La memoria de los niños: «Un niño de seis a doce años necesita memorizar. Es la única forma de aprender»
LA TRIBU
Te explicamos cómo funciona la memoria de los niños y por qué no podemos recordar eventos de nuestra infancia con nitidez
18 mar 2023 . Actualizado a las 17:22 h.¿Alguna vez te has preguntado por qué no tenemos ningún recuerdo de nuestros primeros años de vida? Nuestro cerebro está en continuo desarrollo desde el día que nacemos y nuestra memoria también va evolucionando a medida que crecemos. Pero ¿cómo es ese proceso? Te lo explicamos a lo largo de las diferentes etapas que se pueden dar en la infancia. Lo que sí se puede avanzar es que, si tenemos un recuerdo antes de los tres años, probablemente sea falso. A este fenómeno se le conoce como amnesia infantil.
«La memoria está asignada al aprendizaje. Se puede decir, en cierta manera, que son lo mismo. Sin memoria no puedo aprender y el aprendizaje se almacena en la memoria. Aprendemos desde el momento en el que tenemos sistema nervioso central y eso empieza a pasar en el embarazo, porque el feto ya empieza con aprendizajes, aunque son muy simples. Porque una cosa es lo que tu estructura nerviosa esté capacitada para aprender y otra lo que el entorno te ofrezca para aprender», explica María José Mas, neuropediatra.
La memoria y el aprendizaje durante el embarazo
Un feto tiene muy poco aprendizaje porque, tal y como apunta Mas, «para empezar, las terminaciones por las que aprende el entorno aún no están formadas. Es decir, los ojos, el oído, el gusto y el resto de los sentidos aún no se han acabado de desarrollar, aunque sí lo hace el tacto. Ya se desarrolla en el útero y lo siguiente que se aprende son los movimientos».
De esta forma, nuestro primer aprendizaje es totalmente sensorial. «Está totalmente supeditado a los sentidos que yo tengo y a lo que el entorno ofrece o no a mis sentidos. Es decir, aunque yo tenga ojos, que el feto los tiene, si no existe luz, ni veo ni puedo aprender. Si el entorno no me ofrece los estímulos necesarios para que mis órganos de los sentidos puedan ejercitarse, no tengo un aprendizaje», amplía la neuropediatra, autora del libro La aventura de tu cerebro (Next Door Publishers, 2018).
«Aunque sabemos que no recordamos eventos relacionados con los primeros años de vida, las experiencias que los niños tienen se van registrando cerebralmente; de este modo, van desarrollando un aprendizaje de cómo desarrollarnos en el día a día mediante el lenguaje, el contacto social, la anticipación de rutinas, etcétera», comenta Natividad Narbona, neuropsicóloga miembro del Consorcio de Neuropsicología de España. Y aclara: «No recordamos de esos primeros años hechos específicos (memoria episódica o autobiográfica), pero sí vamos aprendiendo patrones y conductas que quedan registrados y nos ayudan a aprender de la experiencia (memoria inconsciente o implícita). Esta reducción en el número de recuerdos en la primera infancia ha sido denominada por algunos autores como "amnesia infantil"».
Se conoce como amnesia infantil a la imposibilidad de recordar, cuando somos adultos, nuestros primeros años de vida, hasta los tres o cuatro años (dependiendo del caso). Se trata de una escasez de recuerdos o incluso una ausencia de los mismos, y todos la sufrimos.
La memoria hasta los 6 años de vida
Según palabras de la neuropsicóloga, la memoria comienza a formarse desde el primer día de nuestra vida. «Se encuentra relacionada con el desarrollo de otras funciones cognitivas como la atención o la función ejecutiva. La primera memoria que desarrollamos, esa memoria implícita o inconsciente, se desarrolla a través de memorias sensoriales como el tacto, el olfato o el gusto. Por ejemplo, en los bebés, se desarrolla la memoria de las caricias, el olor de sus madres o el gusto de la leche. También se desarrolla la memoria a través de las emociones, el aprendizaje motor y los procesos de condicionamiento, entre otros», apunta Narbona. .
Así, una de las primeras memorias que se van formando es la sensorio motora. «En los primeros años de vida, lo que se hace es empezar a moverse en entornos de una forma eficaz y autónoma», asegura la neuropediatra. Otras acciones más complejas, como el habla y el control de esfínteres, tardan más. «En estas edades tempranas, la conducta no está regulada. Tú dejas a un niño pequeño hacer lo que quiera y efectivamente, lo hace. No entiende por qué no puede cruzar en rojo o por qué tiene que limpiarse la boca después de comer. Se lo tienes que explicar», explica.
«Tu memoria, poco a poco, de muy pequeño, solo recuerda emociones y eventos muy sensoriales, pero no uno concreto. Si le preguntamos a un niño de tres años qué hizo ayer, le tienes que ir preguntando cada cosa poco a poco y puede que te conteste, pero, por sí mismo, difícilmente lo va a decir. ¿Qué aprende, entonces, un niño de tres años? Los colores o las formas, con gran soporte sensorial. Porque todavía no hay un desarrollo del lenguaje. Un niño a esta edad sí, habla, pero eso no quiere decir que tenga lenguaje», precisa Mas.
