Alcaide y, a su vez, jefe de bandoleros

antón grande LUGO

TABOADA

Imagen histórica de agentes de la Guardia Civil.
Imagen histórica de agentes de la Guardia Civil. cedida

Los bandidos, que estaban presos, guardaban en sus celdas el botín de sus robos. Los agentes encontraron armas de fuego, cuchillos, dinero, plata y hasta ropa

17 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

A las diez de la noche del día 6 de julio de 1853, el comandante del puesto de la Guardia Civil de Mesonfrío, José Fernández Vázquez, recibe un oficio del alcalde de Taboada participándole que en la noche última, por un grupo de hombres se había cometido un robo en la casa de un vecino de Bonzoa, dejando muy maltratado al propietario de la vivienda, así como al resto de la familia que se encontraba en ese momento en la casa.

Según informaba entonces un número sin fecha de la publicación de «El mentor de la Guardia Civil», tan pronto como se tuvo conocimiento de los hechos, el citado sargento, acompañado de los guardias Francisco Regadío, Andrés Viñas y José Somoza, a pesar de que la casa asaltada no pertenecía a su demarcación sino a la de Chantada, se dirigieron, sobre las dos de la mañana, al lugar del violento suceso. A su llegada se encontraron al alcalde de Taboada, acompañado de varios facultativos y un sacerdote, para auxiliar al dueño de la casa, que era el que presentaba mayores lesiones en gran parte de su cuerpo.

«Los malhechores —según recoge el citado boletín de la Benemérita— habían quemado dentro de un caldero al propietario de la casa, después de darle fuertes golpes y puñaladas hasta dejarle creyéndole muerto».

Dos detenidos

Los agentes procedieron entonces a interrogar a las mujeres de la casa con el fin de que pudiesen ofrecer algún testimonio o pormenor de lo sucedido, sin embargo, apenas supieron dar señas de los ladrones. A pesar de ello, investigaciones posteriores llevadas a cabo llevaron a la detención de dos individuos sospechosos, al tiempo que se conocía que cuatro hombres armados se habían dirigido en la mañana del día 6 por el camino que conduce a Lalín.

Cuatro sospechosos

Tomando como referencia este dato, las investigaciones se dirigen a seguir las huellas de los cuatro sospechosos. A la llegada de los agentes a Lalín, el día 7, lograron averiguar que los presos que se encerraban en la cárcel «formaban una gavilla, capitaneados por el alcaide del establecimiento penitenciario». Precisamente el día anterior al anochecer, el juez y demás funcionarios judiciales habían tenido noticia de que varios presos de consideración faltaban de la cárcel, por lo que se dispone un reconocimiento encontrando, efectivamente, al menos a cuatro de los procesados.

Ante estos hechos, se pregunta al carcelero por ellos, siendo su respuesta que habían salido con licencia y que él mismo respondía de su seguridad, lo que satisfizo entonces a las autoridades.

No quedó ahí la cosa porque el sargento Fernández, sospechando que tal declaración no coincidía con la realidad, se dirigió a la autoridad del alcaide para practicar un escrupuloso registro en la cárcel.

Para ello, acompañado del sargento Manuel Figueras, del cabo primero Manuel Puentes y dos guardias más, se personan en el edificio penitenciario. La sorpresa fue que al requerir al alcaide la entrada, este se negó a abrir las puertas mientras que por las rejas de las celdas arrojaban numerosos efectos que resultaron ser de los robados en Bonzoa.

Cuarenta presos amotinados

Tras la insistencia de las autoridades para que se abriese la puerta y se dejase libre el paso, el carcelero accedió hallándose a unos cuarenta presos amotinados y constituidos en los calabozos. Una vez controlada la situación, se llamó al juzgado para que presenciase los reconocimientos y registros, dando comienzo estos por la habitación del alcaide, en donde se encontraron gran número de efectos robados y, entre ellos, armas de fuego, cuchillos, dinero y ropa. Y otro tanto sucedió al registrar las celdas restantes, encontrándose a su vez, en el retrete, varias alhajas de plata y algún dinero, lo que vino a demostrar que eran los presos los que asolaban la zona con sus robos violentos, con la colaboración del alcaide, siendo todos ellos puestos a disposición judicial que ni que decir tiene, ordenó su ingreso en prisión pero, ahora sí, de una forma más vigilada.

Sin lugar a dudas, la treta estaba perfectamente montada pues nadie sospecharía que los bandoleros que cometían aquellas fechorías se encontraban, oficialmente, en el interior de una cárcel.

Los bandidos, que estaban presos, guardaban en sus celdas el botín de sus robos. Los agentes encontraron armas de fuego, cuchillos, dinero, plata y hasta ropa