La tecnología no cambia la estructura del cerebro, pero sí la forma que tiene de utilizar sus recursos

SALUD MENTAL

Varias personas grabando un concierto al sol con sus teléfonos móviles.
CAROLINE BREHMAN | EFE

Varios expertos en neurociencia analizan el impacto del progreso en las neuronas: más conexiones dedicadas a organizar la información y menos destinadas a la memoria

09 jun 2023 . Actualizado a las 09:50 h.

En función del nivel al que se atienda, «el cerebro humano tiene muchas cosas de especial». En materia de desarrollo y sobre cómo ha evolucionado, lo más destacable son las células madre que posee. «No es que sean especiales, sino que hay más cantidad de tipos que en otras especies». Quién habla es Víctor Borrell, investigador Científico de CSIC, director del grupo Neurogénesis y Expansión Cortical de la Universidad Miguel Hernández, que añade: «Estas son las responsables de producir todas las neuronas que tendremos en la edad adulta». Para ello, se lleva a cabo un proceso de división celular, controlado por genes regulados mediante mecanismos moleculares. «Esto de por sí es particular en el ser humano», cuenta el investigador. 

Precisamente, estudios recientes en los que se ha comparado al ser humano moderno con el neandertal muestran «pequeños cambios que hacen que el desarrollo cerebral y lo que hacen las células madre sea diferente», indica el experto. Una ligera evolución con una consecuencia muy importante. ¿A qué nivel? «Se producen menos errores cromosómicos y genéticos, lo que se traduce en menos enfermedades de la infancia, más neuronas en el tiempo y, por lo tanto, tenemos una corteza más grande», responde. 

Esta área es la principal responsable de la capacidad cognitiva o inteligencia. «El cerebro no es una suma de partes, sino una combinación. Solo que hay determinadas funciones ubicadas, esencialmente, en unas regiones. Este es el caso», precisa el investigador. Aquí se producen una serie de circuitos, «de intercambios de información» que son muy relevantes en cuanto a la inteligencia o carácter de la persona.

El tamaño de la corteza cerebral: un rasgo de éxito

La corteza no siempre tuvo el tamaño actual, «sino que fue aumentando». «Eso lo sabemos por el registro fósil, dónde vemos que los animales más antiguos, extintos o no, de hace millones de años tenían el volumen craneal mucho más pequeño que los primates de hoy en día. Necesariamente, ocurre un aumento de su tamaño y esto ha sido muy importante para que podamos desarrollar más nuestra inteligencia», detalla el director de grupo.  

El equipo de investigación de Víctor Borrell ha descubierto que este crecimiento se debió, en buena medida, al gen MIR3607, que pertenece a la familia de los microRNAs, los cuales actúan como «directores de orquesta», regulando la actividad de otros. En este caso, el MIR3607 «interfiere o perjudica en que los genes normales generen su proteína. En este caso es una ventaja, porque el gen entorpece la síntesis de una proteína que frena o limita la proliferación de la división celular. Así, si yo inactivo un freno, lo que hago es acelerar», precisa. En resumidas cuentas, consigue que proliferen las células madre de la corteza para que estas generen más neuronas y con ella crezca en tamaño. Lo más destacado para el experto «es que descubrimos que todos los embriones de especies con el cerebro grande, como el ser humano, pero también los primates o los carnívoros como el gato, tienen este microRNA», detalla. En ellos también favorece dicha proliferación. 

Para que el cerebro llegue hasta este punto han tenido que pasar cientos de miles de años. ¿Puede la tecnología afectar de cara a un futuro? Como buen científico, Víctor Borrel mantiene sus dudas, sin embargo, vaticina: «Está claro que la luz de las pantallas, en particular la azul, es muy energética y agresiva para nuestros ojos. Al ser así, nos manda mucha energía que después será transmitida por las células de nuestros ojos hacia el cerebro», describe el director del grupo, que añade: «Ese exceso lumínico puede derivar en un exceso de actividad neuronal. Al igual que sabemos que un flash de luz puede hacer entrar en epilepsia, la luz de las pantallas no puede ser muy beneficiosa, si acaso, podríamos decir que es perjudicial en algún aspecto». Establecer en cuáles es más complicado, con todo reconoce estar seguro de que tendrá efectos en el cerebro: «No me extrañaría nada». 

