Cuando la alergia aparece a la edad adulta: «Pensé que estaba sufriendo un infarto»

Lois Balado Tomé
Lois Balado LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Myriam sufrió una anafilaxia a los 41 años tras comer una manzana.
Myriam sufrió una anafilaxia a los 41 años tras comer una manzana. Santi M. Amil

Una manzana provocó a Myriam un «shock»; Cristóbal creyó que estaba sufriendo un infarto

17 ago 2025 . Actualizado a las 09:44 h.

El alérgico no nace, se hace. Aunque en la facultad de Medicina de Santiago de Compostela, donde imparte clase Carmen Vidal Pan, una de las más reputadas alergólogas de toda España, se prefiere, por ser más preciso, eso de que «no es alérgico el que quiere, sino el que puede». Es común que, alguien que ya haya sufrido la picadura de una avispa o una abeja —en realidad de cualquier himenóptero— diga con rotundidad que «no es alérgico a las picaduras» tras salir indemne del picotazo, sin saber que de esa afirmación siempre se desprende un «de momento». No se trata de catastrofismo, es la naturaleza de la enfermedad. Es cierto que llegar a los sesenta años con un historial clínico limpio debería dar cierta tranquilidad, pero la alergia puede aparecer a los sesenta y uno, a los setenta y más allá. 

En España, hay cerca de 800.000 menores de catorce años que padecen algún tipo de alergia —en su gran mayoría, la sintomatología principal es la rinitis alérgica— y casi 400.000 que sufren los efectos del asma en edad pediátrica. Estos datos de prevalencia fueron publicados en el año 2023, en la revista Archivos de Bronconeumología, editada por la Sociedad Española de Pneumología y Cirugía Torácica (Separ). Myriam, cuando era una niña, también padeció asma, pero no solo eso. «También dermatitis atópica, alergias a pólenes, a las gramíneas, al abedul, al olivo, porque siempre hay una relación». Nada del otro mundo, pensarán; una vida normal, con alguna molestia más, pero nada que no se hiciese liviano con un antihistamínico. Podría, porque su cuadro clínico encaja, pero ella ya no entra, dentro de ese casi 6 % de niñas españolas que padecen asma ni de ese más de 11 % con alergia estimada por la Separ. Básicamente porque el tiempo pasa y hoy tiene 53 años. «Niña ya no soy, más bien viejunilla», bromea. Lo peor, llegaría después. «Me sentaron muy mal los cuarenta».

Tres cuartos de lo mismo lo sucedió a Cristóbal, coruñés que convivía sin mayores dramas con su alergia a los ácaros del polvo. «Desde hace mucho tiempo», dice, sin precisar fechas exactas. Su problema se agravó súbitamente a los 54 años. Una afección desconocida y de origen incierto le hizo permanecer una semana ingresado en el hospital. La naturaleza de la alergia es así, y esta patología les haría ver a ambos que nunca es tarde para padecerla. «Yo no sabía que me podía pasar esto, siempre pensé que se nacía con ello», reconoce Myriam. 

Myriam, alergia a frutas y verduras al llegar a los cuarenta

«Es un poco como jugar a la ruleta rusa, ¿no? Lo que hoy no me hace daño, mañana a lo mejor sí», explica Myriam sobre lo que es su vida hoy. Ni sospechó durante sus primeras cuatro décadas de vida cómo se iba a complicar su alimentación pasada esa edad. El asma y la dermatitis es cierto que siempre habían estado, pero nada hacía intuir a esta ourensana lo que le sucedería a los cuarenta y uno.

«Yo debuté con una anafilaxia a los 41 años, eso sí es estrenarse con un bombazo», recuerda. Doce años después de aquel primer episodio de shock —ya ha atravesado cuatro—, hoy ha atado cabos. Recuerda cómo aquel día estaba «como revuelta del estómago, con un malestar muy raro», analiza ya con poso, porque aquella primera vez todo fue demasiado rápido como para hacer cábalas. «Cabe decir que siempre fui mucho más de frutas y verduras que de otra cosa, que es precisamente a lo que tengo alergia».

Quizás esa exposición prolongada jugó un papel fundamental. Para que una alergia se manifieste por primera vez, es absolutamente indispensable que haya existido un contacto previo con el alérgeno. Por eso, si alguien ha tomado penicilina una única vez en su vida, o si solamente ha sufrido una picadura de una avispa, no puede descartar llegar a padecerla. A Myriam, tras muchos años de dieta rica en alimentos vegetales, desarrolló una alergia a las LTP —Proteínas de Transferencia de Lípidos, según sus siglas en inglés—, una reacción ante ciertas proteínas presentes en frutas, verduras, frutos secos y semillas. Y todo lo desató una inocente manzana, como en el cuento de los hermanos Grimm. «Estaba trabajando, tomé a media mañana una manzana, sobre las dos empecé a tener unos habones en zonas como las muñecas o la cintura. Como yo no tenía ni idea de esto, lo primero que pensé fue en una alergia cutánea. Pero recapitulaba y ni había cambiado de gel, ni de suavizante, ni de nada. Además, me sentía un poco agobiada, cuando yo soy muy tranquila, muy pausada. Como veía que las erupciones iban a más, cogí el coche y me fui al PAC», relata. Hoy reconoce su inconsciencia, fruto del desconocimiento —«podía haber montado una pirula gorda», reconoce—. Tras aparcar el coche y describir sus síntomas al personal que la atendió, cayó desmayada. «Me dio tiempo a decirles que estaba con ansiedad y que me costaba respirar. Y en ese momento, perdí la consciencia. Cuando desperté, estaba con suero a través de una vía», cuenta.

