intervenciones en tres fases. La inicial, en la cual abrimos al paciente y colocamos las cánulas que nos van a permitir usar la máquina de circulación extracorpórea; la fase que llamamos noble, que es la parte principal, cuando el paciente ya tiene el corazón parado y nosotros estamos actuando haciendo los bypasses o poniendo la válvula; y una tercera fase, en la cual desconectas al paciente de la máquina de circulación extracorpórea y lo cierras. En la fase noble, a mí no me gusta que se oiga ningún tipo de ruido porque estoy híper concentrado. Hay gente que ahí pone música porque se concentra mejor así. Y, en el resto de fases, que son un poco más rutinarias, no me importa que la gente esté hablando. Podemos estar comentando lo que hacemos el fin de semana o una conversación más distendida. Creo que tiene que haber un poco de equilibrio, porque tampoco puedes pretender que la gente se mantenga en estricto silencio tres, cinco o más horas que dura la operación.
—¿Y qué hace al terminar?
—Le doy la mano al instrumentista. Es una costumbre que aprendí cuando estuve en Portugal, donde trabajé muchos años. Es una forma de agradecer su apoyo y el trabajo. Y después ya me toca prepararme para ir a hablar con la familia, que es algo que forma parte de la cirugía. La intervención no solo es la parte técnica, sino informar también a los seres queridos, que están ansiosos por saber cómo ha ido todo.
—En La Voz de la Salud hicimos una encuesta de calle en la que preguntábamos cuál creía la gente que era el mejor invento o descubrimiento de la medicina. En su libro habla de la anestesia o de la máquina de circulación extracorpórea. ¿Cuál diría usted que ha sido esa gran revolución?
—Hay muchos, pero siendo cirujano te diría que fue el descubrimiento de la asepsia. Es decir, el momento en el cual se dan cuenta de que hay que lavarse las manos antes de las intervenciones. Y también la historia de los guantes quirúrgicos y cómo se dieron cuenta de que había que ponerlos para intervenir. Creo que esas dos cosas han sido y son cruciales en las cirugías.