Antonio Sitges-Serra, catedrático de cirugía: «Si usted está bien, no vaya al médico; generamos pacientes donde no los hay»

Macarena Poblete / L. B. LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

Antonio Sitges-Serra, catedrático de cirugía.
Antonio Sitges-Serra, catedrático de cirugía.

El médico advierte que el exceso de pruebas y diagnósticos generan una «hipocondría social», lo que mantiene a la sociedad en un estado de medicalización permanente

17 ago 2025 . Actualizado a las 13:32 h.

«Generamos pacientes donde no los hay», dice sin rodeos Antonio Sitges-Serra (Barcelona, 1951), con la autoridad de quien ha pasado más de cuarenta años en la primera línea de la medicina: fue catedrático de Cirugía en la Universidad Autónoma de Barcelona, dirigió el servicio de Cirugía del Hospital del Mar y cuenta con una gran trayectoria en investigación científica. Ahora, ya jubilado, dedica parte de su tiempo a reflexionar sobre los límites y excesos de la medicina moderna. En su libro Si puede, no vaya al médico (Debate, 2020) expone un mensaje directo: no todo chequeo, prueba o diagnóstico equivale a cuidar la salud. Señala a la industria sanitaria, la tecnología, una cultura que rehúye la enfermedad y la muerte e, incluso, los medios de comunicación como motores de una medicalización permanente. Un proceso que, asegura, no siempre cura y que puede generar más personas enfermas que saludables. 

—En el libro sostiene que la sociedad vive en un estado de medicalización permanente, ¿cómo explica este concepto a alguien que piensa que ir al médico con frecuencia es positivo?

—Si estás bien, no suele ser positivo ir al médico. A menos que el médico sea un hombre muy razonable y diga, «usted no tiene nada, váyase a su casa». Pero generalmente se debería ir al médico cuando alguien se encuentra mal, no cuando se está bien. Hay una cultura muy extendida de lo que llaman los análisis de rutina o los chequeos, pero realmente ninguno de ellos ha demostrado que sea suficientemente eficaz como para que toda la población se someta a este tipo de estudios. Además, si tú te haces pruebas innecesarias, estas pueden conducirte a más pruebas aún y, algunas de ellas, tienen efectos secundarios graves; pueden provocar iatrogenia por parte de la medicina. Por eso en el libro insisto en que si usted se encuentra bien, no se deje engatusar por cantos de sirena, como que hay que ir al médico una o dos veces al año para ver si uno está enfermo. Frente a que la salud se ha vuelto un tema prioritario en la cultura Occidental, esa es la filosofía: denunciar la hipocondría social.

—¿Qué factores culturales, mediáticos o tecnológicos cree que alimentan esta hipocondría social?

—La hipocondría social es un resultado de muchos factores. Está el papel de los medios. En su afán divulgativo, suele generar angustia y problemas en la gente porque da unas cifras y unos números que no siempre corresponden a la verdad y crean ansiedad en la población. Naturalmente, también influyen los intereses corporativos, es decir, cómo los médicos se afanan por aumentar su clientela, ya sea en la medicina pública o en la privada. En España tenemos un número de médicos por cada 100.000 habitantes que es de los más altos del mundo, y, lógicamente, el médico busca enfermos para vivir. Creo que demasiados médicos generan demasiada patología. El tercer factor importante es el tecnológico. Hoy en día la tecnología se vende como un sustituto de calidad. Por tanto, si uno tiene un súper aparato que opera o que diagnostica, lo publicita para generar interés y que así sea comprado por hospitales y facultativos. Y luego, el cuarto, no deja de ser subjetivo. La salud, como decíamos, es un tema prioritario. ¿Por qué? Por la imperante filosofía del Carpe Diem, del «aquí y ahora». Estamos en un momento cultural en Occidente en el que lo más importante es disfrutar de la vida y pasárselo lo mejor posible. Hay un cierto pánico a envejecer, un pánico a enfermar, un pánico a morir. Y eso genera más ansiedad y más demanda sanitaria; que el doctor pida los análisis más completos que pueda y con el mejor laboratorio.

