
Lola González acaba ser evaluada como persona altamente sensible, una condición que siempre la ha acompañado: «En un espacio con varias personas me siento como si escuchara cinco emisoras de radio al mismo tiempo»
15 sep 2025 . Actualizado a las 11:26 h.Lola González tiene 46 años y lleva escuchando toda la vida comentarios como «eres una exagerada» o «una melodramática». Confiesa que, cuando era pequeña, su hermana alquilaba películas «porque le hacía gracia que yo me pusiera a llorar con ellas», que siempre «ha necesitado cariño» y que con el tiempo, acabó encerrándose en sí misma. También sufre, desde siempre, una mayor sensibilidad a los olores y situaciones que podrían ser insignificantes o no alterar la rutina diaria de una persona, para ella se hacen un mundo. Desde hace unos meses le ha puesto nombre a todo esto. La viguesa es PAS, es decir, una Persona Altamente Sensible.
Según la Asociación de Psicólogos y Profesionales de la Alta Sensibilidad (PAS España), las personas altamente sensibles corresponden con un 20 o incluso un 30 % de la población. No es un trastorno, sino un rasgo de la personalidad, que fue definido por la doctora Elaine Aron en sus estudios en la Universidad Stony Brook de Nueva York en la década de los noventa.
Así, a nivel científico se le conoce como Sensibilidad de Procesamiento Sensorial (SPS) y se basa en cuatro pilares: una profundidad de procesamiento de la información, es decir, un análisis más profundo o exhaustivo de los estímulos percibidos que derivan en una respuesta más intensa; una gran emocionalidad y capacidad de empatía, que se muestra con reacciones algo más extensas debido a vivir y sentir de manera más intensa; mayor sensibilidad ante las sutilezas del ambiente, ya sea olores, sabores, texturas o estimulación visual; y, por último, una mayor saturación mental y sobre-estimulación sensorial, debido al exceso de información y la sobrecarga de estímulos.
«Al final, la etiqueta de ser PAS te sirve para confirmar que no eres una exagerada o una melodramática. Mis sentimientos son los que tengo, no los estoy exagerando, es cómo lo vivo yo», reflexiona González. Desde que hizo el test y ha descubierto que forma parte de ese porcentaje de población dice entender muchas cosas. «Tengo una hija adolescente y, aunque a lo mejor otra madre no lo vive con tanta intensidad, a mí algunas contestaciones de mi hija me pueden hundir», cuenta.
Aunque con las películas no le sucede tanto porque «sabe que es ficción», expresa que puede llegar a pasarlo muy mal con las noticias. «Cuando volví de vacaciones y vi todo lo que había pasado, toda Galicia quemada, me puse a llorar. Y mi hija se me quedó mirando como pensando: ''¿Por qué lloras?''. Pero es que yo no lo puedo evitar».
Desde que sabe que es PAS ha pasado a formar parte de la Asociación Galega de Alta Sensibilidade (Agalas). «Y me encantaría formar parte de muchas actividades que llevan a cabo, pero vivo en Vigo y se suelen llevar a cabo en A Coruña. Soy de las personas que creo que ir a terapia nos vendría bien a todos, aunque mi experiencia en ella, en el pasado, no fuese muy buena. Sé que me vendría muy bien, pero me cuesta mucho dar el paso», explica.
A la persona que dirige la entidad le preguntó en su día si veía la alta sensibilidad como una virtud o una condena, «y ella me dijo que como un don; aunque yo, a veces, no sabría qué decir», lamenta Lola. «Me gustaría tener un botón que me permitiese desconectar y que no me afectaran tanto las cosas», añade.
Isabel de la Iglesia también es PAS: «Siempre me he sentido el patito feo»

A esa misma asociación llegó por casualidad Isabel de la Iglesia, de 55 años, después de que una amiga le invitase a ir con ella a la presentación. «Cuando empezaron a explicar lo que implicaba la alta sensibilidad para los niños —a los más pequeños con este rasgo de la personalidad se les engloba con las siglas NAS—, me vi ahí, en esas diapositivas», cuenta. Lo vivía como algo «interno», pero «desde pequeña me he sentido diferente, como el patito feo». Aunque reconoce que siempre ha tenido amigas, «me faltaba ese disfrute, con frecuencia había como una tensión, una sensación de no ser suficiente, pero como mi rendimiento escolar era óptimo, nunca se le dio más importancia». Isabel, echando la vista atrás, reconoce que también había situaciones con mayor sobreestimulación. «Me impactaban mucho los conflictos, las discusiones, las voces altas».
