Me da por cavilar qué pasaría si el cerebro nos dejara de emitir información correspondiente a todo tipo de apetito y atractivo sexual. Que una huelga general de hormonas diera al traste con la ortodoxia y que con carácter vitalicio tanto estrógenos como testosterona se nos durmiesen por los siglos de los siglos. ¿Eh? Qué, cómo lo ve. ¿Sería suficiente ese amor casto, que une sólo corazones, huérfano de su homólogo gamberro? Aguantaríamos o nos extinguiríamos. La verdad, se dirá usted, qué cosas tiene el tío este, tanto tiempo ocioso en su ventana, sumergido en soledad entre silencio…, tarde o temprano iba a pasarle esto. ¿No es cierto? Bueno, pues qué quiere que le diga, quizá tenga razón; no obstante la chorrada, póngase en el caso. ¿Se lo imagina? Con la falta de deseo el acto en sí sería un fracaso, un lío. Algo así como intentar comer churrasco sin dentadura ni hambre alguna. A falta de atractivo, por lo tanto, los pechos de Amaral se quedarían sólo en eso: dos vulgares glándulas mamarias sin poder reivindicativo. Aunque claro, tendría también su lado bueno. Los pecados capitales serían seis y términos como violación, pornografía, pederastia y asuntos turbios por el estilo no tendrían cabida en nuestro Código Penal. Casi nada.
Tanto tiempo inmerso en soledad… ¿Debería ir al psicólogo?... Quizás. Permítame no obstante, y no me tache de pedante, que concluya hoy la columna con la cita que he encontrado hace un momento: La soledad es el elemento de los grandes talentos… Ejem, no se me vaya después de esto.
Por cierto, aunque ya andamos en ello, pues los verbos penetrar y amar últimamente son lo mismo, nos extinguiríamos. Eso pienso.