¿De qué nos morimos?, ¿qué nos enferma? La vida moderna gana terreno
ENFERMEDADES
La población mundial vive más en general y la incidencia de las enfermedades no transmisibles crece, incluso en los países con menos recursos
26 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Este octubre se publicó el nuevo informe sobre la Carga Mundial de Enfermedades (GBD, por sus siglas en inglés) en la prestigiosa revista científica The Lancet. El primer atlas sobre la salud pospandémica, que recoge datos hasta el 2023. De la macroinvestigación, basada en más de 200 países, se extrae un titular: la población vive cada vez más. O lo que es lo mismo, se muere más tarde. En concreto, si se compara la esperanza de vida actual en todo el planeta con datos de 1950, hay 20 años de ventaja de media. Todo un triunfo para un mundo muy desigual.
La mortalidad y sus causas recuperan niveles previos a la pandemia, después de que el covid consiguiera que todos los médicos y científicos volvieran a centrarse en un episodio infeccioso. Eso sí, con resultados desiguales por países según la fortaleza del sistema sanitario, una mejor o peor respuesta de salud pública, las condiciones socioeconómicas y las comorbilidades de cada población.
Llama la atención que territorios como Japón o Nueva Zelanda —que pertenecen a la subregión de altos ingresos— no lograsen (en el momento del estudio) una recuperación plena. En cambio, zonas como América Latina y el Caribe —diferenciadas por el informe—, que durante la pandemia perdieron muchos años de esperanza de vida, presentan una recuperación más fuerte.
Los investigadores proponen dos posibles razones: o bien que actuasen muy bien en cuanto a vacunas, atención sanitaria e inmunidad; o bien que el golpe inicial redujo la población más vulnerable y quedaron los que pudieron resistir, un fenómeno conocido como alta inmunidad adquirida por la infección.
Las personas viven, en general, más tiempo, aunque persisten distinciones según el sexo, la edad y la región. En los países del planeta con más ingresos, la esperanza de vida ronda los 83 años, mientras que en África subsahariana, donde se concentra el 67 % de quienes viven en pobreza extrema —según el Banco Mundial— los 62.
Existen varios factores que contribuyen a un envejecimiento poblacional saludable. La doctora Isabel Paúles, responsable del Grupo de trabajo estilos de vida y determinantes de la salud de la Sociedad Española de Medicina General (SEMG), explica, por un lado, una mejora de la asistencia sanitaria, «que se traduce en diagnósticos más tempranos, mejores tratamientos y acceso, en muchos países, a servicios básicos de sanidad». También un descenso de la mortalidad por enfermedades infecciosas clásicas, la mortalidad neonatal e infantil, lo que permite que más personas lleguen a edades adultas. En general, hay mejores condiciones de vida y los cambios demográficos, con una menor tasa de natalidad y mayor proporción de personas mayores, «incrementa la media de edad», añade.
Además, en algunos países, entre ellos España, ha habido avances en prevención de complicaciones de enfermedades crónicas, «lo que hace que las personas vivan más años, aunque con algunas patologías». La especialista lo observa en su consulta: «Hay pacientes que llegan a edades de 80 o 90 años con buen grado de funcionalidad, lo cual es muy positivo. Pero también nos plantea otro reto a diario, que la clave es vivir más, pero con calidad», resalta.
Enfermedades no transmisibles
Los países con bajos niveles de ingresos siguen llevando el peso de las enfermedades comunicables, maternas, neonatales y nutricionales (conocidas con el acrónimo de CMNN, en inglés), que incluye a las infecciosas como el VIH/sida o tuberculosis; problemas de salud materna como la hemorragia y deficiencias nutricionales como la anemia.
Sin embargo, en los últimos 30 años, ha habido menos muertes precoces causadas por enfermedades infecciosas y carencias nutricionales. La cooperación internacional, la prevención mediante las campañas de vacunación, y los programas específicos de salud pública han tenido un impacto muy positivo en la mejora tanto de la salud como de la esperanza de vida. Pero esto se podría acabar. En un contexto de incertidumbre sobre la financiación internacional de la salud, el informe avisa de que detener o reducir estos programas podría revertir los avances logrados.
