Miriam Salinas, psicoterapeuta especializada en alimentación: «Vienen a consultarme personas que no saben ni qué les gusta comer»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Miriam Salinas es terapeuta especialziada en conducta alimentaria.

La experta sufrió bulimia en su adolescencia y esto le impidió seguir compitiendo en natación, un deporte al que se había dedicado desde la infancia

23 ene 2025 . Actualizado a las 10:09 h.

¿Cómo comerías si no existiesen las calorías? Con esta pregunta, Miriam Salinas Gascón nos invita a reflexionar acerca de cómo interactuamos con nuestra nutrición. Ella es psicoterapeuta especializada en alimentación emocional, un camino que emprendió a partir de su experiencia personal con una mala relación con la comida. En su juventud, Salinas compitió a nivel nacional e internacional como nadadora. Llegó a ser campeona de España en natación, pero quedó a las puertas de los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996 debido a un diagnóstico: bulimia.

Hoy, con la distancia y la perspectiva que le han dado los años, ha llegado a concluir que el deporte de élite es un ámbito en el que se fomenta esta relación disfuncional con el propio cuerpo. En respuesta a esto y a la cultura de las dietas que ha permeado en la sociedad a lo largo de décadas, Salinas acaba de publicar Atrévete a comerte la vida (Grijalbo, 2025), un libro con consejos prácticos para sanar la relación con la comida y volver a alimentarse de manera intuitiva.

—Desde tu experiencia como exdeportista, ¿cómo influye la presión de tener un alto rendimiento en la relación con la alimentación y con el cuerpo?

—Yo competí desde los 9 hasta los 20 años y ahora tengo 46, o sea que hace mucho tiempo que no formo parte de ese mundo, pero desafortunadamente se siguen repitiendo ciertos patrones. Hay más psicólogos deportivos, pero ellos se enfocan más en la consecución de objetivos. Creo que tendría que haber un cambio de paradigma en este sentido. Hay mucha presión sobre el deportista y tendría que haber un cambio para que lleguemos a ver al individuo que hay detrás de ese deportista. Que no te vean como un resultado.

—¿Cómo ha sido el proceso personal que te llevó a escribir este libro?

—El libro parte de mi propia experiencia. Es, en parte, un sincericidio, porque hablo de una etapa que fue la noche oscura de mi alma y a partir de allí cuento cómo sufrí un trastorno de la conducta alimentaria. El objetivo es explicar que este trastorno es solo la punta del iceberg, que es multifactorial y por debajo de él se encuentran ciertas carencias.

—¿Cómo describirías esas carencias?

—La alimentación es un acto totalmente marcado por lo emocional, porque desde que nacemos, nuestra mamá nos da el pecho o el biberón y, a través de ello, nos está nutriendo, pero también nos está dando amor, sentido de pertenencia y sustento. A veces, un niño va creciendo y va aprendiendo a gestionar sus penas y dificultades a través de la comida. O bien, se le manifiesta como un pensamiento mágico en la adolescencia: si no como, controlo mi vida.

—Explicas que la cultura de las dietas hace daño. ¿Cómo impacta en el desarrollo de una persona?

—Desde adolescentes empezamos a recibir el mensaje de que si tenemos un cuerpo delgado, conseguiremos ser amadas, pertenecer al grupo y ser exitosas. Detrás de esto hay mucho lobby de la industria de las dietas. Lo cierto es que existe la diversidad corporal. No podemos encajar todos en la misma talla y por eso insisto en que la cultura de las dietas ejerce violencia. Porque mientras estás obsesionada con tu cuerpo y con la comida, eso te drena toda la energía para construir tu vida. La cultura de las dietas te dice que si consumes estos alimentos y no estos otros, conseguirás este cuerpo, pero no es verdad. Tu cuerpo a la larga va a volver a su punto de referencia y va a bajar el metabolismo basal, porque lo que quiere es preservar tu vida.

—¿Cómo se manifiesta esta cultura de las dietas en las conductas que tenemos?

—Empiezan a aparecer atracones. Este es un efecto secundario de las dietas del que no se habla y yo le llamo atracón reptiliano, que es distinto del atracón emocional. A veces, el hecho de llevar toda la vida haciendo dieta activa el reflejo de hambruna que tiene nuestro cerebro y que nos quiere ayudar a sobrevivir. Esto nos lleva a tener atracones y a comer sin control.

—¿Cómo se puede construir una relación sana con la comida si partimos de este panorama?

