María Eugenia sufre agorafobia: «En el momento en que sales de tu casa empieza el infierno»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Las personas con agorafobia experimentan síntomas de ansiedad severos al salir de casa
Las personas con agorafobia experimentan síntomas de ansiedad severos al salir de casa iStock

Este trastorno de ansiedad severo se manifestó por primera vez cuando ella tenía 15 años y sus síntomas siguen acompañándola hoy con 41

28 jun 2024 . Actualizado a las 11:54 h.

María Eugenia era una chica de 15 años igual que cualquier otra. Describe esa etapa de su vida como una total normalidad: tenía una familia estable, sin problemas económicos, tenía un círculo de amistades y le iba bien en los estudios. Un día soleado de julio, la viguesa se subió a un bus con sus amigas para ir a la playa en sus primeras salidas sin sus padres. Pero aquel trayecto en bus cambiaría la vida de la joven para siempre. Comenzó a encontrarse mal. Sudaba, le faltaba el aire y sentía náuseas. Necesitaba vomitar. Se tuvo que bajar a mitad de camino y llamar a su madre desde un teléfono público para que la ayudara. Este fue el inicio, repentino y confuso, de su agorafobia, un trastorno del que nunca llegó a recuperarse por completo. Hoy, a los 41 años, decide contar su historia.

Qué es la agorafobia

El diagnóstico de María Eugenia es de un trastorno de ansiedad y agorafobia, caracterizado por el miedo agudo e intenso a estar en lugares de donde es difícil o no es posible salir rápidamente. La agorafobia suele provocar miedo a las multitudes, a los espacios públicos o a salir del hogar. Cuando los pacientes salen de esa zona de confort, experimentan síntomas físicos que pueden incluir dolores en el pecho, sensación de asfixia, desmayos, náuseas, mareos y problemas gastrointestinales como vómitos o diarrea. A esto se suma el temor intenso que puede causar ataques de pánico, depresión, disociación (sentir que la experiencia que se está viviendo no es real) y soledad.

La agorafobia es una de las patologías de salud mental más incapacitantes y severas que existen. En muchos casos, como el suyo, no se logra una remisión total de los síntomas, lo que quiere decir que los pacientes tienen que adaptar su vida al trastorno y configurarse una rutina que les permita gestionar la ansiedad lo mejor posible, pero no por ello dejarán de sentirla. La trivialización que genera el hecho de que los síntomas no sean visibles hace que estas personas puedan sentirse incomprendidas y desesperanzadas.

María Eugenia tiene 41 años y sufre agorafobioa desde los 15.
María Eugenia tiene 41 años y sufre agorafobioa desde los 15.

«No es una enfermedad que tiene un tiempo y después te curas. Realmente, aprendes a gestionarlo y algún día puede que dejes la medicación, pero siempre puede recaer. Yo a día de hoy aún tengo agorafobia, es algo que no me he podido quitar. He ido trabajando en ello, he podido llevar casi una vida normal. A ojos de la gente puede que parezca una persona normal, y de hecho me lo han dicho muchas veces. Pero a ojos míos y de mi familia, nunca más volví a ser la misma. Todo lo contrario, soy una niña. En cualquier situación me puedo encontrar mal y necesitar a mis padres», explica María Eugenia.

El diagnóstico

Tras el episodio en el bus de Vigo, María Eugenia y su familia emprendieron la búsqueda del diagnóstico, un proceso que duró cerca de un año. «Desde ese día, quedé encamada con todos esos síntomas. Ese fue el boom, mi cuerpo explotó y a partir de ahí cambió todo, me vi en un descontrol absoluto y tuve miedo a estar sola, en la calle, expuesta, encontrándome mal. Es una sensación de pánico horrible», recuerda.

Al principio, la situación era una incógnita que ella y su familia intentaban resolver. «No tenía estrés ni problemas, no había nada que me faltase, tenía todo lo que quería, mi familia no era desestructurada ni tenía problemas económicos, tenía mis amigas. Pero me pasó esto. Lo que más recuerdo es que no sabía qué tenía y en mi diario escribía sobre la angustia de no saber qué me pasaba, encontrarme mal, no poder salir de casa, no poder hacer nada. No veía la hora de estar bien nuevamente para poder ir con mis amigas a la playa o quedar con un chico. No sabía lo que me esperaba», dice María Eugenia.

«Dejé de comer para evitar vomitar, porque siempre tenía náuseas. Entonces, me mandaron a una psicóloga especializada en TCA, pero no tenía anorexia, tenía ansiedad. Caí en una depresión, porque con mi edad me vi de un día para otro sin poder hacer vida normal y al final me derivaron a psiquiatría. El psiquiatra no le dio importancia, no vio nada fuera de lo normal. Pero fui a la psicóloga, me examinó más a fondo y se dio cuenta de todo lo que me pasaba. A partir de allí empecé con medicación, psicoterapia y terapia de exposición para la agorafobia», cuenta.

