Dentro del quirófano en un trasplante de corazón: «Ha sido casi perfecto cuando ha vuelto a latir»

ENFERMEDADES

El momento exacto en el que el corazón del donante sale por completo de su cuerpo. El cirujano lo preparará para su traslado.
El momento exacto en el que el corazón del donante sale por completo de su cuerpo. El cirujano lo preparará para su traslado. ANGEL MANSO

Un equipo de La Voz entra en los quirófanos del Chuac para presenciar el proceso completo de un trasplante de corazón. Dos operaciones, seis horas, decenas de profesionales y una nueva vida gracias a la generosidad de un donante

19 feb 2025 . Actualizado a las 16:09 h.

Son las cinco de la tarde cuando entramos en el Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña. Un día cualquiera de un mes cualquiera. Son datos, como otros a lo largo de este reportaje, que vamos a ocultar porque, si hay algo que queremos evitar en las próximas líneas, es revelar la identidad de las dos personas separadas por los escasos metros entre el quirófano 7 y el quirófano 4. Ellos (o ellas) tampoco se conocen, aunque a partir de hoy estarán unidos para siempre. 

Una historia termina y la otra comienza de nuevo. Dos vidas, dos familias. Antes de seguir leyendo, solo una aclaración, no hay ninguna palabra, ninguna explicación, que pueda transmitir como se merece lo que hay detrás de un trasplante. Esta es, en definitiva, la historia de un corazón durante las seis horas que duraron las dos operaciones en las que dejó de latir en un cuerpo para comenzar a latir en otro. 

Todo el mundo trabaja en el quirófano 7 para preparar al donante. Justo en ese momento, la camilla con el paciente que recibirá el corazón pasa por delante para llegar al quirófano 4. Nervioso, con lágrimas en los ojos, sin saber que ahí al lado alguien ha decidido donar sus órganos para salvarlo a él y a varios desconocidos más. 

 «En el caso de un donante local, lo primero que hacemos es llamar a la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) para que nos informe de si hay urgencias en otro lugar. De ser así, el órgano se iría a otro equipo de otro punto de España. Si la ONT nos dice que no hay urgencias, nosotros nos quedamos con los órganos. El siguiente paso inmediato es contactar con los equipos responsables de nuestro hospital. En este caso, el de cirugía cardíaca del Chuac. El doctor José Cuenca y la doctora Marisa Crespo revisaron su lista de posibles receptores para buscar al más idóneo por tamaño, grupo y compatibilidad. Lo avisaron inmediatamente», explica Fernando Mosteiro, coordinador de trasplantes.

 A las 18.05 todo el mundo está preparado alrededor del donante. En ese momento, hay quince personas en la sala. Se escuchan pitidos por todos lados y frases ininteligibles para los que no formamos parte de esa orquesta sincronizada. 

En primera línea, Adrián Muinelo, residente de último año de cirugía cardíaca, que con la ayuda de Pascual Ortiz, residente de primer año, se encargará de la extracción del corazón. Pero este no será el único órgano que dará otra oportunidad a otros pacientes. Ignacio Rivas y Dora Gómez están trabajando al mismo tiempo, son cirujanos generales a los que acompaña la residente Elena Espinosa. 

Si nunca han visto una operación, la enfermera instrumentista es, tal como muestran las películas, la encargada de ir pasando todo el material que le van pidiendo. Ella es Mercedes Carnero. En la cabecera de la mesa de operaciones está Alberto Pensado, anestesista. Y sin parar de moverse, desechando material usado, trayendo material nuevo, las enfermeras circulantes, que van siempre un paso por delante. 

Da la casualidad, porque esto también va de casualidades bonitas, que la puerta se abre y entra Ana Sampedro con su gorro repleto de dibujos de mazorcas de maíz. «Hasta te van a grabar en tus últimos días por aquí», le comentan sus compañeras. Ella ríe, mientras sigue atareada. Después de cincuenta años como enfermera, se jubila. Está en su última semana de trabajo, y esta es su última extracción. 

Mientras tanto, Fernando Mosteiro también está pendiente de todo con el móvil en la mano. «El páncreas es válido», se escucha gritar. Inmediatamente, Mosteiro realiza una llamada. «En cuanto dan la validez, se avisa al equipo que lo va a implantar para que comience con la cirugía del receptor e ir ganando tiempo. También se avisa a la ONT», cuenta.  

Porque el quirófano 4 no es el único que está preparado. Esa misma noche también habrá un trasplante bipulmonar, uno hepático, un trasplante de páncreas-riñón a un solo receptor y otro de riñón aislado. Cinco cirugías para salvar a cinco pacientes. 

