Tamara Pazos, bióloga y divulgadora: «Estamos viendo aumentada la esperanza de vida, pero la calidad no se equipara»

Lois Balado Tomé
Lois Balado LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

La bióloga y divulgadora Tamara Pazos durante un momento de la entrevista.
La bióloga y divulgadora Tamara Pazos durante un momento de la entrevista. La Voz de la Salud

La coruñesa lanza su tercer libro, en el que desgrana aquello que nos suma años biológicos

08 jun 2025 . Actualizado a las 09:56 h.

Tamara Pazos (A Coruña, 1992) está de vuelta. Después de La biología aprieta, pero no ahoga y Este libro te hará vivir más (o por lo menos mejor), acaba de lanzar al mercado Crecer sin envejecer (o casi) (Paidós, 2025). Un nuevo repaso a la evidencia científica más académica traducida para todos los públicos.

 —Ha pasado de ser divulgadora en redes a ser divulgadora, pero ya en nómina y a tiempo completo. 

—Actualmente, soy técnico de comunicación y divulgación científica. Eso es lo que soy ahora mismo, lo que figura en mi categoría profesional de mi contrato a jornada completa. Y la verdad es que estoy muy bien, encontré muchos beneficios en esto frente a ser autónoma.

—¿Autónoma quiere decir «influencer»?

—Sí. Las redes sociales son un mundo difícil de manejar. Solitario, tedioso, ególatra... Muy agotador.

—Habla de egolatría, ¿alguna vez ha sentido que le estaba gustando demasiado recibir «likes»?

—Sí, eso muchísimo. De hecho, cuando subo vídeos, tiendo a hacerlo a última hora porque, en teoría, funcionan mejor. Y tardo más en dormirme y en soltar el móvil porque estás pendiente del feedback, de si funciona, de los comentarios y todo eso. Eso engancha muchísimo, es un horror.

—¿Cuál fue su peor momento en redes?, ¿sintió alguna vez el fantasma de la cancelación?

—No he vivido que alguien me lo haya hecho pasar mal. Pero sí recuerdo que cuando estaba empezando, tendría unos 2.000 seguidores, hice un vídeo sobre el sexo y el género. Explicando lo que se puede entender sobre esos conceptos desde la biología. Al principio, mientras estaba metido en mi nube de algoritmo, todo funcionó bien. Pero de repente se empezó a viralizar y llegó al otro lado del algoritmo y la opinión. Ahí se mezclaron un montón de comentarios, y, en dos semanas, pasé de 2.000 a 12.000 seguidores. Hubo cosas positivas y desagradables. Por una parte, alegría por la repercusión, pero también había gente cogiendo mi vídeo, tergiversándolo o haciendo su propia interpretación en redes sociales, diciendo cosas de mí. Era rarísimo.

—Entiendo que se usó para justificar determinadas posturas en torno al debate del género.

—La mayoría de los comentarios más negativos venían del feminismo trans excluyente. No querían ese discurso que yo estaba promoviendo. Sin más, pero no volví a tener un vídeo así de polémico. Aunque ahora, con lo del sedentarismo, también me están dando caña.

—¿No gusta que nos digan que somos sedentarios?

—Efectivamente. Hice un vídeo explicando la diferencia entre sedentarismo e inactividad física. Dile tú a una persona que va a correr una hora al día que es sedentaria, es que te explota la cabeza. Ahí, sí que me he encontrado algún problema.

—El otro día, en un anuncio de un alimento ultraprocesado, vi una recomendación que exhortaba a «caminar 30 minutos al día». ¿En qué punto estamos para que tenga que sugerirse caminar media hora?

—Para empezar, eso no lo ponen por gusto, lo ponen porque alguien les manda. Lo que me da rabia es que, de entrada, tendemos a culpabilizarnos. En redes, se hace mucho eso de «levántate y camina», «si quieres puedes» o «si quisieras dejar de fumar, lo dejarías». Todo ese discurso de señalar al individuo y atomizarnos como sociedad es lo que se lleva mucho y que me irrita, porque si el problema está, por ejemplo, en el trabajo, el foco debería estar colectivizarnos para mejorar esas circunstancias. No se trata de incidir en que tú eres el problema por estar ocho horas sentado, sino en dar a entender que las mejoras en las jornadas laborales, la obligación de revisiones médicas o que miren qué silla tenemos se logró demandando al Estado y al empleador unas mejores condiciones. No por decir «debería caminar más».

