Javi Martín y su trastorno bipolar: «Mis familiares prefieren que yo esté en la fase depresiva a la fase maníaca»
SALUD MENTAL
El famoso presentador de «Caiga quien caiga» ha sido ingresado dos veces en hospitales psiquiátricos por su trastorno y dice que hoy está mejor que antes de padecerlo
02 nov 2023 . Actualizado a las 13:37 h.Cuando Javi Martín saltó a la fama, en la década de los noventa, presentando el programa de televisión Caiga Quien Caiga junto a El Gran Wyoming, nadie, ni siquiera él mismo, se imaginaba que unos veinte años después habría de pasar por dos ingresos psiquiátricos tras alternar episodios de manía (o, como él la llama, «elevación») y depresión. Tampoco podía imaginarse que uno de estos momentos depresivos lo fuera a llevar a la barandilla de la terraza de su casa, un quinto piso desde donde estuvo a punto de lanzarse al vacío para ponerle fin a su sufrimiento y acallar a la voz de su cabeza que día y noche sin treguas le repetía: «Tírate».
Ahora, a diez años de ese punto de quiebre que lo llevó, finalmente, a iniciar un tratamiento psicoterapéutico, Martín habla con franqueza y humor de un problema que, en los momentos eufóricos de «elevación», le ha costado entender como tal: el trastorno bipolar. Acaba de publicar Bipolar y a mucha honra (Espasa), un libro en el que se abre y cuenta desde adentro cómo es ser bipolar: lo malo, sí, pero también lo bueno, las sensaciones y sensibilidades que adquirió a través del trastorno. El tono desenfadado del relato hace que la problemática se sienta cercana, pero no pesada: el trastorno bipolar es algo con lo que Martín asegura vivir perfectamente, incluso mejor que antes del diagnóstico; de ahí el nombre del libro y de ahí que este sea su mensaje: «Me río de mi trastorno para que él no se ría de mí». En diálogo con La Voz de la Salud, Javi Martín revela lo importante que ha sido para él este poder transformador del humor.
—Cuando uno lee el libro, hay muchas partes en las que acaba riendo por la forma en la que las anécdotas están narradas. ¿Qué te llevó a escribir sobre tu trastorno en clave de humor?
—Es que no podía hacerlo de otra manera porque toda mi vida, el humor ha ido conmigo. Toda mi vida, desde antes del trastorno. Yo me he reído de todo lo que me ha pasado en mi vida, con mis amigos, nos hemos reído siempre hasta de los dramas más terribles, cuando ha pasado un tiempo. Porque la comedia es drama más tiempo. Una vez que miras las cosas con distancia te puede reír con ellas. Y yo ese libro lo he escrito como yo soy, intentando desdramatizar y desestigmatizar. Hay muchas creencias sobre los trastornos mentales que, efectivamente, tienen su parte crítica, porque es doloroso en una etapa del trastorno, hasta que se sabe lo que se tiene. Pero una vez que ya has entendido lo que te pasa y pones remedio, te tomas tu medicación, vas a terapia con psicólogos y psiquiatras, las cosas mejoran muchísimo y se puede llegar a llevar una vida completamente estable en muchísimos casos. Quiero sobre todo mandar el mensaje de que se supera el momento de la depresión. En mi caso, yo llegué hasta casi quitarme la vida. Pensé que no iba a salir de aquello jamás y por eso pensaba en el suicidio, porque no podía soportar ese dolor. Entonces quiero dar un un poco de luz a todas esas personas que están pasando por ahí y decirles que se sale y que eso es un tiempo de la vida que termina en algún momento.
—Cuentas que en ese momento, cuando estabas en la barandilla a punto de saltar, no lo hiciste porque pensaste en tu pareja y no quisiste hacerle daño. Pero ¿qué te ayudó a finalmente volver a ver esa luz y salir de ese lugar?
—Bueno, principalmente ir a mi psicóloga. Prácticamente me salvó la vida. Ella supo desde la primera cita qué decirme, cómo decirme para que la esperara una semana, solo una semana. Yo quería quitarme la vida, pero ella hizo lo correcto, no para sacarme de esa situación en la que yo estaba, de la que era imposible sacarme en una semana, pero «espérame», me decía, «espérame, espérame y si necesitas en un momento de crisis llamarme, llámame». Sobre todo el «espérame», que va relacionado con la palabra esperanza, me ayudó muchísimo, poquito a poco. Si es una buena terapeuta, te va dando herramientas y te va cambiando esas gafas de color oscuro que llevas todo el rato en la depresión; te va haciendo ver otros colores y te vas sacando de esa idea que tienes de que la vida no vale nada, que todo es una mierda y que vas a estar así toda la vida. Y en eso estamos muy confundidos.