 Llevamos poco más de una hora en el quirófano y, de repente, todo empieza a ir más rápido. «Hielo, hielo, hielo», «bisturí del 11», «dadme compresas». Todos gritan (más bien, suben el tono de voz). Una especie de «caos» para los que lo vemos desde una esquina, todo controlado al milímetro en el círculo que rodea la mesa. 

Por fin, Adrián Muinelo saca el corazón. Un choque de manos casi imperceptible con su compañero. Sin perder ni un segundo, se gira para depositarlo en el recipiente que lo espera ya colocado. Después lo introducen en varias bolsas atadas minuciosamente para pasarlo a la nevera que trae Ana. Ella misma, la enfermera que se jubila esta semana, se encarga de llevar el corazón al quirófano 4. Mientras tanto, el resto del equipo sigue trabajando extrayendo el resto de órganos. Son las 19.30.

Detrás de la gran puerta amarilla hay otro equipo.Todo está preparado, el paciente en el centro y el silencio. Lo que más llama la atención es ese silencio, que solo interrumpe algún susurro y el ruido de la sierra que dará paso y acceso al corazón que hay que extraer. 

Ana vuelve corriendo, «tenéis que volver al otro quirófano». Están preparando los pulmones, que también serán implantados en una operación que durará más de siete horas. Una noche larga. De vuelta al 4, vemos al cirujano principal, Miguel González Barbeito y a la también cirujana cardíaca, Carmen Iglesias, trabajando compenetrados para sacar el corazón del receptor junto al residente Pascual Ortiz. «Esta es una extracción complicada», aseguran. Inmaculada Miranda es aquí la enfermera instrumentista. La circulante, Sonia Recarey, nos ayuda a comprender qué hace cada uno y qué pasa en cada momento. 

La perfusionista, Josefina Becerra, se encarga de la máquina de circulación extracorpórea, que durante la cirugía hace las funciones básicas del corazón y los pulmones. De nuevo, a la cabeza de la mesa, los anestesistas, Felisa Álvarez y Domingo Porta.

También llega Adrián Muinelo para preparar el corazón que va a ser implantado.«¿Cuánto tiempo de isquemia llevamos?». Se refieren al tiempo que transcurre entre que el órgano se extrae y se implanta. En el corazón es de un máximo de cuatro horas, en los pulmones es de cinco, en el hígado es de dieciséis y en los riñones llega hasta treinta y seis horas. En este caso, al ser un donante local, es decir, dentro del mismo hospital, estos tiempos se reducen significativamente. 

A las 20.28, el tórax está vacío. Un solo instante en el que el corazón dañado está fuera del cuerpo, que está a punto de recibir el corazón del donante. Y aquí, de nuevo, comienza la magia, si es que en algún momento dejó de estar presente. «¿Viste qué bonito?», susurra Sonia Recarey con una clara sonrisa detrás de la mascarilla. Aunque lo cierto es que sus ojos todavía sonríen más. 

Ahora llega el momento de practicar las cinco suturas en orden. Aurícula izquierda, cava inferior y superior, arteria pulmonar y, por último, la gran arteria del organismo: la aorta. Miguel González y Carmen Iglesias van moviendo sus manos milimétricamente. Silencio. El equipo concentrado sin apartar la vista de ese corazón y su segunda vida.

Anestesistas, perfusionista, enfermeras… siguen moviéndose muy rápido, pero a la vez muy lento. «Siempre es así, como si bailásemos. Nadie se toca, no tocamos nada. Hay un aura alrededor del paciente, que nunca rompemos», cuenta Espe Díaz, TCAE (técnica en cuidados auxiliares de enfermería) de trasplantes. 

Preguntamos, «¿cuánto tiempo creéis que durará?», nadie se atreve a responder. Muchos «depende», a la gallega. Lo cierto es que allí no hay prisa. «El tiempo que necesitemos, nunca lo sabemos, ninguna operación es igual a otra. Pueden ser tres horas o seis. Vamos paso a paso, poco a poco», comenta el cirujano principal. En los monitores las constantes siguen marcando 0. 

21.10 horas. «Última línea de suturas», anuncia el doctor González. «Terminan con la aorta, después desclampan», dice Sonia. Y en ese momento, frases cortas, rápidas y reacciones todavía más veloces. «Vamos a desclampar», «ventilamos», «un poquito de tren», «id preparando palas», «paramos de ventilar».