Diferencias entre especies

¿Por qué el humano desarrolló lenguaje, cultura o arte? Hay varias cosas para explicar la diferencia de cerebros entre especies. Lo primero se denomina el estudio comparativo del sistema nervioso: «Cuando lo analizamos vemos que, por un lado, es una cuestión de cantidad de neuronas que hay en la corteza cerebral», detalla Diego Redolar, doctor en Neurociencias, profesor de Neuropsicología en la Universitat Oberta de Catalunya y codirector del grupo Cognitive Neurolab.

Hay animales cuya corteza cerebral es totalmente lisa, mientras que la humana está muy arrugada. «Si la desplegamos, ocuparía un metro cuadrado de volumen. Por lo que la evolución ha doblado el tejido sobre sí mismo para evitar ir con una cabeza de ese tamaño», precisa. De esta forma, ocupa menos espacio pero alberga más neuronas. 

En la corteza cerebral se diferencian tres tipos de regiones: las sensoriales, dedicadas a la percepción; la corteza auditiva, olfatorio o somatosensorial, dedicadas a las modalidades sensoriales; y, por último, las áreas motoras, empleadas para programar y poner en marcha el movimiento. «En suma —continúa contando Diego Redolar— tenemos tres grandes áreas de asociación polimodal, vinculadas con las funciones cognitivas subjetivas». En esta línea, al estudiar los animales con mayores capacidades cognitivas, como los delfines o los bonobos, «vemos que tienen más áreas de asociación que otros animales. Lo que nos puede dar una segunda explicación a la capacidad cognitiva», añade el profesional.

La lista continúa con el lenguaje, aunque este requiera una explicación diferente pues gana en complejidad. «Depende de unas regiones que la mayor parte de personas tenemos en el hemisferio izquierdo. En la parte anterior está el área de Broca y en la posterior, el área de Wernicke. La más anterior está involucrada en la producción del lenguaje, mientras que la posterior, en la compresión», detalla Diego Redolar. Ambas solo observadas, hasta el momento, en cerebros humanos. 

Aún con el paso de los años y los cambios que ha vivido el ser humano, el cerebro es una estructura que se mantiene intacta desde los comienzos. «En nuestra especie no ha habido cambios a nivel evolutivo porque para que eso suceda se necesitan miles y miles de años, algo que no es posible en el tiempo que el homo sapiens lleva en la tierra», declara el profesor de la UOC. Por el contrario, existen alteraciones vinculadas a la plasticidad cerebral: «No solo es que las haya, sino que estamos viendo que se están acelerando mucho». Por ello, no es posible hablar de cambio estructurales, pero sí funcionales. En concreto, «la presión ambiental está haciendo que las neuronas funcionen de una forma diferente», precisa Redolar. 

Más neuronas para los dedos pulgar e índice

De hecho, se conocen varios cambios que ya se están produciendo. El primero y más evidente: el empleo y manejo de las manos. El cerebro contiene una especie de mapa estable, «una representación de todas las partes de nuestro cuerpo en la corteza motora y somatosensorial», explica Diego Redolar. Ahí se observa cómo cada una tiene destinadas un conjunto de neuronas encargadas de un movimiento en concreto. A raíz del uso de la tecnología, «la representación del dedo pulgar e índice ha aumentado», precisa el profesor de la UOC. «Esto quiere decir que los utilizamos más, y al usarlas más, el sistema nervioso le dedica más neuronas», explica el experto que aclara que no se trata de un cambio evolutivo, «sino por experiencia». 

Si bien es difícil adivinar qué sucederá en el futuro, Diego Redolar no duda de que la tecnología «hará que tengamos diferentes maneras de procesar la información». Ahora solo queda ver si serán mejor o peor.  

Juan Casto Rivadulla, catedrático de Fisiología, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurociencia y profesor de la Universidad de A Coruña (UDC) coincide en esta visión: «El cerebro está cambiando continuamente en función de lo que hacemos. Es muy plástico y se adapta a lo que se enfrenta. Así, si hay una zona que utilizamos mucho, tiende a crecer», explica el neurocientífico. Por eso, señala que es normal que, si utilizamos con mayor frecuencia los dedos de las manos, «el área del cerebro que se encarga de controlar el pulgar está aumentada». 