—Con respecto al concepto de «sobrediagnóstico», ¿qué datos o casos recientes muestran que este fenómeno es común en el 2025?

—El sobrediagnóstico tiene dos componentes fundamentales. Uno es el prodigar innecesariamente pruebas. El ginecólogo, cuando va una señora de visita porque ha tenido una metrorragia o un embarazo, coge el ecógrafo y le mira la tiroides y dice que tiene un nódulo. Ha generado un problema donde no lo había, porque muchas mujeres a partir de los 40 años tienen nódulos en la tiroides. Está sobrediagnosticando y enviándola a un endocrino que le hará más pruebas y, eventualmente, a un cirujano. Aquí se sobrediagnostica por el hecho de emplear pruebas que no están indicadas para el problema que trae el enfermo. Otro ejemplo: hay muchos cánceres que son indolentes y que se descubren casualmente en las autopsias (próstata, tiroides). Si uno se pone a hacer cribados poblacionales y ecografías a todo el mundo, acabas diagnosticando cánceres que nunca se hubieran detectado porque son de evolución lenta y no amenazan la vida. En definitiva, estamos generando pacientes donde no los hay. Otro aspecto del sobrediagnóstico es, lo que se suele conocer en términos de filosofía crítica de la medicina, la «invención de enfermedades». Sobre todo las que se definen por números. La capacidad de diagnosticar cierta enfermedad depende mucho del número que a uno le cuelguen, como es el caso de la osteoporosis, la diabetes, el colesterol y la tensión arterial, que son enfermedades biométricas. Enfermedades que se definen en función de unos márgenes que a veces los marca más la industria que la ciencia. Por el hecho de determinar una cifra, has generado millones de pacientes. Si tú bajas, por ejemplo, la cifra del azúcar de 130 o 120 miligramos a 110, puedes generar un 50 % más de personas con diabetes de las que tenías. También está el caso de síndromes que difícilmente pueden justificarse científicamente, como en la psiquiatría.

—Para un ciudadano común, es difícil distinguir entre una prueba necesaria y otra innecesaria. ¿Qué señales o criterios deberían aprender los pacientes?

—Hazte las pruebas que sean necesarias para el problema de salud que tengas, pero no te hagas más de lo que necesites porque el exceso de pruebas ha demostrado que solo llevan al sobrediagnóstico y, a la larga, hacer más pruebas supone más gastos y más riesgos para el enfermo. Y los médicos deben indicar aquellas pruebas que realmente son necesarias para el problema de salud que tiene la persona que se visita, nunca para otras cosas que pueden derivar en diagnósticos erróneos, así como también en una cadena de análisis y pruebas que puede ser muy perjudicial para el enfermo. 

Antonio Sitges-Serra, catedrático de cirugía
Antonio Sitges-Serra, catedrático de cirugía

—Habla de la «industria» como un actor inevitable, como si el médico no pudiese escapar de esta influencia…

—No, la medicina hoy está totalmente mercantilizada, está entre las dos o tres inversiones más importantes que se pueden hacer en la banca: renovables, armas y medicina. Hay mil maneras de seducir a los médicos para que receten cierto fármaco, o para que utilicen cierto aparato. Hay campos en donde esto ha llegado a ser público, como es el caso, por ejemplo, de la oncología. Yo sostengo que cada vez el gasto sanitario es menos eficiente, y gastamos más para progresar menos. Hemos llegado a un cierto crecimiento como un asíntota, lo que dicen los matemáticos, en donde invertimos mucho dinero y tiempo, y el beneficio que obtienen los pacientes es escaso. Los hospitales ofrecen muchos especialistas, en perjuicio de lo que es la atención primaria, que debería ser realmente el pilar de la sanidad pública y que está mucho más desatendida. En el futuro se debería potenciar más la medicina primaria, la medicina de familia, y que también es una buena vía para informar bien a los ciudadanos.

