Inés Moreno, traumatóloga: «Los médicos que se mueven menos, tienden a recetar menos ejercicio físico»

VIDA SALUDABLE

La granadina reorientó su carrera hacia la medicina después de formarse como ingeniera, pero ha sabido aprovechar sus conocimientos de física para desempeñar su labor actual
02 jun 2025 . Actualizado a las 11:47 h.Inés Moreno Sánchez (Granada,1987) es traumatóloga. Una traumatóloga geek, en concreto, que es el nombre de usuario que utiliza para divulgar en redes sociales. Se trata de un anglicismo usado para definir a aquellas personas apasionadas por la tecnología, las ciencias o elementos de la cultura popular —especialmente aquellos vinculados a videojuegos, series de animación o a la ciencia ficción—. En definitiva, si al denostado adjetivo friki lo liberásemos de prejuicios y estigmas, la definición se ajustaría bastante. Que a Inés le gusta la física se nota con un breve vistazo a su perfil, donde lleva sus conocimientos en esta materia para explicar por qué, por ejemplo, la ropa de quirófano pasó de ser blanca a verde o azul. La respuesta es que las luces de quirófano y la ropa blanca casan mal: el desvanecimiento del color, una cuestión física, provocaba que los cirujanos acabasen perdiendo la capacidad de distinguir el rojo correctamente.
—Hablando de física, el contenido que hace se ve muy enriquecido por su formación. Porque fue ingeniera antes que médica, ¿no?.
—Sí, exactamente. De las comunicaciones. De hecho, creo que ese pasado fue el que me llevó a elegir la especialidad que elegí. Porque en traumatología hay mucha presencia de la física: muchas palancas, mucho «dónde pongo el tornillo para que no me haga fuerza y que el hueso sea más o menos estable». Cuando tuve que elegir, dudaba entre rayos, trauma u oftalmología, donde también la física juega un papel importante por cómo funcionan las ondas de luz. Me gustaba que tuviese esa parte y también el manejo de aparatos.
—Se habla mucho de que la medicina es una cuestión vocacional. Aunque sin nota de corte, ahora que está ahí la selectividad, no hay vocación que valga. En cualquier caso, ¿logró encontrar un espacio donde casar sus conocimientos de física con la práctica médica?
—Sí. Hay veces que me escribe gente planteándome dudas sobre su futuro. «Ay, es que no sé si hacer medicina», y cosas del estilo. Yo siempre digo que la medicina es una cosa grandísima; que es imposible que no vayas a encontrar una especialidad o un nicho en el que te puedas sentir a gusto. Tiene eso de bueno. Que nada tiene que ver la reumatología, con la traumatología o con la medicina interna. Y si ni siquiera te gusta ver a la gente, puedes elegir la especialidad de rayos o de anatomía patológica, donde no tendrás que ver a ningún paciente. Creo que todo el mundo puede encontrar su sitio.
—¿Por qué dio ese salto de ingeniería de telecomunicaciones a la medicina?
—En mi casa, la mayoría forman parte de la rama sanitaria. Mi madre es farmacéutica, mi padre es médico y mi hermano también. A mí me dio un poco de 'numeritis', hice mi selectividad y, en aquella época, se podían hacer dos vías. Si elegías una asignatura más, podías ir tanto por la rama tecnológica como por la biosanitaria. Y así lo hice. Acabé cogiendo 'teleco' porque saqué más nota en matemáticas y física y lo interpreté como una señal. Pero la verdad es que el mercado laboral de la ingeniería en España no era muy brillante. Hablé con mi padres, con el rabo entre las piernas, para preguntarles qué les parecería que siguiese en la facultad para hacer medicina. Me dijeron que si era lo que yo quería, pues que adelante.
—¿Pero le había ido bien en telecomunicaciones?
—Sí, a curso por año, pero ya veía la incertidumbre que había en el mercado laboral. Empecé la carrera en plena burbuja de las puntocom, pero la gente iba saliendo de la facultad y no tenía trabajo. Entonces, decidí pasar de la superior, que era de cinco años, a la técnica, que era de tres. Y una vez pasados esos tres años, pues aquello se acabó.
—¿Cómo fue el cambio? ¿Le gustó medicina desde el principio?
—Lo que sí me gustaba de medicina en comparación con telecomunicaciones es que en la ingeniería llegaba el señor, que ese día estaba inspirado, te ponía un problema rarísimo y nadie podía resolverlo, por lo que la nota máxima era un siete. En medicina sí que había una relación entre el trabajo invertido y tus calificaciones. Si tú echabas doscientas horas, sacabas buena nota; se estudiabas media hora, sacabas mala nota. En la ingeniería, no poder controlar este tipo de situación era un poco estresante.
—Y eligió traumatología, ¿por qué?
—Yo sabía que quería quirófano. Quería estar en un quirófano como fuese. Desde el principio, era algo me gustaba. Lo veo como pensar en formas de resolver puzles, que es lo que realmente es.