En esta línea, las conclusiones celebran la reducción de la mortalidad infantil registrada en países de ingresos bajos y medios gracias a las vacunas, a la mejora del saneamiento y a la nutrición.
Infecciones aparte, el informe recoge una transición epidemiológica mundial en curso hacia un descenso de estas y aumento de las enfermedades no transmisibles (ENT). Por ejemplo, en 1990, las tres regiones con las tasas de mortalidad general más altas por todas las causas fueron África subsahariana occidental, oriental y central, donde el 73,4 % de las muertes se debieron a enfermedades CMNN. Sin embargo, en el 2023, estas pasaron a suponer el 51,4 % de todas las muertes, lo que representa una disminución del 30 %.
Lamentablemente, a favor de otras. Las zonas con bajo índice sociodemográfico sufren más muertes por enfermedades no transmisibles. ¿Las razones? Hay un menor acceso a la detección temprana, como sucede con el cáncer; los sistemas sanitarios son más débiles y hay un peor acceso a tratamientos continuos o medicamentos esenciales. Por ello, el GBD subraya que la prioridad global —hasta ahora centrada en las infecciosas— debe ser la prevención y tratamiento de esta nueva situación epidemiológica.
En concreto, las diez causas más frecuentes de muerte en el 2023 fueron: cardiopatía isquémica (infarto y enfermedad coronaria), ictus, EPOC, infecciones de las vías respiratorias bajas como neumonía, trastornos neonatales, alzhéimer, cáncer de pulmón, diabetes, enfermedad renal crónica y, por último, problemas derivados de la hipertensión arterial. En los países de altos ingresos, las ENT constituyen más del 85 % de la carga total de la enfermedad, y no sin consecuencias.
Por un lado, que la población tenga enfermedades crónicas requiere un modelo de atención distinto, «que nos obliga a gestionar enfermedades crónicas, con seguimiento continuo, educación al paciente o autocuidado», expone Paúles. Con este tipo de patologías también se incrementan los costes y la carga para las familias —con más visitas al médico, fármacos o comorbilidad—, y hay un riesgo de vivir más años, pero con discapacidad. «Aunque la vida se alarga, no está garantizado que esos años sean saludables. De hecho, el informe advierte de que los factores metabólicos (como los niveles de glucosa elevados, el índice de masa corporal elevado o la hipertensión arterial) están cada vez más implicados en la mala salud y mortalidad temprana», reconoce la especialista. Es más, el informe destaca que la diabetes es una de las patologías que más rápido ha crecido desde el 2013.
La médica de familia no es ajena a este incremento en la clínica, y reconoce que, con frecuencia, atiende a pacientes con diabetes tipo 2 «cada vez menores de edad en algunos casos o más jóvenes, con sobrepeso, obesidad, sedentarismo y, en muchas ocasiones, con hipertensión arterial asociada», así como a otros enfermos, que conviven con ansiedad o depresión.
Violencia y salud mental
El informe también atiende a los conflictos armados, el terrorismo o la violencia. Respecto a los dos primeros, el GBD describe estas muertes como «estocásticas», es decir, que suben o bajan según el contexto geopolítico. Así, en los últimos treinta años, se han visto picos y descensos, y hasta cambios en las tendencias. Hasta el 2023, el epicentro de los conflictos se había desplazado del norte de África y de Oriente Medio, a Europa del Este, debido a la invasión rusa de Ucrania.
El informe también recoge la realidad de Palestina, que tiene la tasa de mortalidad más alta del mundo por conflictos y terrorismo —supone el 70 % del total mundial— y una pérdida estimada de treinta años en la longevidad en tan solo un año de conflicto (el primero), lo que reduce casi a la mitad la esperanza de vida previa en la región.
