Álvaro Bilbao, neuropsicólogo: «Un chico de 16 años tiene que dormir nueve horas al día»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

Álvaro Bilbao es doctor en psicología y neuropsicólogo.
Álvaro Bilbao es doctor en psicología y neuropsicólogo.

El experto en educación y crianza explica que el cerebro adolescente todavía es «tremendamente inmaduro», por lo que los padres tienen que mantenerse presentes

16 mar 2024 . Actualizado a las 15:08 h.

Álvaro Bilbao es doctor en Psicología, neuropsicólogo y padre de tres niños. Formado en el prestigioso hospital Johns Hopkins, el experto ha colaborado con la Organización Mundial de la Salud y sus libros se han convertido en best sellers sobre educación y crianza. Tras el éxito de El cerebro del niño explicado a los padres (2015), el experto publica ahora Prepárate para la vida (Plataforma editorial, 2024), una guía para los adolescentes y sus padres, que contiene las claves para atravesar esta etapa y los complejos desafíos que esta plantea.

—Señala que la inteligencia emocional es una herramienta clave en el desarrollo de los jóvenes. ¿En qué consiste?

La inteligencia emocional son los conocimientos y las experiencias que tenemos acerca de nuestras emociones, de la empatía y de cómo podemos usar este conocimiento para gestionarlas mejor y relacionarnos sanamente. Mejorar la relación con los demás y con nosotros mismos requiere esa comprensión de las emociones propias y de los demás.

—¿Cómo podemos trabajar sobre esa inteligencia emocional desde edades tempranas?

—El autoconocimiento es importante. Desde algo muy personal de cómo soy, de las cosas que me gustan y las que me molestan, hasta cómo funciona el cerebro. Dentro del manejo emocional, el primer paso es entender bien las emociones, qué son, cuáles son y para qué sirven. Los chicos y chicas a veces tienen un vocabulario de cuatro o cinco emociones, que son bien, mal, contento, triste y enfadado. Las dos primeras ni siquiera son emociones, son polos emocionales. Entonces, es importante ampliar ese vocabulario y ayudarles a entender que todas las emociones son útiles, que todas nos pueden guiar y que hay que saber leer qué nos quiere decir cada una en cada momento.

—¿Qué herramientas ayudan a escuchar esas emociones?

—La primera herramienta es la propiocepción, es decir, sentir las emociones en el cuerpo. Sentir la respiración, el estómago, el latido del corazón, las tripas. Tenemos muchas conexiones neuronales que van desde las vísceras al cerebro y hay una región cerebral que traduce esas señales y elabora las emociones. Por tanto, cuando un chico o una chica queda con una persona, es importante que después de estar con esa persona se detenga a ver cómo le está haciendo sentir. Muchas relaciones tóxicas acaban así después de que la persona haya pasado por muchos momentos en los que aparentemente le trataban bien, pero de alguna manera se sentía maltratada o a disgusto. Si no escuchamos las emociones, no nos damos cuenta de ello. La segunda herramienta es hablar de lo que nos pasa con otra persona, explicar cómo estamos, qué sentimos, qué ha pasado y dejar que alguien nos escuche y nos devuelva información. Luego, escribir las cosas que nos hacen sentir bien o mal también puede ser útil.

—¿Cuáles son los desafíos específicos de la adolescencia?

—Hay cuatro desafíos muy importantes. El primero que van a experimentar los chicos y las chicas es la sensación de separarse de los padres. A nivel psicológico, dejan de estar bajo su protección y control y empiezan a pasar más tiempo en la calle o con los amigos. Es un proceso que a muchos les produce angustia. Pueden sentirse inseguros, expuestos. Sobre todo a los 12 o 13 años. El segundo desafío es encontrar un grupo de amigos. Puede darse de manera natural, pero para el que sufre bullying o el que tiene menos habilidades sociales, puede ser angustioso. El tercer desafío tiene que ver con los riesgos. Es una etapa en la que hay que aprender a gestionarlos de cara a la vida adulta. Entonces, hasta el más tranquilo se vuelve un poco transgresor porque a nivel biológico es lo que tiene que desarrollar. Pero también aparecen aquí las drogas, que son una forma de exponerse a situaciones nuevas y asumir riesgos, con consecuencias muy a largo plazo. El último desafío que afrontan los adolescentes es el tema de las pantallas y la exposición social. Esto tiene una gran influencia en su estado emocional, en su capacidad para gestionar la frustración, la relación con los otros y la imagen.

—¿Cómo se les debe acompañar en esa etapa?

—El vínculo entre padres e hijos tiene que ser fuerte. Al llegar a la adolescencia, nosotros tenemos que ser los que hacemos valer las normas. A veces te encuentras familias en las que son los padres los que le lian el primer porro al hijo o empiezan a beber alcohol con él y eso es un error. Tenemos que evitar esto, pero intentando que la relación con nuestros hijos no se rompa. Tenemos que intentar decirle que vuelva a su hora pero sin llegar a gritos o discusiones fuertes. Hay que tener paciencia y también firmeza. Es importante acompañarlos y escucharles. Hay que darles espacio para que vayan a su habitación si están frustrados o agobiados, permitirles estar a su aire, pero sin dejar de estar presentes como un faro. Quizás tener una actividad que compartamos juntos, como cocinar por la noche, o ir a ver el fútbol los domingos. Tener ese espacio en el que el chico o la chica pueda venir a contarnos si está preocupado, o si le está molestando algo. Ese es nuestro papel: dar libertad, mantener las normas, conservar la relación y ser una persona de referencia a la que puedan acudir.