—El otro día, ante un mensaje similar en redes, un comentario argumentaba que «no tiene que venir al Estado a rescatarte».

—Y eso también lo entiendo. Si magnificamos mucho el discurso de que todo lo que tenemos alrededor es injusto o de que todo es culpa del contexto, generas una situación de vulnerabilidad. Dirás, «si yo ya no puedo hacer nada...» Hay una pequeña horquilla en la que una persona puede mejorar, y hay otra en la que podemos demandar, que es lo que no hacemos. Es que ni se nos pasa por la cabeza. Somos una generación bastante perdida en lo de protestar y quejarnos, creo.

—Saca nuevo libro, es ya el tercero. El anterior, hablaba sobre hábitos saludables; este, sobre envejecimiento, ¿un poco en la misma línea?

—Sí y no. Este es un poco más friki. Va a las capas un poco más científicas y tiene mucha más parte de ese contexto social que afecta a nuestra forma de envejecer. Diría que es un poco menos de empoderarte a ti con hábitos y más para reflexionar sobre qué circunstancias del entorno en el que vivimos afectan a la salud, a la longevidad, a la calidad de vida y a la vitalidad.

—Déjame que adivine, ser pobre hace que se envejezca peor.

—Sí. O, aunque mantengas esperanza de vida, la calidad de esos últimos años se resiente. Porque eso está pasando mucho, estamos viendo aumentada la esperanza de vida, pero la calidad no se equipara. Es decir, no vas a vivir 110 con la calidad de los 50 o los 60, vas a vivir simplemente 20 años con 80.

—¿Cómo se conjuga toda esa parte socioeconómica de las ciencias sociales con la biología más pura?

—Yo empiezo por mi terreno, que es leer estudios sobre biología, neurociencia y entender cómo funciona todo a nivel celular. Después, algo que suelo poner en práctica porque lo veo necesario para divulgar es ver el contexto, porque no de hacerlo corres el riesgo de magnificar o sobredimensionar el impacto de lo que estás tratando. Si hablo desde la biología, te puedo decir que en el ADN hay esta o esta otra molécula que causa determinadas mutaciones, pero si no observo los condicionantes que efectivamente existen en el entorno, te estaré contando algo súper sesgado.

—Con respecto al ADN, una investigadora me contaba hace no mucho que trabajar con genes parece muy difícil, pero que al menos puedes concentrarlo dentro de un tubito; en cambio, a ver quién es capaz de recopilar todo lo que nos ocurre fuera de ese tubito...

—Claro. Y cada persona que suma ese dato, también tiene su propia circunstancia. Obviamente, cuando tenemos un volumen de información suficiente, ya podemos al menos extrapolar algunas teorías o vínculos. Es decir, es probable que no descubras la causalidad exacta de cómo acabó apareciendo cada circunstancia en cada persona, pero sí deducir que el consumo de ciertas sustancias, o que determinada de dieta se ha relacionado con algunas patologías. A partir de ahí, puedes ir uniendo la ciencia con ese contexto socioeconómico. Porque sé que las células, cuando están sometidas a este productos ultraprocesados de forma sostenida o en un sistema digestivo, pasan estas cosas. ¿Y quién consume ultraprocesados? Lo interesante es ver qué población consume más ultraprocesados y por qué. Porque entonces ya no es solo es que consumes ultraprocesados, es que igual lo que tengo que abordar que es el contexto el que te hace consumir eso. 

—Tengo la sensación de que con respecto a la alimentación, vivimos parcialmente en una falacia. Nos creemos de alguna manera a salvo porque tenemos la dieta mediterránea, no sé si nos estamos haciendo trampas al solitario.

—La dieta mediterránea, para quien la tenga... De hecho, parece que todo buen libro sobre envejecimiento tiene que comenzar hablando de las zonas azules. Yo no lo empecé así porque, para empezar, es que las zonas azules se están yendo al garete precisamente por contaminación de hábitos de otras zonas. Es decir, esas pequeñas islas donde había personas súper longevas, con muy buena calidad de vida y demás, ya se está observando que están descendiendo, que cada vez se va reduciendo esa longevidad o que ya no tienen unos datos tan diferentes al resto de la población. Por un lado, debido al aumento de la esperanza de vida del resto, pero también porque esas zonas se están contaminando de más sedentarismo y de más ultraprocesados; esas dietas tan típicas de una región se están contaminando de la globalización.