A su vez, revela datos preocupantes sobre la salud mental y pone el foco en el auge de los trastornos de ansiedad y de depresión, ya que desde el 2013, las muertes y discapacidad asociadas al primero crecieron un 63 % y el segundo un 26 %. Josep Antoni Ramos Quiroga, vicepresidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (Sepsm) y jefe del servicio de psiquiatría del Hospital Vall d´Hebron, celebra que un informe tan riguroso ponga en valor el impacto de estos trastornos: «No estamos hablando de una desregulación emocional, sino que la depresión y la ansiedad quitan años de vida, porque no solo afecta a la experiencia vital de uno mismo, sino que el hecho de estar bajo los efectos de una depresión provoca alteraciones en el sistema inmunológico u otras enfermedades», puntualiza.
Siempre se ha apuntado a la pandemia como culpable, sin embargo, el problema venía de dos décadas antes, sobre todo, en países de altos ingresos. Ramos Quiroga coincide en que la pandemia fue un desencadenante, sobre todo en adolescentes, «pero en el 2019, por ejemplo, ya había un incremento de las tentativas de suicidio», recuerda.
Según el informe, existen varias teorías, tanto contrapuestas como complementarias, para explicar este aumento, incluyendo un mayor uso de redes sociales, un incremento del ciberacoso, el maltrato infantil, la desesperación climática y el aumento del costo de la vida y la desigualdad de ingresos. Los autores de la publicación también destacan que una mayor concienciación sobre la salud mental y el hecho de que se hable más al respecto puede resaltar todavía más el problema.
Dar con la causa única es tarea imposible. El psiquiatra habla de una banalización del consumo de cannabis y la aparición de las redes sociales. «Desde el 2010, cuando llegaron, ves una curva paralela con el incremento de los trastornos mentales en adolescentes». No es la raíz, aunque sí un factor evidente.
Con una mirada particular, llama la atención el fenómeno que afecta a adultos jóvenes de 20 y 39 años, de países como Estados Unidos, Canadá, México y Brasil, y se le conoce como muertes por desesperación. La tasa de fallecimientos en este grupo de edad ha aumentado, de manera sostenida desde el 2011, y se relacionan con factores sociales, económicos y psicológicos, e incluye principalmente suicidios, sobredosis de drogas —especialmente opioides— y muertes por alcoholismo severo.
Más de ochenta factores de riesgo
El estudio señala que cerca del 50 % de las muertes y enfermedades registradas en el mundo durante el 2023 se relacionaron con 88 factores de riesgo distintos. Entre los que más contribuyeron a la pérdida de salud destacan la presión arterial alta, la contaminación del aire por partículas, los niveles elevados de azúcar en sangre, el consumo de tabaco, el bajo peso al nacer, el parto prematuro, un índice de masa corporal elevado y el colesterol alto, entre otros.
Para los autores, esta situación justifica centrarse en los dos clave: sobrepeso y obesidad. «Aunque las tasas de exceso de peso varían entre países, están aumentando en casi todas las regiones, lo que contribuye a una mayor prevalencia de diabetes y enfermedad renal crónica», indican. Por ello, piden a los gobiernos y organizaciones de salud mundial que prioricen estrategias integrales las cuales promueven dietas más saludables y más actividad física.
En suma, reclaman un acceso equitativo a la medicación. «Las terapias novedosas, como los agonistas del receptor GLP-1, que han demostrado su eficacia en el control de la obesidad, la diabetes tipo 2 y el riesgo cardiovascular, siguen siendo en gran medida inaccesibles fuera de los países de altos ingresos», concluyen. Queda claro que el estilo de vida importa, aunque la doctora Paúles también habla de la responsabilidad que tiene el contexto comunitario, social y ambiental.
Eso sí, lejos del exceso de peso, el informe también denuncia el impacto de factores de riesgo metabólicos y conductuales, como la presión arterial sistólica elevada, el tabaquismo y el consumo de sustancias. Aunque reconoce que el hábito tabáquico ha disminuido en los países con más ingresos, sigue siendo alarmante. Lo mismo sucede con la contaminación. Entre otros, el documento habla de las partículas finas y su impacto en las enfermedades no transmisibles, ya que es un factor de riesgo sobre las demencias o la diabetes.