Chatear y no quedar, la ansiedad en las apps de ligar: «Nos contábamos cosas personales, pero le daba corte verse conmigo»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

El miedo al rechazo y la ilusión de que existen candidatos ilimitados son los grandes impedimentos que surgen en el medio virtual a la hora de conocer a alguien y entablar un vínculo más profundo

07 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En el 2022, Alejandro, de 25 años, recibió una notificación. Una chica de otra ciudad lo había seguido en Instagram. Entró a su perfil y le pareció atractiva, así que la siguió y, cuando ella subió una foto a sus historias, él aprovechó la oportunidad e inició una conversación. Todo iba bien. Había química y, al menos en apariencia, interés desde ambos lados. Llegaron incluso a tener conversaciones por videollamada en más de una ocasión. «Hablábamos un montón, pero siempre que ella venía a mi ciudad o yo iba a la suya por alguna cosa o la otra, no nos veíamos», recuerda Alejandro.

Así transcurrieron varios meses. «Hablábamos y nos contábamos cosas bastante personales. Pero ella me terminó diciendo que le daba corte verse conmigo», cuenta Alejandro. En total, esta historia duró más de un año, aunque el contacto no siempre mantuvo la misma intensidad. «Hablamos mucho el primer mes, después no hablamos durante unos dos meses, después volvimos a hablar mucho, y así», explica él.

Poco a poco, la chica que lo había seguido en Instagram se convirtió en una suerte de zombie que reaparecía cada cierto tiempo con un like o un mensaje directo. Como muchas relaciones que surgen en la esfera digital, la suya estaba destinada a vivir solo en la pantalla. Esta experiencia dista de ser única o especial. El ecosistema digital es un terreno de juego que da lugar a problemas cuando se trata de comprometerse a intentar consolidar un vínculo con alguien. La ilusión de disponer de una cantidad prácticamente ilimitada de opciones que generan las apps puede provocar dificultades a la hora de salir del plano virtual y concretar encuentros en la vida real. Analizamos este fenómeno con dos psicólogos expertos en relaciones.

La revolución de Tinder

En los últimos años, las relaciones han experimentado una transformación radical de la mano de las apps de citas, las redes sociales y los sitios web destinados a conocer gente. Si décadas atrás las personas conocían a sus parejas a través de amigos en común, en el trabajo o en actividades comunitarias como las fiestas de los pueblos, hoy, internet le ha dado la vuelta a la tortilla y la tendencia es, cada vez más, buscar esos vínculos desde plataformas online.

Ya en el 2019, una investigación de la Universidad de Stanford analizó numerosas encuestas sobre el tema y determinó que conocerse por internet se había convertido en la forma más frecuente de encontrar pareja. La pandemia del covid-19 acentuó esta tendencia. Hoy, esta manera de vincularse que en algún momento se consideró un tabú ha pasado a ser tan habitual que, incluso cuando dos personas se conocen en un bar o en un evento, la forma de establecer el contacto suele ser pedir el nombre de usuario de Instagram, cuando lo típico era, anteriormente, pedir el número de teléfono.

«Antes era una manera de conocer personas que estaba ahí, pero que no mucha gente usaba. El auge ha sido exponencial en estos últimos años», observa en este sentido la psicóloga Sara Roldán Álvarez, vocal de la Sección de Psicoloxía da Intervención Social del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia (Copg).

El problema es el espejismo que pueden generar estas aplicaciones. Al llevarnos a descartar perfiles de otros usuarios de manera constante, sugieren al usuario que siempre puede aparecer alguien mejor. «Hay un catálogo enorme y disponible todo el tiempo. Es como tener a todo el mundo en la palma de la mano y esto influye mucho en el quedarse en la etapa de chat en vez de pasar a un encuentro presencial», señala el psicólogo afectivo José A. Juárez. Al mismo tiempo, un usuario puede ver afectada su autoestima si percibe que está en desventaja dentro de este catálogo de opciones y no recibe tantos likes o interacciones como desearía.

Por otro lado, Juárez explica que «todos tenemos una tendencia natural a la eficiencia, a ahorrar energía, a no invertir o involucrarnos en procesos complejos si no es necesario. El hecho de tener en una aplicación conexiones directas, sin tener que socializar de una manera compleja, sin tener que hablar con alguien para que te presente a otra persona, hace que sea un entorno mucho más atractivo que el presencial».

El miedo al rechazo y la gratificación instantánea

La pantalla proporciona cierta seguridad a aquellas personas más introvertidas o a quienes les cuesta más el contacto cara a cara, pero la gran desventaja de este escudo es la ansiedad que puede provocar el momento de quitárselo. «Esta forma de relacionarnos tan virtual parece que nos mantiene más conectados que nunca, pero a la vez estamos más desconectados de nosotros mismos y de la autenticidad que nunca en la historia», señala Roldán. 