El colmo de los colmos: medicamentos para la alergia que provocan alergia

«Desde las dos y media de la tarde, que fue la hora a la que llegué, hasta las siete, se me repitió la anafilaxia. Me pincharon inicialmente un corticoesteroide. Después, ya pasaron a la adrenalina. Me hacía efecto durante una hora y media, más o menos, pero después me empezaba a inflar como un pez globo. O sea, angiodema total en la cara. A las siete de la tarde me llevaron pitando para urgencias», explica Myriam, que todavía debería experimentar lo que podría definirse como el colmo de una persona con alergia.

La praxis en Urgencias, según asegura, no fue la mejor. Recibió el alta tras serle indicadas una serie de pautas y con varios antihistamínicos en su receta. Pero nadie en el hospital cayó en la cuenta de que entre sus excipientes —es decir, entre sus compuestos no farmacológicos pero que sí forman parte de los 'ingredientes' de esa medicación— contenía algo que le provocó una nueva crisis. «Fue de guasa. Empecé a ahogarme y pitando otra vez para el hospital. La verdad que luego no tuve ya interés en saber qué fue lo que me provocó la anafilaxis, porque te suelen dar absolutamente todos los excipientes que tienen los medicamentos y hay algunos que no los ponen. Nos pasó con un chaval en AEPNAA —Asociación Española de Personas con Alergia a Alimentos y Látex, de la que es asociada desde entonces— que le habían dado un famoso jarabe que se le da a los niños pequeños que incluía esencia de frambuesa. Este chico era alérgico a la frambuesa, y eso no consta», recuerda.

Pasada esa segunda crisis, y tras toda la batería de pruebas, le comunicaron que, a sus 41 años, era alérgica a las LTP. Alergia que su hijo también ha acabado por desarrollar. «Mi casa parece un cátering», bromea, porque esto no es una ciencia exacta. «Yo tolero la soja, él no; yo no tolero la cebolla, pero él sí. Esto es una casa de locos». En su caso, actualmente ha tenido que eliminar de su alimentación una larga lista de alimentos: la manzana, el mango —que también causó otra de sus anafilaxias—, melocotones y demás fruta de hueso, la cebolla, nada de lechuga, nada de garbanzos. Y, de momento, tengo la enorme suerte de que ninguno más». Como persona cuya alergia se ha desarrollado a una etapa tardía, ha aprendido que esa coletilla, que ese «de momento», es indispensable.

Cristóbal: un parásito y el yodo

A Cristóbal se le desató una alergia a los 54 años.
A Cristóbal se le desató una alergia a los 54 años. CESAR QUIAN

Si algo forma parte de la idiosincrasia de todo coruñés —aunque, debido al desembarco en los lineales del súper de los ultraprocesados, lamentablemente cada vez menos— es que el pescado es un elemento casi diario de la alimentación. «En casa comíamos una merluza del pincho prácticamente cada semana. Yo dejé de tomar nada marino», asegura Cristóbal

A sus 63 años, el 2015 marcó un punto de inflexión en su vida. «Me tuvieron que venir a buscar de noche, pensaba que estaba teniendo un infarto, pero no. Enseguida lo descartaron y empezaron a sospechar que había algo en el estómago. Supongo que pensaron en un cáncer, pero tampoco era nada de eso», recuerda. Se pasó una semana en la unidad de medicina digestiva hasta que, según él apunta literalmente, «a alguien se le encendió la bombilla». «Un médico me preguntó: ''¿Usted es alérgico?''. Le dije que sí, que a los ácaros, desde hacía mucho tiempo. Me dijo que inmediatamente me iba a mandar a alergias, donde me detectaron una reacción alérgica muy fuerte al anisakis», detalla.

El anisakis, un parásito presente en un porcentaje importante del pescado fresco y muy especialmente en la merluza —fundamentalmente en su ventresca, pero también capaz de trasladarse a los lomos una vez el pez muere—, además de poder desencadenar una anisakidosis, es también un alérgeno debido a la presencia de proteínas Ani s 1, Ani s 2, Ani s 3 y Ani s 4. 

Cristóbal, a diferencia de Myriam u otros tantas personas con alergias 'tardías', no le pilló de sorpresa que a los 54 años su cuerpo hiciese de un hábito semanal un problema potencialmente letal. «Sí, hombre, claro que sabía que era posible, como también pasa con las picaduras de las abejas o de las avispas. Esto es acumulativo», declara. De hecho, en base a esas exposiciones repetidas, justifica el hecho que su mujer ha acabado padeciendo también alergia al parásito. 

Como tantas otras personas que se encuentran con nuevos problemas en la vida adulta, Cristóbal también tenía diagnosticadas otras alergias. Además de la citada alergia a los ácaros —que le provocaba las clásicas molestias respiratorias—, calcula que hace aproximadamente una década descubrió que el yodo también le generaba reacción. Lo descubrió durante una prueba médica en la que le inocularon un contraste yodado para mejorar el resultado de la imagen. «Casi me quedó allí», bromea hoy. «Mi madre siempre contaba que cuando nací le habían dicho que tenía una tendencia al asma. Pero durante toda mi vida no tuve el menor problema. Cuando era chico, hasta corría. Yo corrí en la antigua pista de ceniza del estadio de Riazor, fui subcampeón provincial de 1.500 metros».

Tras diez años sin probar el pescado, ha comenzado ha reintroducirlo en su dieta. «Este año he vuelto a empezar, sobre todo pulpo y calamares, todo muy congelado», la alergia sigue, pero con las precauciones debidas, el coruñés tira al monte. O, mejor dicho, al mar. 

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.