—Me imagino que nunca fue aprensiva.
—Me he mareado en quirófano como todos los estudiantes de medicina. Si no todos, la gran mayoría. Pero bueno, pasa y ya está. En mi caso, recuerdo que tenía la regla, que supongo que debió influir. Fue limpiando una herida purulenta. Tuvieron que abrir y empezó a salir pus... No sé cómo se me vería, pero la gente me empezó a preguntar «¿estás bien?», y yo decía que sí, que estupendamente. Lo siguiente que recuerdo es tener las piernas en alto y a gente abanicándome. Tuvo gracia porque el propio paciente me preguntaba si estaba bien. Y yo pensaba, pero si tú eres el paciente... Pero que la primera vez que abres un tobillo y empieza a salir todo, pues no es agradable para nadie. Y mira que en la carrera ya una se va entrenando, porque ves cadáveres en anatómico-forense, que siempre es impresionante.
—Qué tipo de operaciones se realizan en su campo, ¿predominan ya las artroscopias y las incisiones mínimas?
—Las dos cosas. Traumatología tiene varias subespecialidades. Nosotros solo empleamos la laparoscopia en la columna. Sin embargo, sí hacemos mucha artroscopia, que es lo mismo, pero dentro de la articulación. Son técnicas que, por ejemplo en la cirugía de hombro y de rodilla, han entrado mucho; se están haciendo un montón. Y, aquí, por cierto, ya hay varios artículos científicos que concluyen la gente que juega a videojuegos hace las artroscopias mejor. Puede que por eso que a mí se me den bien. El tornillo más pequeño que nosotros estamos poniendo ahora mismo mide un milímetro. Por eso hay fracturas que, si miden menos de un milímetro, es imposible realizarlas.
—Hablaba de que su especialidad es como cuadrar un puzle. ¿Hay mil soluciones para un mismo problema?
—Por supuesto, de hecho, en los congresos nos dedicamos a debatir. Por ejemplo, ante una fractura de hombro, hay quien prefiere poner clavos y hay quien prefiere poner una placa. Hay controversia, no te creas, y los posibles abordajes están mucho más abiertos que en otros campos. La traumatología es flexible. Es que es un puzle, literalmente. Un hueso se rompe, y puede haber más o menos fragmentos. Te toca elegir si abres el foco y que se muevan los fragmentos o si lo dejas sin abrir e intentas hacerlo desde fuera con un fijado externo, por poner un ejemplo. Hay muchas opciones. O, por ejemplo, la risartrosis, que es la artrosis del pulgar de la mano, hay tres formas distintas de operarla y toca elegir. Y todo esto no es fácil explicárselo al paciente; transmitirle cuáles son las ventajas y los inconvenientes.
—Una pregunta que quizás sea un poco de andar por casa, ¿las prótesis pitan al pasar por los arcos de seguridad de aeropuertos o estaciones?
—Normalmente no, porque suelen estar hechas o de cromo cobalto o de titanio. Podría suceder con las antiguas prótesis, que sí eran de acero, pero ahora mismo casi ningún material pita, es raro.
—También se suele decir que, como mucho, te puedes poner un cierto número de prótesis en tu vida, por ejemplo, en la cadera, ¿esto es cierto?
—No, exactamente; es más complicado. Piensa que la dureza de los materiales que usamos no es exactamente la misma que la del hueso. Intentamos que sean lo más similares posible; tanto de dureza, como de blandos, pero por ahora no se ha conseguido. Entonces, si implantamos a un paciente una prótesis de cadera, la prótesis va a llegar hasta la mitad del fémur. Si a eso le sumamos una prótesis de rodilla, ese trozo de fémur que se queda sin metal va a ser más susceptible de romperse.
—Realmente, si se piensa, es una absoluta locura que seamos capaces de sustituir una cadera original y cambiarlo por un trozo de otro material.
—En realidad, lo que ponemos ahora mismo son tres trozos de materiales distintos. En el caso de la cadera, en el hueso, ponemos plomo cobalto; en la cabeza del hueso, ponemos cerámica; y, en la pelvis, un polietileno de alto intercruzamiento. O sea, plástico, cerámica y metal.

—Pero ahí hay un momento en el que, cuando se quita el hueso, todo eso lo demás se queda colgando. Tendones, músculos...
—Oye, pero que los músculos de la cadera son los más fuertes del cuerpo. Si, a ti se te sale un dedo, se te sale un codo o un hombro, pues en urgencias se se te coloca. Pero como tengas la desgracia de que se te salga una cadera, eso es imposible volver a ponerlo en su sitio en el momento. Los glúteos, los bíceps femorales, los cuádriceps... ahí está la musculatura más potente del cuerpo. Para poder hacerlo hay que dormir al paciente sí o sí. Y cuando se opera una cadera, sí que se realiza a bastante profundidad. Se abre piel, tejidos subcutáneos y varias capas musculares hasta llegar a la cadera. Es como un palmo de profundidad.
