La imagen poco conocida del octavo conde de Lemos

Manuela Sáez MONFORTE

MONFORTE DE LEMOS

Retrato del octavo Conde de Lemos  libro de Parrino sobre los virreyes en Nápoles, publicado en 1692
Retrato del octavo Conde de Lemos libro de Parrino sobre los virreyes en Nápoles, publicado en 1692 CEDIDA

Francisco Ruiz de Castro desarrolló una brillante carrera política

19 ago 2022 . Actualizado a las 11:19 h.

Este año que celebramos el cuarto centenario de la fundación del convento de las madres clarisas de Monforte de Lemos y conmemoramos el cuatro centenario del fallecimiento del séptimo conde de Lemos, don Pedro Fernández de Castro, no podemos olvidarnos del octavo conde, don Francisco Ruiz de Castro que heredó todos los títulos que conllevaba la casa de Lemos a la muerte de su hermano al morir éste sin sucesión: conde de Lemos, de Andrade, de Villalba y marqués de Sarria.

Nació don Francisco en 1579, hijo de don Fernando Ruiz de Castro, sexto conde, y de doña Catalina de Zúñiga y Sandoval. Su educación, igual que la de su hermano, fue jesuita y al comenzar los padres de esta orden religiosa la enseñanza en el colegio de la Compañía de Monforte, fundado por el cardenal Rodrigo de Castro, hijo de la tercera condesa de Lemos; continuó allí sus estudios, siendo uno de sus maestros el padre Diego García «Rengifo», quien le instruyó en literatura y latín.

Se encontraba este joven en Monforte, pues después de la muerte de su abuelo, el quinto conde en 1590, pasaron a esta villa y allí disfrutó con sus hermanos y madre de una vida tranquila, ocupándose en sus ratos libres en la caza y pesca, acompañando a su progenitora y hermano en este ocio. Su padre se encontraba en Valladolid haciéndose cargo de los muchos pleitos que el abuelo les había dejado.

También se encargaron de restaurar su casa-palacio que estaba en condiciones ruinosas; su madre gestionó su rehabilitación.

Con su padre a Nápoles

En 1599 su padre fue nombrado virrey de Nápoles y el joven partió con sus progenitores a dicho reino. Al año siguiente, su padre fue a Roma a rendir obediencia al papa y con motivo del jubileo. Don Francisco, con apenas 21 años permaneció en Nápoles ejerciendo de virrey en funciones, lo que hizo con gran satisfacción. Según el historiador Raneo que hizo un estudio de los virreyes, dijo de él: «lo hizo con tanta grandeça y autoridad que todos quedaron muy contentos hy satisfechos, dando sus audiencias assí secretas, como públicas, despachando los memoriales que se daban el siguiente día...». El rey, enterado del buen hacer del joven, le escribió al padre manifestándole que lo tendría en cuenta, empleándole en su servicio. A la vuelta de Roma, don Fernando cayó enfermó y falleció el 19 de octubre de 1601. Antes de morir le pidió al monarca que dejara en su lugar a su hijo hasta la llegada del nuevo virrey. El Rey dio su consentimiento hasta la venida del conde de Benavente en 1603. Durante el tiempo que permaneció en funciones, también se ocupó en proseguir las obras del nuevo palacio real, del arquitecto Domenico Fontana, que sus padres habían comenzado y continuó con las criptas de las catedrales de Amalfi y Salerno. En 1602 su madre regresó a España y él lo hizo al año siguiente después de dejar el virreinato de Nápoles.

En la corte su tío, el duque de Lerma, valido de Felipe III, y su madre le habían concertado matrimonio con la condesa de Cifuentes, pero él no aceptó esta proposición porque les dijo que en Nápoles ya había dado su palabra de matrimonio a doña Lucrecia de Gatinara y Legnano, condesa de Castro y duquesa de Taurisano. Partió para Nápoles y en 1604 contrajo matrimonio con esta joven. Dos años más tarde, Felipe III le nombró embajador extraordinario en Venecia conociendo sus dotes diplomáticas ante un problema surgido entre el Papa y los venecianos. El éxito alcanzado le fue recompensado con el nombramiento de embajador ante la Santa Sede en 1609. Aquí desempeñó el cargo con gran eficacia, se interesó por la cultura, las artes y la música, protegiendo a los artistas y coleccionando obras de arte aunque no conocemos su inventario. Tuvo por secretario al coleccionista Lezcano y del conde de Castro dijo de él el pintor Carducho en Diálogo de la pintura, que era «tan amante de la pintura». Favoreció la música y ayudó a los músicos españoles que habían ido a Roma para ampliar estudios según apunta M. Moli Frigola (1994). Consiguió recursos para dotar a la iglesia de Santiago y Montserrat de los españoles de los mejores músicos españoles e italianos que se encontraban en Roma.

En 1610 su hermano, VII conde de Lemos, pasó a Nápoles a ocuparse del virreinato de este reino. La correspondencia entre ambos muestra el cariño que se tienen los dos hermanos, solicitando muchas veces don Pedro su ayuda cuando tenía algún problema con el papado. En 1616 terminó el virreinato del conde de Lemos y él fue a ocuparse del de Sicilia. Nuevamente volvió a estar de virrey en funciones de Nápoles hasta la llegada de Osuna que sustituía a Lemos y no podía acudir el duque al tiempo que el conde salía de la ciudad partenopea.