21.22. «Cargamos a 20». Silencio. El corazón comienza a latir. Primero es un latido desordenado. «Cuando el corazón alcanza una frecuencia cardíaca por encima de los 100 latidos por minuto podemos comenzar a destetarlo de la máquina corazón-pulmón. Se le va bajando la ayuda, poco a poco. Nunca se quita de golpe, como aparece en algunas series. Es como los ruedines de la bicicleta, se quitan poco a poco», explica Víctor Mosquera, jefe de sección de cirugía cardíaca.

«Mirad qué bien late», se escucha. Nosotros también respiramos tranquilos, pero aún queda mucho. Lo más delicado ahora es el sangrado. El apoyo de la circulación extracorpórea disminuye progresivamente. Si alguien baila aquí también es la perfusionista. 

Cuarenta minutos después, Adrián Muinelo nos explica: «El corazón latía “remolcado” por la máquina. Ahora ya va solo». Siguen las suturas. Es primordial ir calentando el cuerpo. «Late muy bien. Estamos en la fase de hemostasia, que es la más laboriosa. Con todas las suturas que hemos dado tiene que parar de sangrar. En estos pacientes es donde más horas pasamos, pero estamos muy bien», comenta el cirujano Miguel González. 

Mientras tanto, los anestesistas siguen controlando todo. La enfermera se encarga del antibiótico para el paciente y la perfusionista descuelga el teléfono: «Hola, te llamo de quirófano. Necesitaba dos concentrados de hematíes. Te digo el número». Minutos después entra el celador. 

Ahora toca «esperar», aunque según nos van diciendo los cirujanos: «La cosa va bien». Y se nota. Las caras ya están más relajadas y hasta se permiten hablar un poco más alto. 

 22.58. De nuevo movimiento. «Bajamos la mesa. Cerramos», anuncia el doctor González. 

«Aunque nosotros llevemos muchos años y muchas operaciones, esto siempre es un momento bonito. Hablamos con los pacientes antes de empezar, están nerviosos, nos cuentan su vida. Sabemos si tienen hijos o no, quién está en la sala de espera…», reflexiona la enfermera Inmaculada Miranda.

Lo cierto, es que la operación ha sido más corta de lo esperado, porque todo ha ido saliendo bien. A las 23.06 la cirujana Carmen Iglesias se retira de la primera línea, fuera guantes y bata: «A mí me sigue impresionando ver el tórax vacío y luego, cuando el corazón vuelve a latir. La verdad es que hoy ha sido casi perfecto cuando ha vuelto a hacerlo y también hemos tenido mucha suerte con el sangrado».

 A las 23.16 es Miguel González el que da unos pasos atrás. «La cirugía ha ido muy bien, ha ido todo rodado para ser un caso complicado. Aún queda el traslado, que es un momento importante. Llegar a la UCI, que se estabilice, ver cómo pasa las primeras horas, que no sangre, que la cabeza esté bien, que el corazón no haga nada extraño, se mantenga estable como hasta ahora. Normalmente, si pasa bien las primeras 12-24 horas, lo más peligroso ya ha pasado. Esto es un pequeño pasito en todo lo que le queda ahora. Pero esta fase es la más crítica y ha ido bien. Así que es una buena forma de empezar». 

Salimos del quirófano 4. Pasamos por delante del 7, que ya está limpio. Luces encendidas y movimiento detrás de otras puertas amarillas en las que se están trasplantando el resto de órganos. Unos días después preguntamos por el paciente. «La recuperación va muy bien», dicen. Y así termina, o recomienza, la historia de este corazón que dejó de latir en un cuerpo para volver a latir en otro. Este es solo el primer capítulo. 

Uxía Rodríguez Diez
Uxía Rodríguez Diez
Uxía Rodríguez Diez

A Rúa, Ourense (1986). Coordinadora de La Voz de la Salud con una misión, que todos nos cuidemos más y mejor. La pandemia de covid-19 no solo la viví, también la conté en La Voz de Galicia. Mucho antes de todo esto trabajé en Vtelevisión durante casi una década como redactora, reportera y presentadora. Allí dirigí y presenté el programa Sana sana, sobre sanidad, bienestar y nutrición.

A Rúa, Ourense (1986). Coordinadora de La Voz de la Salud con una misión, que todos nos cuidemos más y mejor. La pandemia de covid-19 no solo la viví, también la conté en La Voz de Galicia. Mucho antes de todo esto trabajé en Vtelevisión durante casi una década como redactora, reportera y presentadora. Allí dirigí y presenté el programa Sana sana, sobre sanidad, bienestar y nutrición.