¿Y si tengo recuerdos de mi infancia durante esta etapa?
La neuropediatra apunta a que podemos llegar a recordar eventos en esta etapa si estos también son muy sensoriales o emotivos: «"Si entro en un sitio y huelo una colonia, me acuerdo de la casa del pueblo de mi abuela", es un ejemplo de este tipo de recuerdos. ¿Por qué nos acordamos de eso? Porque el olor no es un evento, es sensorial».
Otro punto a tener en cuenta —al igual que sucede con la memoria de los adultos— es la emotividad. Cuando lo que sucede nos emociona, se graba más fuerte en nuestra memoria. «Cuando pensamos en alguien que queremos, tenemos una sensación cálida. Si nos acordamos de un familiar o de alguien al que le tenemos cariño o queremos mucho, tenemos sensación de confort y tranquilidad. Y eso también sucede en esas edades tempranas», apunta la neuropediatra. Y añade: «Es raro que alguien antes de los seis años recuerde cosas que no sean sensaciones o eventos muy cortos. Además, hay que tener en cuenta el recuerdo inferido: tú no te acuerdas, pero alguien te lo cuenta. Te crees que lo recuerdas, pero no es así».
Entre los tres y los seis años van madurando las áreas cerebrales encargadas de regular las funciones ejecutivas. Por eso, la cantidad de información que somos capaces de recordar va aumentando de forma progresiva.
Cuando ya existe un dominio del lenguaje, a los cinco o seis años, «el niño ya empieza a entender lo que quiere decir "mañana" o "la semana que viene", ya existe el concepto de tiempo y eso indica una capacidad de abstracción mucho más alta. Evidentemente, su capacidad de aprendizaje sigue estando limitada por sus capacidades cerebrales y sigue teniendo un aprendizaje muy sensorial y motor, pero ya puede inferir del entorno».
¿Es verdad que en estas edades los niños aprenden mucho más rápido?
«Los niños tienen mucha capacidad para las praxias», asegura Jesús Porta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología, en un artículo de La Voz de la Salud en el que proporcionaba consejos sobre cómo cuidar nuestra memoria. «Aprenden rápido a practicar algún deporte o a realizar actividades de su vida diaria, mientras que la memoria semántica les cuesta un poco más. Pero según vamos desarrollando, el cerebro va cambiando. Y cuando llega una edad, las praxias o aprender nuevos movimientos nos cuestan mucho más», añade.
¿Y a la hora de aprender otras cosas, como un nuevo idioma? Aquí las «posibles facilidades» que pueda proporcionar el hecho de estar desarrollándose aún nuestra memoria, no están tan claras: «A edades muy tempranas casi que es preferible adquirir primero un idioma y después otro. Sinceramente, no tengo muy claro que aprender inglés —por ejemplo— sea beneficioso. A los seis, sí, pero a los tres, no lo tengo claro. Al menos que tu entorno natural sea bilingüe o un país en el que se hable dos idiomas», considera Mas.
Cómo potenciar la memoria y el aprendizaje de los niños
«El entorno tiene que ser rico en estímulos, pero no aturdidor», confirma la neuropediatra. «El aprendizaje y la memoria se pueden favorecer con un entorno estructurado. Puede ser presentando estímulos y novedades al ritmo del niño —porque los hay que necesitan más tiempo para analizar eso que están viendo y pasar a la siguiente novedad, para aprender— de una forma estructurada. En edades tempranas la rutina es fundamental», recomienda la neuropediatra.
Otro factor importante, según la doctora, es el acompañamiento en este aprendizaje: «Lo podemos estimular introduciendo novedades, dándole tiempo al niño como para que juegue con eso. Si los juguetes a pilas te ponen nervioso incluso a ti, mejor eliminarlos también para el niño».
En esta línea, Narbona añade que «una de las mejores formas de potenciar el desarrollo de la memoria en los niños es proporcionar experiencias agradables a través de modelos de crianza basados en el respeto y la confianza. Donde se enseñen a los niños conductas de afecto y hábitos saludables, ya que los niños aprenden mejor a través de experiencias positivas. Además, otra forma de potenciar la memoria del niño es a través del juego ya que el juego es la actividad infantil que más refuerza y sabemos que aprendemos más y generalizamos mejor cuando lo hacemos a través de aprendizajes significativos».
¿La memoria y el razonamiento en la escuela, enemigas o complementarias? La neuropediatra lo tiene claro: «Aprendizaje es memoria y memoria es aprendizaje. Hay una edad que corresponde más o menos con la etapa primaria, en la que la memoria es imprescindible. Eso no quiere decir que no entiendas lo que has memorizado, sino que para aprender, hay que tirar de memoria: repetir y repetir. Un niño de seis a doce años, por ejemplo, necesita memorizar. Es la única forma de aprender». Sin embargo, esto no quiere decir que no existan formas dinámicas o atractivas de hacer memorística.