Pasaron los años y optó por dedicarse a la peluquería y estética, abriendo su propio centro durante más de treinta años y reconoce que ahí fue más consciente de la saturación que llegaba a sufrir. «Estaba muy activada, no solo porque trabajaba pendiente del reloj y del resultado, también por cómo me afectaban las experiencias dolorosas que compartían algunas clientas. Ahora me doy cuenta del gran impacto que tenía en mi día a día».
En el ámbito personal, Isabel fue madre y cuidadora de sus padres. «Las dos cosas sucediendo al mismo tiempo fue una activación muy fuerte y de mucha intensidad. Además, yo no sabía que era altamente sensible, no sabía cómo me impactaban estas cosas, estaba enfocada en resolver y encontrar soluciones, salir adelante».
Pero todo dio un revés. «Al estar sosteniendo todos estos estímulos y luego con relación a mi trabajo, en donde estaba muy enfocada en hacerlo lo mejor posible, me costaba mucho decir que no, aunque estuviera desbordada. Hasta que me diagnosticaron una polisensibilización alérgica en relación con mi actividad». Isabel tuvo que cerrar su centro y se dio cuenta de que había síntomas que había normalizado, como el dolor de cabeza, el cansancio, la tensión muscular o las molestias en la garganta. «Busqué información sobre mis síntomas y acabé consultando a la asociación de personas afectadas de Sensibilidad Química Múltiple de Galicia (SQM), que me orientó para encontrar un especialista, que efectivamente me confirmó que también tenía SQM».
Se van a cumplir tres años desde que cerró su centro, ya que tiene una incapacidad reconocida para trabajar en actividades de peluquería y estética. «Pero al ser sensible a los químicos, me encuentro continuamente con muchas barreras invisibles, desde las fragancias presentes en los productos de higiene personal, detergentes, productos de limpieza, ambientadores, hasta cualquier tipo de contaminante ambiental. Esto convierte acciones tan cotidianas como socializar, utilizar transportes o estar en determinados espacios, en un auténtico desafío. No por falta de voluntad, sino por los síntomas que se desencadenan al estar en contacto con los químicos presentes en el ambiente», amplía.
Isabel desconoce si la sensibilidad química y la polisensibilización alérgica tienen algo que ver con ser altamente sensible. «En mi caso la polisensibilización fue primero. Era una alergia de contacto, en donde yo tenía una reacción al contacto con las sustancias, que eran las mismas que trabajé durante mucho tiempo, pero que mi cuerpo empezó a reaccionar hacia ellas; luego, la sensibilización a los químicos, lo noté después, pero tampoco sabemos si lo tenía de antes y lo estaba normalizando», explica.

Un sistema nervioso que funciona diferente
Las personas altamente sensibles se caracterizan por un pensamiento incesante, rumiativo. Tener tanta actividad cerebral provoca que se sobreestimulen y puedan sentirse estresadas o saturadas, por lo que necesitan tiempos de recuperación mayores. «Ahora soy consciente, pero antes de saber que era PAS, me sentía rara porque en un espacio con varias personas estaba hiperactivada, como si escuchara cinco emisoras de radio al mismo tiempo. No es fácil gestionar que tu sistema nervioso funciona de un modo diferente», cuenta Isabel.
Además, una PAS tiene una mayor activación de las neuronas espejo (aquellas que se activan tanto al realizar una acción como al observar a otra persona realizarla, permitiendo la empatía, el aprendizaje por imitación y la comprensión de las intenciones y emociones ajenas) y, en consecuencia, tienen una mayor empatía hacia los demás. Pero esa capacidad de ponerse en el lugar del otro también puede repercutirles negativamente. «Me resultaba muy difícil desconectarme del estado emocional de quienes me rodeaban; al percibir el sufrimiento de alguien mi atención se centraba inmediatamente en esa persona».
Con todo, Isabel se queda con las ventajas que también le proporciona este rasgo de la personalidad. «Aunque al principio era una dificultad para mí, cuando tenía el centro, entablar conversación con los clientes,con el tiempo, mi sensibilidad y alta empatía facilitaron que surgieran conexiones profundas».
Asimismo, exploró «la otra cara» del rasgo. Se refugió en la escritura, publicando un poemario y participando en varias convocatorias de microrrelatos, empezó a experimentar con las acuarelas y le motivó mucho dejar aflorar esa parte más creativa de ella misma. «Que algo termine, en mi caso la actividad laboral a la que dediqué más de treinta años, no tiene por qué ser el fin. La clave es seguir adelante», sostiene Isabel.