—Veremos qué queda de ese patrón mediterráneo cuando la generación que precede a los millennials ya no esté, pero me inclino a pensar que un joven de 35 años en España no se alimenta de manera muy diferente a la de un joven de 35 años de Ohio.

—Yo también lo creo. De hecho, es que es muy curioso cómo las series de televisión, los programas y todo eso generan cultura y demandas de ciertos productos. Me puse a ver Médico de Familia el año pasado y a partir de cierto punto puedes comprobar que se empiezan a introducir productos para desayunar, según van avanzando las temporadas, que ya no eran los típicos que se mostraban al principio de la serie, como una tostada con mantequilla. De repente aparecían donetes y cosas así. El consumo de productos ultraprocesados, de repente, se empezó a normalizar cuando nunca se había desayunado eso aquí. Aunque tampoco es que se desayunase súper bien aquí, la verdad. Pero lo que ha repercutido muchísimo, y no solo en la calidad, sino en la cantidad de comida que comemos de ese estilo, ha sido el aumento de consumo de ocio de plataformas, el ver series.

—¿A que se refiere?

—Pues Netflix, HBO, estas cosas. Al final se asocian en estudios cosas que, en realidad, ya vemos. Es decir, tú te pones a ver series y también te pones a comer, y compras incluso patatillas y refrescos. Cosas que asocias a ver series.Como cada vez vemos más tiempo series y pelis, estamos más tiempos sedentarios y nos surgen más oportunidades de consumir ese tipo de consumo de productos.

—A ver, es cierto que antes también teníamos las televisiones e incluso se colaron en las cocinas, pero es verdad que era más como un ruido de fondo. Confieso que yo, la mayoría de los días, ceno en el salón viendo una serie.

—Sí, sí, y yo recuerdo que eso me parecía una locura cuando veía hacerlo a los americanos. A mí, que no me dejaban ni tomarme el helado en el salón por si cae algo al sofá. Y ahora, también lo hago, es un terror.

—Le voy a hacer una pregunta muy poco científica porque probablemente sea simplificar al máximo algo muy complejo, pero ¿qué es lo que más envejece?

—A ver, lo que pasa con el envejecimiento es que cuando los sacas de un contexto muy pausado, como es el que tienes en un libro o en una explicación bien larga, podemos caer en grandes afirmaciones bastante sensacionalistas. Pero sí que es cierto que lo que más nos envejece es cuando se replican las células. Es decir, por el hecho de estar vivos, de que pase el tiempo, las células se replican y en cada replicación pueden existir errores. Cada vez que hay un error, si este se conserva, va a pasar al resto de tus células. Por tanto, cuanto más tiempo estás vivo, más errores se acumulan y más envejeces. ¿Por qué? Porque las células ya no funcionan igual de bien. Cuantas más células tienes, más se puede acelerar ese proceso de errores. Dicho esto, hay cosas que pueden provocar que tengas  más células. Si entrenas muchísimo y tienes mucha masa muscular, por ejemplo. O tener mucho tejido graso. Pero claro, ¿queremos que se asocie directamente la obesidad a envejecer antes? No necesariamente. Lo que quiero decir es que lo que envejece un cuerpo es que se repliquen sus células.

—Esto me recuerda a la paradoja de Peto, que la incidencia de cáncer observada entre distintas especies de animales no guarda correlación con el número de células de un organismo. Es decir, un ratón es más pequeño que un elefante y por tanto tiene menos células, pero sin embargo tiene una prevalencia de cáncer muchísimo mayor.

—Pero aquí entra, claro, que probablemente ese animal tenga menos mecanismos para reparar el daño celular, pero como paradoja es verdad que está muy bien. De hecho, también hay una teoría que apunta a, dentro de una misma especie, el tamaño se asocia a longevidad. Es decir, los más grandes viven menos. Es como si dentro de una misma especie y dentro de un mismo código genético, los individuos más grandes tienden a vivir menos, son menos longevos.

—Si le pido alguna conclusión a la que haya llegado en su libro que crea que la humanidad debería saber, ¿cuál sería?

—Pues que solo el 20% de lo que envejecemos está dictado por nuestro ADN y el 80% es el contexto y lo que le pasa a ese ADN. Porque hay mucha gente que dice «no, es que ese tiene muy buena genética». Pues esa genética solo representa una quinta parte, aunque es cierto que la epigenética forma parte de ese otro 80%, donde también está lo socioeconómico. En definitiva, el 20% está escrito en ti y el 80% está escrito en el entorno.

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.