—¿Te ayudaba también el teatro, el arte?
—En las funciones, durante hora y media dejaba de ser yo para convertirme en otro personaje que caminaba de otra forma, que tenía otro vocabulario. El único momento en el que yo desconectaba de esa voz y ese sufrimiento era cuando me subía al escenario. Y de alguna manera, todo lo que escribí y dibujé en este proceso en el cuaderno que me regaló mi padre, me ayudaba muchísimo. Las artes, cualquier tipo de arte, ayuda muchísimo a sacar lo que tienes dentro. A veces sientes que no te comprenden realmente. Entonces, llevar un diario es muy beneficioso.
—Has tenido dos ingresos hospitalarios. ¿Qué impresión tuvieron esas experiencias en ti y en tu trastorno?
—Las dos veces que ingresé fue porque estaba elevado, en fase maníaca. En estas fases tú estás encantado, todo te viene bien, disfrutas, y no eres tan consciente de la realidad. Es decir, sí era consciente de que estaba en un psiquiátrico, pero me daba igual, no me importaba nada. Lo que he descubierto es que los psiquiátricos tienen muchísimo estigma también. Parece que una persona, cuando no se encuentra bien y está fatal con su trastorno mental está mal, pero si ingresa en un psiquiátrico ya es una bomba. Decir que alguien ha ingresado en un psiquiátrico parece una deshonra. Y yo siempre digo que no, que no pasa nada, que si una persona tiene que pasar una semana o dos semanas ingresado en un psiquiátrico, pues se pasa y ya está, es un momento de tu vida en el que necesitas ciertos cuidados que tu familia no te puede dar y ya está. Los psiquiátricos son sitios muy decentes en España, llevados por profesionales estupendos. Es verdad que necesitan apoyo, que necesitan inversión, están sobrepasados, pero no, los psiquiátricos ya no son esto que sale en las películas y en las series, terroríficos y llenos de gritos y cucarachas. Es una parte del hospital, una planta, es como estar ingresado en un hospital por cualquier otra cosa física.
—Cuentas que en esas fases te resistías a veces a tomar la medicación. ¿Cómo superaste esa resistencia y pudiste dejarte ayudar?
—Eso fue un proceso, todo este viaje es un proceso en el que hay que entender muchas cosas. Yo me resistía. Pensaba que yo estaba bien y entonces me escondía la pastilla debajo de la lengua y la tiraba. Y de repente un día dije: se acabó. Voy a dejar de pelearme con mi familia, si alguien de mi familia dice que yo tengo que visitar al psiquiatra y que no me ven bien, yo voy al psiquiatra. En unos casos están acertados y hay que subirme la medicación, y en otros se han confundido porque puede que esté en un momento alegre de mi vida, y voy al psiquiatra y me dice que estoy bien y que no pasa nada. Pero sí que hay una parte súper importante de dejarse llevar por la familia. Es una situación muy incómoda porque pierdes autonomía, pero eso es una etapa también del proceso. Una vez que tu familia entiende que has aceptado la medicación, que te la tomas todos los días, que vas al psiquiatra y al psicólogo sin problema, te van soltando cuerda, pero durante un tiempo te atan en corto, porque ellos también lo han pasado muy mal.
—¿Cómo te das cuenta de que estás en una fase del trastorno?
—En la depresión, lo tengo muy claro, porque es un estado que no tiene nada que ver conmigo. Esa tristeza, esas ideas negativas, un poco de ansiedad. Yo lo tengo claro y soy el primero que pide ayuda, voy al psiquiatra y al psicólogo, lo que sea necesario. Y además por ahí no quiero volver a pasar en la vida. En las elevaciones, en los casos de la manía, empieza como una hipomanía, así, levemente, y se confunde con alegría, con buen rollo, estar más dicharachero, más sociable, y es un estado que, si eres una persona más o menos alegre, se puede confundir. Yo tengo un protocolo donde mis familiares se reúnen conmigo y un amigo psiquiatra y algún amigo y me hacen ver que necesito ir al psiquiatra, que quizá no estoy tan bien como yo pienso, y he llegado a ese proceso en el que digo: «Venga, va. No tenéis razón, pero yo voy a ir al psiquiatra, aunque no tengáis razón porque es importante dejar tranquila a la familia». Y no pasa nada por ir a visitar al psiquiatra y no pasa nada porque te suba la medicación 2,5 miligramos, no es una carrera. Yo también pasé por ese proceso de «es que tengo que bajar la medicación porque quiero tomar menos» y no. Esto es un trastorno que es crónico y a veces tendré que subir a 5 miligramos y a veces bajaré a 2,5 y está tan bien uno como el otro. No es una carrera de a ver cuánta menos medicación tomo.
