María del Carmen González, psicóloga experta en catástrofes: «En la recuperación será clave la sensación de abandono durante la emergencia»

SALUD MENTAL

La especialista explica que emociones como el miedo, la tristeza, la rabia y la culpa son normales en sucesos como este
23 ago 2025 . Actualizado a las 18:22 h.Es difícil encontrar consuelo para aquellos que estos últimos días han perdido su casa, su pueblo o incluso su modo de vida. Después del shock inicial que se produce cuando el fuego acecha, aparece la adrenalina de querer hacerle frente o el miedo, la paralización, la desorientación, el no saber cómo actuar. Le sigue la incertidumbre y la angustia del no saber qué va a pasar. Y una vez extinguido, las cenizas: la tristeza, la pérdida, el duelo. Mari Carmen González, miembro de la comisión coordinadora del Grupo de Intervención Psicolóxica en Catástrofes e Emerxencias (Gipce) y vicesecretaria do Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia, desgrana qué se esconde detrás de una tragedia como esta.
—¿Cómo influye en la salud mental una catástrofe como los incendios que se han sufrido estos días en Galicia?
—A nivel de salud mental, los efectos se ven a posteriori. Podría hablarse de diferentes fases: cuando el fuego está cerca y lo ves venir, cuando estás inmerso en la energía y el después.
—¿Qué sucede en esa primera etapa, cuando el fuego se acerca?
—Cuando lo ves venir se nos activa el sistema de alarma y nuestros sentidos, normalmente, se agudizan. Nos ponemos a resolver. El cuerpo trabaja, funciona, recuerda lo que puede llegar a saber de antes; actuamos acorde a lo que sabemos. A veces, incluso ni sabemos que lo sabemos, pero nuestro instinto y nuestro conocimiento se mezclan y actúan para ponernos a salvo a nosotros y a las personas que queremos, o a nuestras posesiones.
También es normal que, cuando el enemigo o el peligro es mucho más grande que nosotros, como en este caso, al no tener control sobre el suceso, nuestro cuerpo puede sobrepasarse y que aparezcan conductas que no son muy adaptativas: quedarme paralizado o no ser capaz de entender las instrucciones que me dicen. La mente y el cuerpo van por sitios distintos y puedo hacer conductas que me pongan en riesgo. Intentar rescatar lo que ya no es rescatable o correr sin sentido hacia lugares que me pongan más en peligro. No entender, ya que a veces afecta también a la comprensión.
—¿Cómo nos hace actuar el miedo?
—El miedo me hace poner en alerta todos mis sentidos y poner en funcionamiento todos mis recursos de supervivencia, pero cuando se mantiene en el tiempo, cuando es mucho más del que mi cuerpo es capaz de sostener, puede que empiece con conductas erráticas que en otros momentos de mi vida no haría; incluso cosas que normalmente sé hacer, de pronto me quedo bloqueada y no sé hacerlo.
En una situación que sobreactiva mi sistema de alarma, puedo reaccionar con emociones que a lo mejor no son adaptativas, como el enfado.
—¿Qué papel tiene el enfado en una situación como esta?
—El miedo, que a veces resulta insoportable y no nos gusta, puede ser reemplazado en nuestro sistema nervioso por enfado o tristeza. El enfado da la sensación de que me da más fuerza y capacidad para actuar, pero en realidad, cuando tengo una emergencia, este provocará que desconfíe o que aparte a las personas que me quieren ayudar.
—Mencionaba también la tristeza.
—Sí. La tristeza hace que el cuerpo no funcione. Nos llena los ojos de lágrimas para que no veamos por dónde vamos, nos quita las fuerzas de las extremidades, nos pone la respiración muy pequeña. El miedo, la rabia, la tristeza y la ansiedad son emociones normales. Algunas me van a ayudar a afrontar las instrucciones, ponerme a salvo, atender a las otras personas para poder protegerlas. En ese sentido es bueno, pero cuando se desborda me puede bloquear. Y lo mismo con otras emociones como rabia, asco o vergüenza; incluso culpa. Cuando ves que algo así va a ocurrir y que tú no vas a poder controlarlo o frenarlo, también se ocultan sensaciones de impotencia.
—La espera, desespera, que se suele decir.
—Es que hay momentos en los que no queda más que esperar y genera mucha angustia, una sensación de que no estoy haciendo nada, estoy desamparado o no me están ayudando. También es un momento muy difícil de sostener, porque creemos que tenemos que estar haciendo algo, y ese hacer puede meternos en más dificultades o puede ponernos en contra de quienes están ayudando y dirigiendo el operativo.
—Cuando surgen esas ganas de querer cooperar y ayudar, ¿qué es lo que nos mueve?
