Walter Riso, doctor en psicología: «El amor propio nace contigo y dura toda la vida»

SALUD MENTAL

El experto, referente mundial en su campo, defiende que este es uno de los principales núcleos de la salud mental
20 mar 2025 . Actualizado a las 17:35 h.Priorizar el propio bienestar y aprender a tratarnos como lo haríamos con una persona que amamos de verdad. Así se podría resumir, a muy grandes rasgos, la relación más importante de nuestras vidas: el amor propio. Sobre él versa la última obra de Walter Riso, Los 7 pilares del amor propio (Zenith, 2025). Doctor en Psicología, especializado en Terapia Cognitiva y con una maestría en Bioética, trabaja como psicólogo clínico, alternando esta práctica con la cátedra universitaria y la publicación de obras científicas y de divulgación.
—¿Qué es exactamente el amor propio?
—El amor propio es la aceptación incondicional que tú tienes de tu valor personal, más allá de cualquier evento externo. Es el reconocimiento afectivo y profundo de tu dignidad y respeto porque estás vivo. Independiente, insisto, de lo que pasa afuera, como la autoestima, que depende de tu valoración personal de acuerdo a los resultados y el rendimiento. El amor propio es estable, nace contigo, dura toda la vida. Puede disminuir, pero generalmente es estable. Es considerarte a ti mismo una persona valiosa per se, independiente de lo que pase afuera.
—¿Se diferencia entonces de la autoestima?
—La autoestima sube y baja, es difícil encontrar a una persona con una alta constante. Pero el amor propio, así como está planteada hoy en día la psicología, quizás es uno de los principales núcleos de la salud mental. Lo tienes, naces con él y está todo el tiempo contigo. Aunque hay muchos mitos y bloqueos, cada día más gente se está amando más a sí misma sin caer en el egoísmo ni en ninguna de esas cosas.

—Claro, es que muchas veces el amor propio puede confundirse con el egocentrismo. ¿En qué diría usted que se diferencian?
—En primer lugar, el amor propio no es incompatible con dar amor a los demás. Al contrario, todas las investigaciones muestran que la gente que tiene un amor propio adecuado es capaz de relacionarse mucho mejor, porque te ves más identificado con la humanidad de los otros. El egocentrismo es que toda la información que se genera a tu alrededor parte de ti, porque tú eres el centro del universo. Eso tiene que ver mucho con la actitud narcisista.
—¿Cómo serían entonces las personas narcisistas?
—Los narcisistas son egocéntricos, se rinden pleitesía a sí mismos. Son egoístas, con grandiosidad. Una persona egoísta no se ama a sí misma, no busca su bienestar, busca simplemente tener más de lo que tienen los otros. Terminan siendo rechazados por la gente y acaban su vida solos, abandonados. Si te amas a ti mismo no puedes ser egoísta porque sabes que no vas a obtener bienestar, sino rechazo de la gente.
—Me ha explicado qué es el amor propio, pero ¿cuáles diría que son los principales obstáculos para llegar a él?
—Primero, cuando hablamos de aceptación incondicional de uno mismo, es importante hacer un ejercicio. Por ejemplo, si tú tienes un hijo que tiene problemas en algunas materias, que es un poco torpe, que sufre de bullying, cualquier circunstancia... ¿tú dejarías de amar a tu hijo? O una persona que ames mucho y que tenga cualquier problemas de ese estilo, ¿lo amarías igual, no?
Entonces la pregunta esencial que tiene el libro es, si eso es así con los demás, ¿por qué no te lo aplicas a ti mismo? ¿Por qué no te amas aunque no seas perfecto, aunque cometas errores, aunque no siempre te va bien? ¿Por qué no te permites eso? Ese es uno de los tres enemigos que tiene el amor propio: la autocrítica despiadada, maltratarte psicológicamente, entrar a un estado de rumiación donde permanentemente te estás diciendo cosas negativas, insultarte y negar tus virtudes.
—La autocrítica despiadada sería el primer enemigo del amor propio, ¿cuál sería el segundo?
—El segundo enemigo es el perfeccionismo. Cuando uno cree que tiene que ser perfecto para que uno valga como persona, entonces lo que ocurre es que vas a chocar con una realidad totalmente distinta, porque la perfección no existe en las personas. Una persona perfecta sería una máquina. Es más, sería estúpida, porque no podría cometer errores ni aprender de ellos. Uno aprende por ensayo-error, no aprende por ensayo-éxito. Las personas que son perfeccionistas no aceptan su vulnerabilidad y el amor propio, obviamente, no tiene cabida ahí.
—¿Y el tercero?
—La comparación es mortal. Nos comparamos desde pequeños porque uno desarrolla su «yo» en la medida que se va comparando con otros, viendo las diferencias y similitudes. Pero cuando la comparación pasa de determinada edad y estás comparándote con la gente, quién tiene más, quién tiene menos… Tú no vales por lo que tienes o aparentas, vales por lo que eres. Tú no tienes precio, tienes un valor intrínseco. Tu esencia no puede ser maltratada. Se supone que por el hecho de ser humano tienes una serie de derechos que son inalienables. No eres un objeto, eres una persona que puede buscar perfectamente su autorrealización sin que te manipulen, sin que te exploten. A los que explotan los llamo vampiros emocionales. Antes la gente sufría con la crítica social, cuando se tenía que hablar en público, pero ahora no es de tanto en tanto, es todos los días. Con Internet, el escenario a los cuales se somete la gente es infinito.
—Acaba de mencionar un término, vampiros emocionales. ¿Qué son, para usted, estas personas?
—Es una versión más sangrienta de las personas tóxicas. Un vampiro emocional es una persona que está sacando provecho y se alimenta de la debilidad de los otros. Ellos están buscando todo el tiempo personas débiles para explotarlas, para sacarles provecho, disfrutan muchas veces de lastimar a las otras personas, de ponerlos contra las cuerdas. No solo te intoxican, sino que te chupan tu energía vital.