—Hace algún tiempo escuché decir a un profesional que trabajaba con niños que el uso de pantallas ha hecho que se reduzcan drásticamente los huesos rotos entre la infancia, ¿esto lo ha notado o se lo comentan?
—No he trabajado tantos años como para establecer eso, pero sí noto la diferencia entre el invierno y el verano. Eso sí es algo que se percibe mucho. En invierno, los niños van al colegio y se acuestan temprano, entonces hay muy poca patología infantil. Pero cuando llega el verano, el padre se va a la terraza y el niño se queda jugando en el parque sí que hay mucha lesión. En codos y muñecas, por ejemplo.
—¿Le costó dar el salto a divulgar en redes sociales?
—Yo quería mantener perfil bajo. Pensaba en subir dos o tres vídeos y, si no los veía nadie, pues adiós y buenas tardes. Pero tenía ganas de explicar situaciones que me encontraba en mi día a día, porque a veces en la consulta cuento las mismas cosas quince veces. Decidí contarlo en redes, pero internet es gigante y pensé que sería raro que alguien conocido me encontrase. Pensé que el feedback inicial sería de gente que no me conocía y así podría evaluar si lo que hacía interesaba o no. A los dos días de empezar hice un vídeo sobre el calcio, sobre que estaba empezando a quitar las pastillas de calcio porque a la gente no le sentaban bien, que les daba problemas de estómago y que había empezado a cambiar los suplementos por leche, almendras y demás alimentos que son fuente natural de este nutriente. El vídeo tuvo un tirón impresionante. Mi madre no tardó ni una hora en llamarme para decirme: «Niña, ¿tú eres la Traumatóloga Geek?».
—Por cierto, menudo melón para empezar: el debate de la leche.
—Se han hecho un montón de estudios con respecto a la leche, pero la realidad es muy difícil encontrar alguno que no tenga financiación por parte de algún interesado. Ya sea del que hace el suplemento de calcio o del que vende la leche. Por eso, en el mundo académico, lo primero que hay que mirar de un estudio es quién lo paga o si no lo paga nadie. De todos los que se han hecho, hubo uno que era de los más grandes, que fue publicado en el año 2023 y en el que sí se encontró que la leche puede favorecer algún estado inflamatorio que se asocie con un mayor riesgo de padecer alguna enfermedad neurodegenerativa. Pero en general, los beneficios de la leche son mucho mayores que los riesgos.
—Lo cierto es que, desde un punto de vista casi antropológico, que seamos la única especie que consumimos leche de otro animal, es una cosa impresionante. Que ya sé que también somos los únicos que conducimos o bebemos cerveza, pero no deja de ser curioso.
—Y también somos los únicos que sobrevivimos a la menopausia. No hay otra especie que sobreviva tanto tiempo al fin de la etapa reproductiva.
—Curioso. Esta decisión de recomendar leche antes que suplementos de calcio, ¿la toma en base a lo que ve en la clínica?
—Sí. Como traumatóloga, al final veo a muchos pacientes con osteoporosis. A muchísimos. Y la primera línea de tratamiento es calcio y vitamina D. Y existen suplementos que ya incluyen calcio y vitamina D. Y uno piensa, «pues mira qué bien, qué bonito». Tienes además varias marcas, así que pruebas a ver cómo van. Y es verdad que hay gente que, incluso años después de empezar a tomarlo, te dicen que han empezado a tener mucha gastritis, que no toleran la comida, que tienen vómitos y que no saben qué les pasa. Cuando les pregunto si han probado a quitarse la pastilla del calcio, me dicen que llevan años tomándola, pero efectivamente, cuando se la quitan, estos síntomas se van. Además, es que he probado muchísimas formulaciones distintas: pastillas, polvo soluble y demás. Todas se acababan tolerando mal. Entonces les digo que se tomen cuatro vasos de leche al día. Algunos me dicen, ¿cuatro? Entonces les propongo dos vasos y dos yogures. Y con esto ya haces y, de paso, sumas proteínas y un montón de cosas que la pastilla no te da.
—Pero además de que remitan estos síntomas, ¿se puede controlar la osteoporosis así? Porque entiendo que el objetivo es mejorar esa parte sin descuidar la otra.
—La otra parte es moverse. No te puedes imaginar lo poco que se mueve la gente. Cuando preguntas a los pacientes qué hacen, te responden que caminan un poco. Pero es que eso no es ejercicio. La parte de la osteopenia, osteoporosis y de la insuficiencia ósea se trata moviéndote y a través de la alimentación. Se lleva mucho tiempo hablando de la necesidad de prescribir desde la consulta ejercicio físico. Pero es que acaba de salir un estudio que concluye que los médicos que se mueven menos tienden a recetar menos ejercicio físico a sus pacientes.