Para ella, lo más duro fue sentir que quedaba incapacitada. «Le coges miedo a todo, no puedes hacer nada, tu cuerpo está constantemente con ansiedad y ves todo como un peligro. Desde que abres los ojos, todo está mal. En casa estás protegido, porque puedes ir al baño si tienes náuseas, vómitos, diarrea o mareos. Tienes esa intimidad. Pero en el momento en que sales por la puerta de tu casa, empieza el infierno. No quieres ser molestia para nadie, entonces, te apartas, no vas a ningún sitio, dejas de tener amigas porque no puedes seguir el ritmo de ella. Lo ves todo inalcanzable», describe.

Exponerse

A partir del diagnóstico, María Eugenia comenzó un proceso para mejorar. Le dieron ansiolíticos y antidepresivos. Además, comenzó un tratamiento de psicoterapia. En casos como el suyo, se suele indicar una terapia de exposición, que consiste en ir atravesando, gradualmente, situaciones que acerquen al paciente a su miedo, para que lo conozca y consiga superarlo. «Primero poner un pie en la calle, dar un paso fuera de casa, luego dos, muy de a poquito, siempre acompañado de una persona de confianza y cuando consigues dar esos pasos, el mismo trayecto pequeñito puedes intentar hacerlo sola.

Este tratamiento suele ser más efectivo cuanto antes comience a realizarse. Si la patología ya ha progresado durante cierto tiempo, cuesta más sobreponerse a los miedos. En este sentido, la paciente lamenta no haber actuado más rápido, aunque reconoce que, en una época en la que los problemas de salud mental no estaban tan visibilizados como hoy, hacerlo habría sido difícil. «Yo me quedé en la forma fácil: me encuentro mal, entonces, me quedo en casa. Esperé a que los médicos me diagnosticaran. Pero eso fue un problema, porque el proceso fue muy largo y hay cosas que no he conseguido hacer», dice.

«Jamás fui de viaje en avión. No es que me de miedo morir en el avión. Es que no puedo subirme porque no puedo estar encerrada en un sitio del que no puedo salir y rodeada de gente, sin poder irme a coger aire si me encuentro mal. Yo puedo hacer una terapia de exposición en bus o en coche, exponiéndome progresivamente, primero cinco minutos, después diez. Siempre necesitas una vía de escape. Si vas a un sitio, buscas inmediatamente el baño, te posicionas cerca de la puerta por si te tienes que ir. Pero en avión no puedes hacer un trayecto de cinco minutos. Y si me da un ataque de ansiedad en el avión, voy a tener un retroceso en mi enfermedad que hará que me cueste después años volver al punto en el que estaba inicialmente», explica.

El momento en el que la ansiedad ataca es difícil de describir para María Eugenia. «Con la medicación y el tratamiento, en el día a día sabes cómo gestionarlo. Pero en el momento en el que te da un ataque de ansiedad, no puedes gestionarlo, se te va de las manos. No puedes ni siquiera con medicación, ni siquiera con fármacos que a otra persona la dormirían. Realmente, lo que tienes es miedo a tu miedo. Pero es una sensación que está ahí y no puedes quitártela. Agota a tu cuerpo, quieres echarte a dormir porque esa lucha interna produce un cansancio extremo imposible de describir», ilustra.

Vivir con agorafobia

Llevar una vida normal con esta enfermedad es complicado, tanto desde lo personal como desde un punto de vista laboral. María Eugenia, que trabaja como teleoperadora, está actualmente de baja por su trastorno de ansiedad y hace más de un año que no puede retomar sus funciones. «El trabajo me encantaba y salía feliz de haber ido. El problema era ir, que era un martirio. Me tenía que llevar mi padre. No podía ir sola en bus, ni en coche ni en taxi. Me subieron tanto la medicación que no podía coger el coche, me pasaba todo el día durmiendo, clicaba en el ordenador y ya no sabía qué estaba haciendo. Entonces, tuve que coger la baja», cuenta.

En el ámbito de las relaciones personales, tener agorafobia es, también, una limitación, aunque María Eugenia destaca que mantiene sus amistades de toda la vida. «La gente que te quiere no se aleja, tengo amistades largas, pero nadie llega a comprender la magnitud de lo que te sucede. Para ciertas cosas ya no te llaman porque saben que tú no puedes y eso te hace sentir muy mal. Por ejemplo, mis amigas tienen un chat para organizar viajes y yo no puedo participar», señala.

«No soy feliz porque no tengo calidad de vida. En todos los demás aspectos, sí que lo soy, no puedo quejarme de nada. Pero con mi enfermedad no puedo hacer todas las cosas que quiero. Nunca he tenido pensamientos de autolesionarme o morirme. Lo que pasa es que no quiero morirme, yo lo que quiero es vivir, es tener la calidad de vida que no tengo. Siempre he luchado por eso», asegura.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.