Menos capacidad de memoria

La disposición continua de información ha llevado a que la memoria sea otra de las grandes afectadas: «Es uno de los casos que más estamos viendo», reconoce Redolar. Antes, la información era más limitada y cuando alguien encontraba lo que necesitaba «tenía la necesidad de memorizar porque no se sabía cuándo podría acceder a ello de nuevo». Ahora sucede todo lo contrario. Basta con dar dos clicks para hallar millones de resultados. Así que el orden de prioridades ha cambiado: «Lo que nos interesa es diferenciar cuál es la información correcta y saber manejar mucha cantidad. Esto significa que la manera de funcionar de nuestro sistema cognitivo está cambiando porque le estamos dando más importancia a una cosa que a otra en el día a día», aclara el profesor de la UOC. Un hecho que puede sonar mal, pero que en realidad no conlleva un deterioro, solo un cambio en el modo de operar: «El cerebro se adapta, y todo esto pone énfasis en lo bueno que resulta al habituarse a un medio cambiante», detalla. 

Esta cuestión la observan, algunos estudios, en la generación de nativos digitales, de quienes se sospecha que puedan tener menos conexiones en las zonas del cerebro dedicadas a la memoria y más en aquellas que gestionan las informaciones entrantes. Un hecho que tendría sentido si se tiene en cuenta la cantidad de datos a los que una persona se expone cada día. Con todo, el profesor y catedrático de la UDC se muestra escéptico y recuerda que estas conclusiones no están completamente probadas: «Hay que cogerlas con mucho cuidado porque los estudios que miden la cantidad de neuronas en una zona son de resonancia magnética. Se hacen en unas condiciones experimentales muy concretas que difícilmente son equiparables a la vida real», detalla.

Aunque reconoce que la tendencia puede ir en este camino, pide prudencia. «Puede ser que haya una parte de nuestra memoria que utilicemos menos porque tengamos más acceso a información, pero, a la vez, esto puede provocar que utilicemos más otras zonas que nos permitan relacionar todos esos elementos», aclara.

Orientación espacial y el avance del GPS

La ubicación en el espacio ya no es lo que era. Antes, bastaba con un mapa, pero el GPS llegó para quedarse. Y, de nuevo, lo que no se utiliza, se aparta. «Cuando el GPS no existía, su tarea la hacía el hipocampo, el cual es crítico para el aprendizaje espacial», cuenta Redolar. En un estudio elaborado por Eleanor Maguire en los taxistas londinenses, «se vio que tenían el hipocampo, especialmente el derecho, mucho más grande es porque lo usan con mayor asiduidad para orientarse en el espacio», precisa. Así, si las personas dejan de emplear gracias (o en desgracia) a las nuevas tecnología, «pierde volumen porque la neurogénesis deja de ser tan alta», aclara el neurocientífico. Esto se traduce en una peor habilidad para la orientación, que no es general, pero sí más común. 

Atención, libros y móviles

La sustitución de libros por pantallas también puede contribuir a disminuir el tiempo de atención. «Cuando se usa el cerebro para una actividad determinada, con el tiempo, lo va haciendo mejor. En cambio, si no leemos, nos costará más ponerlo en práctica», explica el profesor de la UOC. Las consecuencias no son inmediatas, sino que se podrán ver en el futuro: «Nos estamos acostumbrando a un contenido corto como el que se ve en Twitter o Instagram, pero no a informaciones más largas. Esto sí puede ser un problema», destaca el neurocientífico. 

Y para los que leen, el eterno debate: ¿en digital o en papel? Parece ser que lo más efectivo es inclinarse por la última opción: «No por el hecho de la iluminación de las pantallas, que de por sí tiene sus problemas, sino por la forma de leer. Cuando tienes un libro, te haces un mapa conceptual de lo que tienes delante, pero cuando lees en digital, recibes la información página a página y es más difícil elaborar esta estructura», declara el neurocientífico. En este punto, el problema es para el hipocampo. «Es quién se encarga de la memoria más semántica, la que nos permite adquirir esa información y para ello, necesita el mapa conceptual. De hecho, si lo haces, se vuelve mucho más fácil», precisa Diego Redolar. 

Ejemplos como los relacionados con la atención muestran cómo el cerebro utiliza las herramientas que tiene disponibles: «Hay estudios que observan que la capacidad de contracción disminuye porque tenemos más estímulos. Es cierto porque cada vez nos exponemos a más información», precisa el vicepresidente de la Sociedad Española de Neurociencia. Antes, una persona se leía el libro entero o un gran número de páginas, «y ahora se buscan píldoras de contenido más pequeñas o concretas». Un hecho que demuestra que no ha cambiado la forma de funcionar del cerebro, «sino la manera de emplear sus recursos», precisa. 