Palabras en gallego

En Sicilia desempeñó su cargo con gran eficacia; como nos relata Giovanni E. Di-Basi, era hábil en el gobierno, severo en la administración de justicia, solícito en la búsqueda de la felicidad del pueblo y protector de los hombres de letras y de la ciencia. Igual que su hermano era apasionado de la literatura, sus cartas son un buen ejemplo, siempre pone alguna frase ingeniosa, algunas veces en otro idioma, incluso en gallego. En un escrito dirigido a su hermano desde Palermo: «con la carta de 16 de hebrero [febrero] «folguei en todas has maneiras de folgar», porque trae buenas mussas de veras, trae poesía altíssima y excelente, y finalmente trae, estoy por dezir sobre todo , estas consolatoríssimas palabras...». En su primera estancia en Nápoles se interesó por fundar una Academia literaria que no llegó a buen fin por la poca acogida que tuvo; sin embargo, en Sicilia en 1621 don Francisco reanudó la antigua Academia dei Belli Ingegni.

Continuó en Sicilia con las obras de la plaza «Vigliena», también llamada de «Quattro Canti» (Cuatro cantos), donde él tiene una placa. Se interesó en facilitar a los soldados españoles un hospital, también se construyó la «Porta de Castro».

En 1622 finalizó su virreinato, regresó a España y fue sustituido por el príncipe Filiberto de Saboya. Su marcha fue muy sentida por los sicilianos por ser un gobernante muy querido. Partió para España para buscar casa y dejó a su familia en Gaeta, durante su estancia en la Corte falleció su hermano y se hizo cargo de todas sus nuevas obligaciones. El 23 de diciembre regresó a Italia para traer a su mujer e hijos; antes de partir otorgó poder, ante el escribano de Madrid Juan de Santillana, a favor de Francisco de Quiroga y Taboada, señor de Tor y San Julián y Torre de Cadayra para que le representara en sus estados.

Desconocemos cuando partió para España, sabemos que se encontraba en Zaragoza en junio de 1623. En esta ciudad permaneció unas semanas por la grave enfermedad de su mujer que murió allí de parto. El 19 de septiembre estaba de regreso en Madrid. La muerte de su mujer le afectó mucho, se alojaron en la casa de su cuñada, la séptima condesa viuda, que se ocupó de su cuidado y el de sus hijos. A su retorno, Felipe III le nombra consejero de Estado y de Guerra.

Quiso ser benedictino

En 1629 habiendo fallecido su madre y su hijo primogénito Francisco —nacido en Nápoles— contraído matrimonio con doña Antonia Girón, hija del duque de Osuna, determinó entrar en la orden benedictina. Esta decisión la venía meditando desde hacía cinco años y no la había llevado a cabo hasta que murió su madre y su sucesor se casó. Antes de ingresar pidió autorización al Rey para renunciar a su casa, estado y mayorazgo a favor de su hijo primogénito —el conde de Andrade— y poder entrar en la orden de san Benito. Felipe IV se la concedió, a pesar de que sentía que no continuara a su servicio, según comprobamos por una carta que el Rey le escribió el primero de octubre de 1629.

El día 5 el conde le manda un escrito al padre jesuita Francisco Manuel comunicándole esta decisión e informándole que no había tenido el valor de despedirse de su cuñada e hijos y no les escribe por no «enternecerlos y enternecerme» y le pide lo haga el jesuita en su nombre. En una carta que sor Luisa de las llagas, de las Descalzas Reales de Madrid, escribe a la abadesa de las monjas de Monforte le detalla la despedida del conde en su convento. Cuando don Francisco entró en la iglesia, las monjas entonaron un salmo y unas oraciones y cuando oyó cantar a su hija (que estaba de monja en el convento de Madrid) se emocionó, después dijo un responso por su madre y hermano que estaban allí enterrados. Es una extensa carta muy emotiva.

Tomó el nombre de fray Agustín de Castro. Antes de morir decidió viajar a Roma para visitar el monasterio de Montserrat; obtuvo licencia del Papa y se puso en marcha; sin embargo, no pudo cumplir este deseo porque el 3 de mayo de 1637 el general de la congregación de san Benito en España y el abad de Sahagún se lo impidieron. El conde en vista de que tenía la autorización de Roma desoyó esta orden; los benedictinos lo pusieron en conocimiento del Rey y éste emitió una orden prohibiendo su salida por su «quietud». Fray Agustín le notificó al Monarca que acataría sus órdenes, en ese momento se encontraba en San Pedro de Cardeña. A finales de agosto enfermó de gravedad y fue trasladado a San Juan de Burgos donde falleció la noche del 31 de este mes.

Fue muy discutido dónde debía de ser enterrado. Las congregaciones de Sahagún y la de San Juan de Burgos reclamaban su cuerpo. Su hijo zanjó esta discusión diciendo que su padre quería ser enterrado en el monasterio monfortino benedictino de San Vicente del Pino y allí fue sepultado.

Durante años su lápida se encontraba en la parte izquierda de la iglesia al lado de la capilla de la Virgen de Montserrat. Hace unos años esta lápida fue retirada y desconocemos sus motivos; nadie mejor que él merecía este privilegio: triste destino de un hombre que lo dio todo al servicio de la corona y de la religión.

Manuela Sáez González es doctora en Historia del Arte