—¿Qué errores cometen frecuentemente los padres en esta etapa?

—El error principal es que no ponen límites, que dan demasiada libertad, que entienden la relación con sus hijos como una relación de colegas, porque ya se afeitan y físicamente tienen un aspecto de adultos. Realmente, no lo son. Hasta los 23 o 24 años, no acaban el proceso madurativo y, por tanto, necesitan figuras paternas para poder desarrollarse. Otro error es ser demasiado inquisitivos, no podemos relacionarnos con nuestros hijos solamente para decirles que se pongan a estudiar o que dejen las pantallas. Así solo vamos a encontrar una reacción muy contraria. Lo recomendable es conectar primero. Hacer un comentario positivo, preguntar qué tal ha ido el día y luego ayudarles a empezar con sus tareas. Los chicos tienen que explorar, tienen que tener sus dudas, probar. Nuestro trabajo no es tanto decirles lo que tienen que hacer como ayudarles a saber lo que ellos sienten o necesitan. Hay estudios que muestran que los padres que ayudan mucho a sus hijos a decidir acaban teniendo hijos que toman peores decisiones y se sienten más insatisfechos.

—¿Cree que los padres deberían tener acceso a las contraseñas y los dispositivos de los adolescentes?

—No hay una postura única. Durante los primeros años, sí diría que es importante que haya supervisión, acceso y control parental. Hay que ir haciendo acuerdos en los que los padres vamos a tener acceso a la información del chico, ya sea porque hemos acordado que nos lo van a enseñar, ya sea porque tenemos acceso directo. Hay situaciones de bullying, de abusos sexuales, de ciberacoso, entonces, es importante que tengamos esa capacidad de protegerlos y detectar esos peligros.

—El sueño es uno de los grandes déficits en los adolescentes. ¿Qué consejos daría para fomentar unos buenos hábitos de descanso?

—Tiene que haber una buena higiene de sueño por parte de todos los miembros de la familia. El primer paso es que los teléfonos móviles duerman en habitaciones distintas de las de los dueños. Podemos dejarlos en la cocina, por ejemplo. Pero no en la habitación. Porque hay niños que se duermen a las tres de la madrugada porque se han quedado viendo YouTube o TikTok, o chateando con sus amigos, y van al instituto habiendo dormido cuatro o cinco horas. Eso no puede ser. Un chico de 15 o 16 años tiene que estar durmiendo nueve horas al día como mínimo. El sueño de la noche se va preparando durante todo el día. Las pantallas se tienen que apagar un rato antes de dormir, tenemos que cenar en familia, tener un rato de conversación. Todas esas son actividades que ayudan a ir apagando el cerebro a la noche. Y si es posible que el chico o la chica, en lugar de pasarse la tarde entera viendo el móvil, haga algo de ejercicio, también va a ayudar.

—¿Qué señales pueden indicarnos que un adolescente no está bien?

—Muchas veces, los casos de depresión o ansiedad se pueden manifestar de formas totalmente silenciosas. Puede que pasen más tiempo en la habitación y pensemos que simplemente desean privacidad. Casi siempre, los casos en los que hay mucha irascibilidad y agresividad hacia los padres pueden esconder un consumo de drogas, o bien un caso de depresión o de acoso. Entonces, lo más importante es mantener una relación estrecha con los hijos y mantener el flujo de la comunicación. No ser críticos cuando nos cuentan sus cosas, sino escucharles, tener ratos en familia sin mirar el teléfono por nuestra parte. Si somos capaces de hacer eso, los problemas no nos van a pasar desapercibidos.

—¿En qué momento hay que acudir a consulta?

—Cuando sintamos que la relación con nuestros hijos tiene mucha agresividad, o si la convivencia es difícil y esto afecta a nuestro estado de ánimo. Cuando vemos que nuestro hijo está muy aislado y encerrado en su habitación, no tiene amigos, no quiere salir, o cuando vemos que hay un sufrimiento claro. Y, por supuesto, cuando hay sospecha de trastornos alimentarios, también es muy importante consultar. A veces, una primera consulta puede hacer que el problema se ponga en la mesa varios meses antes de que se cronifique y sea mucho más difícil intervenir.

—¿Cuáles son algunos mitos sobre la adolescencia que deberíamos erradicar?

—Algunas personas piensan que porque el adolescente ya tiene un desarrollo físico casi completo, puede tomar decisiones como un adulto. Esa idea es equivocada, porque su cerebro todavía es tremendamente inmaduro y va a tener muchas dificultades para gestionar algunos aspectos. También está la idea de que todos los adolescentes son problemáticos. La mayoría de ellos son encantadores, tienen muchas ganas de conocerse y de descubrirse a sí mismos.

—¿Qué rol deberían tener las familias en la educación sexual de los adolescentes?

—Es algo que cuesta mucho, pero es importante hablar del tema con los chicos y las chicas. Normalmente, las madres hablan más con sus hijas acerca del período, pero con los chicos cuesta más trabajo. Un primer paso es tener conversaciones y poder hablar con ellos. Hay documentales sobre el tema. Uno que recomiendo se llama Generación porno. Si un adolescente es capaz de entender que la pornografía, que es la principal fuente por la que van a acceder a la sexualidad, es una ficción, van a poder separarse de la presión y de las ideas del tamaño del pene o de los pechos, y de cuánto tienen que durar los encuentros. Lo importante es dejar claro que la sexualidad es algo bonito y natural que podemos disfrutar con alguien con quien estamos a gusto. Si transmitimos esos mensajes, ya hemos hecho gran parte de lo que podemos hacer.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.