—Primero hay que darle a la persona herramientas para reducir la ansiedad con respecto a la comida y para conocer y entender su hambre. No solo es importante la terapia emocional sino que hay que hacer un trabajo para volver a conectar con la alimentación intuitiva, que es la que todos tuvimos alguna vez, pero que hemos perdido de tanto hacer dieta. Hay que desprogramar el cerebro y el primer paso sería evitar las redes sociales que nos pongan delante cuerpos que nunca vamos a tener u obsesiones con los carbohidratos. Hacer un détox de gente, conversaciones o cuentas que nos generen un culto exagerado al cuerpo.

—A partir de allí, ¿qué herramientas tenemos para comer de forma intuitiva?

—Tienes que observarte e ir conociendo tu hambre. Cuando tenemos un trastorno de la alimentación, estamos desconectadas, no sabemos reconocer si tenemos hambre o no y simplemente comemos ciertos alimentos porque son los que creemos que nos irán bien. Muchas veces, el hambre es hambre de seguridad, hambre de ti misma, hambre de amor. A veces vienen personas a consultarme y no saben ni qué les gusta, ni siquiera saben reconocer qué les da placer. Me dicen que su plato preferido es el pollo a la plancha y cuando les pregunto por qué, qué les provoca placer en ese plato, les cuesta contestar. La cultura de la dieta no solo nos provoca hambre de comida, sino ante todo, hambre de placer, hambre de autoconocimiento. Por eso hay que parar un poco a reconocerse, aunque sea al principio desde lo sensorial: ¿me gusta el agua de la ducha a esta temperatura, o esta otra? ¿Me gustan las sábanas de este color o este otro? Cuando estoy tan desconectada de mí misma porque llevo años así, tengo que ir a lo sencillo. Desde ahí, poco a poco, ir conectando con la comida.

—¿Qué consejos daría a los padres que se enfrentan a la tarea de colocar los primeros ladrillos en la relación de los niños con los alimentos?

—El gran consejo es que ellos estén conectados con su alimentación intuitiva o intenten estarlo lo máximo posible, siempre quitando culpas, porque soy mamá y sé que hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Pero sí que cuanto más conectada esté mamá con el placer de los alimentos, el niño más va a aprender, por pura observación. En cambio, si cada vez que mamá come un croissant dice: «He pecado», o «El lunes empiezo», es un mal ejemplo. Le estás diciendo que la comida te la tienes que ganar, que no validas tu cuerpo. Difícilmente ese niño pueda construir una relación sana con la comida, en la que un brócoli es un brócoli, un croissant es un croissant y no eres mejor persona ni peor por comer uno u otro. No se trata de hacer apología de los procesados, sino de no ponerle una carga moralista a la comida.

—¿Cómo podemos gestionar los comentarios de familiares u otras personas respecto a nuestra alimentación?

—Va a depender del vínculo que tengas. Si la persona está abierta a escucharme, elijo enseñarle que no se opina sobre los cuerpos ajenos. Puedo decir: «Tengo espejo en casa, ya me he visto, gracias». En general, la regla es que no opinemos del cuerpo de nadie ni de lo que come, a menos que sea algo como tener un moco colgando de la nariz. Si no lo puedo modificar en tres segundos, no hables de mi cuerpo ni del de mi hijo. Esto es algo que le podemos decir a la persona que ha opinado. Eso es poner límites. Pero si se repite, en algunos casos puedes desvincularte y decidir que no vas a poder hacer ver a un ciego.

—¿Qué podemos hacer para apoyar a alguien que está intentando superar una mala relación con la comida?

—Depende del momento en que está la persona y de si nos está pidiendo ayuda o no. Si no te la pide, pues compartir momentos más allá de la comida con esa persona, describirle fortalezas más allá de su estética. Esos halagos que no están relacionados con el físico pueden ser muy sanadores: qué bien lo paso contigo, qué agradable eres. A veces se nos escapa, caemos mucho en decirles a las niñas: «Ay, qué guapa que estás». Esto puede llevar la a que se identifique con su estética y cuando se vuelva adulta se va a poner a dieta en cuanto su cuerpo cambie. Si la persona te pide ayuda, puedes alentarla pero sin presionar.

—¿Qué mitos sobre la alimentación te gustaría derribar?

—El que las dietas funcionan a largo plazo. El 95 % de las personas que adelgazan con dietas vuelven a subir de peso a los cinco años, a menos que caigan en un trastorno de la conducta alimentaria. Porque el cuerpo está programado para volver a su punto de referencia. Luego, me gustaría dar el mensaje de que no somos robots. No vestimos igual en invierno que en verano y tampoco vamos a comer igual ni nuestro peso va a ser el mismo. No existe el peso ideal. Y también es un mito la idea de asociar una relación desordenada con la comida con una chica que simplemente quiere adelgazar. Un trastorno es mucho más que eso, detrás de él hay un trauma y hay una carga genética, biológica, social y contextual. Es multifactorial.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.