—¿Cómo podemos identificar ese irrespeto que tienen los demás hacia nosotros? ¿Cuáles serían esas banderas rojas que tenemos que tener claras sí o sí?
—Hay una que es fundamental y es cuando no te escuchan. La indiferencia es irrespeto. Todas las personas tenemos algo importante para decir y todas merecemos atención y que se nos escuche. Otra forma de irrespetar a la gente es bloquearla, no dejar que sea como quiere ser. Amar es dejar que el otro aparezca, que se manifieste como una sorpresa, como un asombro, que florezca. Cuando yo no dejo que la otra persona lo haga, soy posesivo y quiero que haga lo que yo quiero que haga. Estoy irrespetándolo profundamente. Y otra es la cosificación.
—¿En qué consiste esa cosificación?
—Tratar a la persona como si fuese un objeto. No me importa lo que tú sientas, lo que tú pienses, sino que estás a mi servicio. Es un poco lo que hacen los psicópatas. Estás a mi servicio, eres mía. No, tú no eres de nadie. Esos serían tres ejemplos de falta de respeto, que a veces los dejamos pasar, porque son sutiles, porque no se manifiestan de una forma muy evidente, pero están ahí.
—¿Qué consejos daría usted para aprender a marcar esos límites?
—Uy, millones. A mí me importa un rábano que sea mi pareja. Si viola mis derechos, mis principios, y se traspasa de los límites, mira, querido, hasta aquí. Lo vuelves a hacer y ya no estamos juntos. Imagínate que te encuentras llorando porque tuviste un problema, un conflicto en el trabajo con tu jefe. Llega tu pareja, te ve llorando y no te pregunta qué te pasa. Eso es indiferencia. Y ya vimos que es una falta de respeto. La gente dirá que es muy difícil poner límites.
—En este punto, habrá quien piense que nos es fácil marcar límites. ¿Usted está de acuerdo?
—Por supuesto que no es fácil, pero la vida está llena de dificultades. Es difícil estudiar una carrera, criar un hijo o sostener un matrimonio. Muchos pacientes me dicen que no es fácil poner límites, pero es porque están buscando salir con una actitud muy posmodernista: quiero hacerlo rápido, sin dolor. Quiero apretar un botoncito y que mi marido, que es un monstruo de indiferencia, se vuelva cariñoso. No va a pasar. Marcar límites es tu condición humana. Si no lo haces, los vampiros van a llegar por todas partes. Y la persona sumisa al principio cae bien, pero después de un tiempo produce fastidio porque le falta personalidad y dignidad.
—¿Nos anclamos al pasado y eso nos limita a la hora de fortalecer nuestro amor propio?
—Sí, eso es así. No somos capaces de desafiar nuestra narrativa porque nos creemos el cuento que nosotros mismos nos montamos. Pero ¿qué pasaría si revisamos nuestra historia y vemos que quizás las cosas no son tan horribles como fueron? Si yo tengo un esquema mental de depresión, de tristeza o de que no valgo nada, mi historia se va a orientar hacia ese lado. Entonces hay que balancearla. Hay que buscar unas narrativas que sean más objetivas, que no se sesgue la información. Cambias la percepción de tu historia, la vuelves más realista. Y ahí vas a encontrar cosas que exageraste y que te afectan tu amor propio. Porque si te dijeron de chiquito que eres un tonto, que eres bruto, que no sirves para nada, y tú te has creído eso, vas a tener durante toda tu vida unas creencias que apoyan esa teoría.
Eso sí, si hay algo muy fuerte como un abuso sexual, como el maltrato físico, la esclavitud, el abandono potente, fuerte, crónico, la privación afectiva, en esos casos se genera un estrés postraumático y hay que pedir ayuda profesional. Pero fuera de esos casos, se puede revisar.
—¿Cómo revisar?
—Mirar álbumes. Hablar con la gente más anciana de la familia Hablar con amigos. En definitiva, revisar nuestra historia.
—Entonces sí considera que debemos acercarnos un poco al sufrimiento, ¿no?
—Lo considero yo y toda la psicología, por supuesto. Por eso uno no puede entender la vida si no entiende también lo negativo de esta. Que a veces no es lo negativo, hay un sufrimiento útil que nos puede ayudar con nuestro amor propio.
—Por último, ¿cómo saber si hemos llegado a él?
—El amor propio es un proceso. Cada día te vas acercando más. Cuando te falten tres segundos para morirte te va a preguntar alguien, ¿llegaste al amor propio? Sí, casi, casi, le vas a decir. Lo importante no es que llegues, sino que avances y que sientas que vas en buen camino.