Los Toros

José Ramón Ónega

LUGO

31 jul 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Primero el Estatut y ahora la prohibición de las corridas. No parece que a los catalanes les acompañe el seny ni la barba florida de sus condes míticos. Lo de los toros tiene enjundia y riesgo. Deciden cerrar los cosos y suprimir el espectáculo, que viene de Creta y lleva instalado en Iberia por siglos y glorias. Como casi todo el mundo dice, es cargarse la libertad. Les encanta prohibir.

Los del tripartito afirman que son distintos. De los gallegos, sí, al menos en esto de los toros. Aquí, en el reino de Breogán, los toros están ausentes, salvo en Pontevedra y A Coruña. En Lugo, templo de Diana, solar de Augusto, no se han encontrado ni el anfiteatro del que gozaban las civitas romanas. A lo mejor es por el clima, que dificulta los espectáculos al aire libre. O que había otras diversiones para entretener al personal.

Pero Lugo no es ajeno al toro. De Láncara fue Alfonso Cela, «Celita», que alcanzó fama, a principios del siglo XIX, en los ruedos como matador. Emigró a Madrid a los once años y tomó vocación en la carnicería donde se empleó. Gran estoqueador, valiente y seguro, usaba la espada con maestría. Otro fue Dositeo Rodríguez Otero, «Gallego», picador, natural de Gondel en mi bisbarra de Pol. Le alaba el Cosío diciendo que fue «de los más señalados entre los mejores de hoy». Estuvo en las cuadrillas de los matadores legendarios como Joselito, el Gallo, Lalanda y otros.

En la monumental de Méjico se negó a picar su lote por ondear la bandera republicana española, ordenando el propio presidente mejicano que fuese arriada y colocada la roja y gualda. En fin, la política es una enfermedad y mezclada con cuernos, una cruz.

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