—¿Cómo se puede apoyar a una persona con un trastorno mental?
—En mi trastorno bipolar es complicado. Cuando una persona está con depresión, lo mejor que se puede hacer es escucharle, escucharle, escucharle, acompañarle y hacerle ver que vas a estar ahí con ella y apoyarle. Llevarle al psicólogo y al psiquiatra. Ayudarle con las gestiones de la vida: si tú no puedes hacer ciertas cosas, yo te voy a ayudar, te voy a facilitar un poco la vida y vas a salir de esto. Y cuando estás en la manía, si llega a un estado muy elevado de esa fase, nos convertimos en personas muy incontrolables. Entonces, es complejo, pero no se puede hacer bajar a la persona. Por mucho que tú le digas que no haga esto o que no haga lo otro, no se puede la bajar de ahí. Lo único que puedes hacer es acompañarle, también escucharle, no dar tanta importancia a las cosas que dice o hace, e intentar que se tome la medicación y si es necesario, en ciertos momentos, llamar a emergencias y que venga una ambulancia. Y si es necesario un ingreso en un hospital psiquiátrico y ya está. Pero entiendo que no no es algo sencillo.
—¿Y a nivel social?
—Hablar con naturalidad de los trastornos mentales, de la salud mental, porque es algo que sucede en todas las familias. Una de cada cuatro personas va a vivir o está viviendo algún tipo de trastorno mental. Es algo en lo que estamos involucrados todos. Cuidarnos, querernos, escucharnos, acompañarnos. Será muy naíf, pero darnos amor del de verdad, y estar atentos los unos con los otros y apoyarnos en situaciones que son críticas. No porque alguien tenga un trastorno mental le abandones. Y ahí tienen un papel muy importante los políticos, que hagan más inversiones salud mental. Que pongan los miles y miles de psicólogos que faltan en la sanidad pública y hagan planes de prevención del suicidio. Todavía falta una acción política verdadera para atajar el problema.
—¿Cómo es tu vida hoy por hoy?
—Estoy ahora mismo con una función en el teatro en Madrid y sigo con mi vida estupendamente. Mejor de lo que estaba antes del trastorno. Lo único que tengo que hacer es cuidarme, no tomar drogas, cuidar las horas de sueño, tener una mente optimista y positiva. Vamos, yo en mi día a día hago todas las cosas habituales de cualquier persona y hace años que no tengo ninguna depresión. Una vez al año tengo como dos semanas una pequeña subida, no muy elevada, que no me impide seguir trabajando; me sube la medicación y ya está, pero mi vida es muy sencilla y muy estable.
—¿Y por eso decidiste escribir el libro, para inspirar a otras personas?
—Lo tenía clarísimo. Tenía siempre en la mente a todas esas personas que pueden estar pasando por una situación como la mía, que pasé por la depresión y por casi quitarme la vida, y como yo tenía esa sensación de que de ahí no se podía salir nunca jamás, cuando salí de ahí, me acordaba todo el rato de esas personas y tenía la necesidad de contar mi historia para decirles que sí, sí se puede salir de ahí y que es una etapa de tu vida que quedará en el pasado.
—¿Por qué decidiste incluir los testimonios de tu familia?
—Porque yo sabía que, sobre todo, en la fase maníaca, yo iba a contar mi versión. Y uno lo vive con mucho agrado, tienes muchísima energía, estás muy contento y sientes cosas maravillosas, para mí esas fases fueron fueron absolutamente alucinantes. Y quería contar la versión de lo que vivieron mis familiares y amigos cuando yo estaba en esas fases, porque no se ve de la misma manera. Ellos lo vivieron de forma muy dramática y fue otra historia. Y de hecho es curioso, porque prácticamente todo mi entorno me dice que prefieren que yo esté en la fase depresiva a la fase maníaca o elevada porque en la maníaca somos más incontrolables. Hacemos cosas más escandalosas y es más difícil contenernos. Y en la depresión, sienten que necesitamos ayuda, que estamos más chiquititos ahí en el sofá tirados y necesitamos como más cariño y nos lo pueden dar. Sobre todo, quería dar voz a todos los familiares de las personas que tienen trastornos mentales, yo creo que se van a ver reflejados.