Me acaban de poner a dieta. Estoy que muerdo. Daría lo que fuera por un par de párrafos de postre. Unas líneas miserables a mayores. Pero nada, chico, el jefe dice que me ajuste a esta columna... ¡Columna! Palitroque. Me tienen acotado por los lados, racionada hasta la tinta y aquí ando, apretada mi prolífica potencia creativa entre ambos bordes con apenas 20 o 25 caracteres de cintura. ¡Cuatro centímetros, por Dios! Anoréxica perdida, vamos. Como Audrey Hepburn con corsé. La radiografía de un silbido. Menos mal que es larga, modelo Pau Gasol.
Asomado aquí en el alto a mi ventana, me lamento. Cuánto echo de menos el porrón de folios atestados de palabras y tachones; o la pantalla a reventar de historias de mi viejo ordenador. Yo suelo escribir largo y tendido, recrearme con perífrasis, circunloquios y metáforas hasta acabar por alumbrar un lustroso y hermosote libro. Gordito. Saludable. Me temo que eso ya es historia. Veremos con los ratos libres.
Me presento. Yo soy escritor.
Escritor de poca monta que redacta libros de a dos kilos ejemplar y empiezo a dar la vara hoy mismo en este medio. Soy ese insolente que le ha plantado cara al jefe reclamando vida, espacio elemental dónde «moverme». Soy quien se quedó con su bocaza abierta palmo y medio tras el no rotundo. Soy quien recibió la oferta tras el «no» de dedicarme a la alcachofa, de pedírselo a los Reyes o de irme a hacer puñetas. Soy quien por fin bajó la oreja y puso cara de cordero con sonrisa mema. Así que habrá que adelgazar. No queda más remedio. Yo soy ese de ahí arriba. Así firmo. Encantado. Buenos días. rpemilio@yahoo.es