El artículo que el otro día redacté despidiendo la primavera, lo hice con unos cascos en las orejas oyendo el tema de Chris Rea, Looking for de summer. Escúchenla, se lo ruego, y entonces comprenderán por qué es tan fácil enamorarse; no tan solo de la primavera, sino por ende del verano, del otoño y del invierno. Sí, enamorarse de la vida es fácil con música de por medio. Entre nota y nota la primavera se ha ido yendo y nos damos ya de bruces con el verano. Llegarán julio y agosto con sus calores, sus tormentas o lo que venga y se nos quedará Lugo medio baleira. Se quedarán los que siempre quedan viendo cómo otros llegan, otros de mil razas diversas que sacan fotos a la catedral, degustan nuestras delicias o pasean por la muralla con la boca abierta. Se irán los de costumbre, los que en verano veranean, y ese pico de población flotante que van y vuelven, esos que picotean playa o campo sin apenas enterarse. Y vendrá septiembre, pero la música seguirá sonando, y sin apenas poder contarlo llegará el otoño con el San Froilán; y con los ecos de las orquestas aún en el aire, por la tele nos venderán turrón y cantando villancicos entraremos en el invierno y despediremos el 25. Pónganselos, pónganse unos cascos y díganme si no hay motivos más que sobrados para alegrarse. Fíjense en el hámster, que en la noria encuentra siempre un escalón donde apoyarse. Sí, la música enamora, enamora hasta las fieras porque ablanda el corazón. El mío debe estar tan blando como el fuelle de una gaita. ¿Chris Rea?... Cómo no, pero ahora que lo pienso, no hay nada más emotivo y tierno que el sonido de una gaita para alegrarte el corazón, una gaita nuestra, una gaita de fol.