—Nos mueve la adrenalina, pero también la humanidad, el miedo, la prisa. Nuestro sistema de alarma se activa y cuando se activa es porque mi cerebro detecta algo que no es bueno para mí y me quiere poner a salvo. La manera de ponerse a salvo puede ser atacando, huyendo o escondiéndome.
—¿De qué depende que se opte por una u otra?
—No lo decidimos nosotros. Que nuestro sistema automático vaya para un lado o para otro depende de lo que yo perciba como capaz. Si creo que puedo hacer algo, voy a querer ir, pero no siempre que creo que puedo hacer algo, puedo hacerlo. Es algo muy instintivo y en ese instinto también depende a veces de mi estilo de reacción, hay quien ante la mínima reacción de alarma se queda paralizado. Si ahora hubiese un ruido, un estruendo aquí donde estamos, uno se levanta, otro no se asusta… Eso cuando hablamos de un evento pequeño, imaginemos cuando se trata de una situación como esta, la de los incendios.
—¿Qué repercusiones tiene a nivel psicológico para aquellos que actúan directamente con el fuego?
—Las personas que están trabajando directamente con el fuego tienen sobreactivado su sistema de alarma. Pero también es importante mencionar el papel de aquellas que funcionan como retaguardia, la parte que permite que esas personas descansen, que puedas sentirte seguro. Con un trato amable, con una comida caliente, con silencio. Mantener la calma, mantener una actitud de cooperación y de hermandad también va a ayudar, son gestos voluntarios y también ayudan.
Entretener a los niños, hacer sentir seguros a los ancianos haciéndoles compañía, informándoles en la medida que ellos puedan entender, hacer que las horas pasen un poquito más rápidas, sintiéndose seguros y cuidados. A la hora de recuperarnos de cualquier tipo de emergencia, tiene un papel importante la sensación de abandono y de inseguridad que tuvimos durante la misma.
—¿En qué sentido?
—Es decir, una persona que durante una emergencia vivió algo donde ella pudo cuidar o pudo ser cuidada, va a tener unos mecanismos de protección mejores a la hora de recuperarse. En cambio, si se percibió abandonada, insegura, la sensación de desesperanza y de estar perdido es más grande y permanece más en el cuerpo. Por eso, las horas de cuidado mutuo, de fraternidad y de compañerismo van a ayudar a que cuando tengamos que recuperarnos, sea más sencillo.
—En estas situaciones también puede aparecer la incertidumbre, ¿cómo se puede gestionar?
—Lo malo que tiene la incertidumbre es que nos puede plantear cientos de escenarios guiados por un sistema de alarma encendido, con lo cual van a ser terribles, seguramente. Lo mejor para la incertidumbre es el presente, el aquí, el ahora. ¿Qué puedo hacer? Jugar con las cartas que se tienen. ¿Quién es la persona que me va a informar de los siguientes pasos que tengo que dar? ¿A quién puedo preguntarle las dudas que tengo? La incertidumbre se atiende, se ataca con la certidumbre, con lo que es cierto, con lo que me toca hacer ahora.
—¿Qué hay del después, cuánto puede tardar una persona en recuperarse de un shock así?
—La recuperación va a depender, por un lado, de los recursos personales: mi salud mental y física, la etapa de vida en la que esté. Pero también el apoyo percibido a otro nivel, un poco más amplio, desde la sociedad o desde la administración. ¿Cuánto voy a tardar en volver a tener la vida que tenía antes? Pues probablemente dependa de los daños que haya hecho el fuego. Y tardaré más de lo que tardó el fuego en destruirlo.
Las autoridades deben aportar recursos que faciliten la vuelta a la seguridad y esta implica tener recursos. Al final, cómo se recuperan las personas, no depende solo de ellas.
—En el caso de que hayamos sufrido pérdidas, también toca hacer frente a un duelo, ¿no?
—A un duelo y a una injusticia. Está claro que cualquier duelo se considera injusto, pero justo cuando hablamos de catástrofes así, es algo que no depende de las acciones propias. A veces uno puede arriesgar y, si pierde, sabe que ha arriesgado; como con un proyecto profesional, por ejemplo: puede salir bien o mal, y afronto las consecuencias. Pero esto es muy injusto. No hice nada para merecer esto, no hice nada para que esto me pase a mí y cualquier tipo de pérdida, material o no, es un duelo.
Incluso podríamos hablar de un duelo para el resto de la comunidad. Los que no estamos en zonas afectadas, aunque lo vivimos más de lejos y las emociones no sean tan intensas, también vivimos un duelo. De nuevo, el sentimiento de comunidad: una gran parte de nuestra tierra se ha quemado y es muy injusto.