«Lógicamente, este miedo tiene que ver con no mostrarse físicamente y no enfrentarse a esas inseguridades. Pero también puede responder a que te gusta mucho esa persona y tienes miedo de que falle alguno de esos otros componentes que pueden hacer que una relación funcione y que son importantes, como la sexualidad, el atractivo físico en cierta medida, o tener una cita que le guste a la otra persona», explica Juárez.

Por el contrario, el quedarse en la etapa de chat ofrece una validación constante en la que mantener una interacción con alguien es más fácil. «Estamos en umbrales históricos de consumo de ansiolíticos y antidepresivos en España. La gente no se encuentra bien consigo misma. Entonces, buscamos fuera lo que no encontramos dentro. Y una de las maneras de hacerlo es buscar que nos validen otras personas, es decir, que nuestra autoestima no dependa de nosotros, sino de otros a través de un like, de un match, de que alguien quiera hablar conmigo», detalla Roldán.

En este sentido, la experta señala que lo que buscan muchas personas no es una conexión real y física, sino «simplemente sentir que, en ese momento en el que llegan a su casa o que van en el autobús, alguien les hace compañía y les hace de espejo de lo que ellos quieren ser».

Por eso, «el no querer quedar es un indicativo del nivel de valentía, de tolerancia a la incertidumbre de esa persona y eso es algo que se puede tener en cuenta también a la hora de elegir», sugiere Juárez. Esto, para muchos usuarios, funciona efectivamente como filtro: si tras una semana hablando por chat no se ha puesto sobre la mesa la posibilidad de un encuentro presencial, personas como Alejandro, que ya han pasado por este tipo de experiencias, pierden interés o consideran que es una 'red flag'.

Sobre todo, teniendo en cuenta que las redes sociales y las apps de citas no dejan de ser espacios en los que los usuarios muestran una versión impostada de sí mismos, llegando a mentir en datos como la altura o la edad, o modificando su aspecto físico a través de filtros. «Pero si yo pongo una foto mía en la que estoy con filtros, pongo que tengo otra edad, que tengo otros estudios y hay gente que me contesta a eso que creen de mí y esto me satisface, yo estoy viviendo una mentira», observa Roldán.

Zona de confort

La zona de confort, nuevamente, es la gran ventaja que ofrecen las apps. «A día de hoy, estamos tan enganchados al móvil que apenas nos miramos por la calle, ya no nos conocemos en el bar, en el gimnasio o en el supermercado. Por eso, cada vez más parejas sólidas salen de las aplicaciones. Y estas pueden ser formas más fáciles de conocer gente, porque ya sabemos que todos venimos a la app a eso. Además, es mucho más cómodo estar en casa un día lluvioso y entrar a la app para ver si hay alguien interesante, en lugar de arreglarse y salir a tomar algo», ilustra Roldán.

Pero, como advierten los expertos, esta comodidad puede convertirse en un arma de doble filo si no estamos dispuestos a renunciar a ella para conectar a un nivel más profundo y encontrarnos de manera presencial. Al conocer gente online, se pasa por ciclos sucesivos de ilusionarse y darse de bruces con la realidad de que no funciona. Esto, a veces, termina anulando las expectativas de que pueda salir bien.

«En psicología, se llama indefensión aprendida. Cuando intentas conseguir algo y ves que siempre que lo intentas te sale mal, llega un momento en el que dejas de intentarlo. Entonces no solo hay períodos de descanso en el uso de las aplicaciones, porque la gente se satura y necesita pasar de la aplicación, sino que también hay ciertos procesos en los que, aunque te haga ilusión y te enganche en cierta medida, te da miedo porque asumes que de base no va a funcionar y prefieres mantenerte en un punto en el que funciona, aferrarte a eso y no ir más allá», describe Juárez.

Perfiles de usuarios

En las apps de citas como Tinder o Bumble, Roldán distingue diferentes tipos de usuarios. Están, por un lado, «los que no soportan la soledad, entonces buscan estas aplicaciones como medida para sentirse acompañados». También están aquellos que utilizan estas aplicaciones para tener relaciones pasajeras y superficiales, evitando comprometerse. Dentro de este perfil están las personas casadas o que ya están en una relación exclusiva, y buscan esa validación por fuera de su pareja porque se han distanciado de ella a nivel emocional.

Pero, por otro lado, hay un grupo cada vez más importante de individuos que buscan, efectivamente, conocer a alguien para tener una relación a largo plazo. Para ellos, hay buenas noticias: si logran esquivar a quienes solo están en la app en busca de validación, las investigaciones apuntan a que podrán establecer vínculos significativos: el ya mencionado estudio de la Universidad de Stanford halló en el 2019 que las parejas que se conocen a través de internet tienden a tener niveles de satisfacción más elevados con respecto a su relación.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.