—¿Cree que esta búsqueda constante de innovación médica eclipsa lo básico: la higiene, la dieta, el ejercicio, el entorno?

—Aparte de todo lo que hemos hablado, la medicina nunca dice que el sistema sanitario es el responsable de solo el 15 % de la salud de la población. Es decir, que el ambiente laboral y social, la dieta, el ejercicio, los condicionantes sociales de la salud, suman casi el 80 o el 85 % de la salud. Los médicos y toda la parafernalia sanitaria ayuda en un 15 % como mucho. Y yo creo que a veces el sistema sanitario quiere apoderarse de nuestra salud para decirnos que visitar al médico y todo esto la mejora, cuando en realidad está para curar. Los médicos tenemos que encargarnos de la enfermedad, no de la salud. Utilizar los auriculares demasiado altos supone riesgo de sordera, que la drogadicción es un tema que acaba con daños neurológicos irreversibles, que el tabaquismo genera millones de muertes al año en todas partes del mundo. No estoy diciendo nada revolucionario. El sistema sanitario está ahí para cuando enfermamos y para cuidarnos lo mejor posible, pero no debe apoderarse de nuestra salud.

—¿Dónde está la frontera entre cuidar y medicalizar la vejez?

—Hay una serie de situaciones en la vida cotidiana de todos nosotros que, una vez más, no debe medicalizarse. Porque convertimos nuestras peripecias existenciales en potenciales enfermedades por las cuales debemos tomar alguna pastilla o acudir al médico, y la vejez es uno de los problemas. Naturalmente, llegar a una edad estando bien de salud depende de nosotros. Cuando veo a un enfermo de 85 años que destina tanto tiempo de su vida a tratar un cáncer de páncreas, y que pasa un mes en la UCI para luego morir, digo ¿hasta cuándo estamos dispuestos a luchar en enfermedades difíciles de curar en pacientes tan mayores? También, lo que está pasando con la propaganda de la menopausia y el tratamiento hormonal es increíble, porque es casi una enfermedad. Si tú medicalizas la menopausia, resulta que la mitad de la población va a ir en un momento dado de su vida a tratarse. Aquí todo el mundo dice que faltan médicos, pero es una idea errónea. España tiene el número de facultades de medicina más grande de todo el mundo, después de Corea del Sur.

—El título «Si puede, no vaya al médico» es provocador. ¿No teme que algunos lo interpreten como una llamada a evitar la medicina incluso cuando es necesaria? 

—El mensaje es claro: si usted está bien, no vaya al médico. Yo me he querido distanciar en el libro —y creo que me he distanciado— de las medicinas alternativas. No estoy diciendo que tengamos que utilizar el reiki, la astrología, el esoterismo, el yoga; o las hierbas o los gurús. Yo soy, en cierto sentido, un médico ortodoxo. He sido catedrático de cirugía, jefe de departamento de un hospital universitario. Creo en la medicina científica, y creo que hay que hacerla bien, pero se trata de una profesión que, bien hecha, es muy difícil. Mi mensaje es que si usted está bien y no tiene problemas, no vaya al médico; cuídese porque la salud es un problema, pero sobre todo no utilice el sistema más de lo que debería, porque esto puede girar en su contra.

—Y desde el gremio, ¿recibió críticas?

—Como siempre, cuando uno habla de temas críticos, las instituciones son más sensibles. Con respecto a los colegios de médicos, algunos han reaccionado muy bien, otros no. Los facultativos con los que he podido compartir, dicen que alguien tenía que decirlo; me han felicitado por el libro y consideran que es una de las reflexiones —quizás la única reflexión— más serias que se han hecho sobre el sistema sanitario y la medicina desde la época de Iván Illich. Al final es ver la medicina desde un prisma cultural y no simplemente desde un punto de vista biológico o científico, sino también ponerlo en el contexto de la cultura que predomina en estos momentos en Occidente.