La luz de las pantallas, un cronodisruptor

Antaño, la luz natural regulaba la actividad. El sol era el despertador por excelencia lo que ayudaba a mantener unos ritmos circadianos en perfecto estado. Sin embargo, la luz artificial los ha puesto patas arriba. «Los humanos tenemos un ritmo biológico de unas 24 horas aproximadamente. Esto es muy importante porque hay una serie de neuronas que solo se liberan por la noche», precisa Redolar. Para ello, el cerebro debe saber en qué momento del día vive, una información que recibe, en parte, de la luz. «El núcleo supraquiasmático, que se encuentra en el hipotálamo, recoge información del entorno gracias a la retina. Así sabe cuando es de día o de noche lo que le permite llevar una cronorregulación», detalla. 

Una función que se puede alterar, sobre todo, por el uso que da a la iluminación. «Se ha visto que no todas las frecuencias lumínicas son iguales. Las células ganglionares, que utilizan un pigmento llamado melanopsina, se activan mediante unas longitudes de onda concretas», precisa. El experto se refiere a las luces azuladas, como las que se emplean en las pantallas de ordenadores, tablets o móviles. «Si estamos en casa con luz cálida, sin utilizar este tipo de tecnología, los ritmos circadianos parecen no afectarse. Sin embargo, si nos vamos a dormir, encendemos el móvil a las once de la noche, ahí sí pueden alterarse», indica el profesor de la UOC. 

Para Casto Rivadulla, el problema principal con el uso de pantallas lo protagonizan los adolescentes: «Hay una dificultad enorme con la tecnología, y no por la luz, sino por el hecho de que estén hasta la madrugada hablando por los chats sin dedicar el tiempo suficiente a dormir. Sería igual de malo si estuviesen haciendo crucigramas, pero eso no se hace», explica. Para el profesor de la UDC, el límite a las pantallas solo tiene sentido si el uso es exagerado: «Los estudios que conozco que dicen que las pantallas son dañinas para los niños tienen muy poca base. Otra cosa es el número de horas que puede estar delante», aclara. Si el ocio con tecnología excede lo recomendado «puede suponer que no pase el tiempo suficiente socializando con otros menores o haciendo cosas que requieren coordinación motora, lo que sí debe estar presente para desarrollarse», destaca. 

El doctor David Ezpeleta, secretario de la Sociedad Española de Neurología, también se muestra crítico con su uso: «En el 2020, se publicó un dato demoledor en la revista JAMA Pediatrics, de un trabajo que estudió a niños en edad preescolar», cuenta. La investigación comparaba a un grupo de menores que hacían un uso excesivo, «el famoso fenómeno que se conoce como chupete digital», con aquellos que no. El estudio, que empleó criterios de la American Academy of Pediatrics, «demostró una alteración en la organización microcerebral estructural y en la mielinización de la sustancia blanca, lo que afectaba a zonas del lenguaje e implicadas en las habilidades de alfabetización emergente», cuneta el doctor. Conclusiones que, para él, son suficientes para estar alerta. 

Ocio sedentario

El movimiento en todas las edades es tan importante para el cerebro, como para el corazón. «Somos animales motores. La función del sistema nervioso es el movimiento, porque cualquier respuesta que demos ante un estímulo lo involucra», detalla el neurocientífico. Por ello, la coordinación motora resulta imprescindible para el desarrollo del sistema nervioso. Así, el experto indica que se sabe que solo hay dos acciones que funcionan para un buen funcionamiento de esta estructura: «El sueño y el ejercicio físico». Toda actividad que los desplace es, de lejos, perjudicial. 

En este sentido, el doctor Ezpeleta recuerda la importancia de evitar el sedentarismo: «El ejercicio es el principal factor neurogénico. Su falta implica una mayor posibilidad de estar expuesto a pantallas, de aumento de peso y de no beneficiarse de todo lo que aporta como es el aumento del flujo sanguíneo cerebral o la liberación de factores del crecimiento nervioso, entre otros», describe el neurólogo.

No es de extrañar, por lo tanto, que no moverse se considera un factor de riesgo para el futuro desarrollo de demencia o para que la migraña se vuelva crónica: «cuando un paciente viene a consulta con migraña o deterioro cognitivo ligero porque ha tenido un ictus, se les recomienda la práctica de ejercicio moderado», relata. Las consecuencias de no hacerlo son de sobra conocidas. 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.