«Viví muy feliz 20 años en el castillo de Navia»

Dolores Cela Castro
dolores cela LUGO / LA VOZ

NAVIA DE SUARNA

Alberto López

El edificio del siglo XI fue remodelado en el XX por un cura para dejar una vivienda a cada uno de sus siete sobrinos

29 jul 2017 . Actualizado a las 22:21 h.

No todo el mundo puede presumir de haber nacido o vivido en un castillo. Digna Gómez Fernández sí. Tiene 90 años, de los que al menos 20 los pasó como inquilina en un piso de la segunda planta del de Navia de Suarna. En la fortaleza, dividida en el siglo XX en seis apartamentos, residían otras seis familias, que entre todas reunían siete hijos. Una de ellos era Macú López Yáñez que compartió juegos en el patio, en la torre y en las escaleras, no solo con la hija de Digna, que era como su hermana, sino también con los niños de los otros inquilinos, con sus tres hermanos y con los resto de la localidad. El castillo era el punto de reunión.

La fortaleza sigue en pie, cerrada todo el año, salvo en verano que suelen ocupar dos de los apartamentos. Los tienen alquilados familias de emigrantes en Barcelona.

Digna Gómez y Macú López Yáñez, coincidieron como vecinas en el castillo de Navia, en una etapa de sus vidas, de la que guardan recuerdos muy felices, pese a que en la construcción que tiene sus orígenes en el siglo XI, había muchas carencias. Reconocen que para ellas dejar la fortaleza significó tener más comodidades, pero no mayor felicidad. «Éramos como una gran familia -confesó Digna Gómez- en el castillo nacieron nuestros hijos y compartimos muchos acontecimientos felices. Nos ayudábamos mucho, en lo que podíamos».

Los dos facultativos que había entonces en la capital del municipio acudieron en numerosas ocasiones al castillo para atender partos, hasta que se impusieron los hospitales. «En aquellos años -aseguran ambas- en Navia había muchas más cosas que ahora. Entonces teníamos dos médicos y farmacia».

El castillo fue adquirido en el pasado siglo por el sacerdote asturiano Manuel López Ernesto, que estuvo de párroco en Navia, a los herederos del conde de Altamira, que se hizo con él en 1613. Lo reformó prácticamente por completo y le cambió la fisonomía para hacer dentro siete viviendas para sus herederos, según recuerda una vecina que vive en la plaza. Tuvo que usar la antigua palleira que reconstruyó con bloques de hormigón, que quedaron al aire y que sigue en ese estado y en ella habilitó otra vivienda. Un vecino sugirió como medida de urgencia tapar las bloques con hiedras para mitigar el feísmo.

Digna Gómez, que cuando se mudó se fue para una casa que compró enfrente, asegura que la mejor de las siete viviendas era la suya. Su familia la ocupó cuando la dejó libre el sacerdote, que era muy amigo de su marido, dueño del famoso bar Kubala, de Navia. Tenía más comodidades que las demás porque para ir al servicio no tenían que salir al exterior.

Los inquilinos, según Digna Gómez, se fueron marchando de forma escalonada cuando accedían a una vivienda propia y poco a poco los pisos fueron quedando vacíos.

Intentos de compra

Todavía perduran adosados a la roca sobre la que se asienta la fortaleza las antiguos construcciones. En uno de los laterales siguen un alpendre que fue gallinero en tiempos y otro que albergó primeramente una fábrica de gaseosas, después el taller de un sastre que emigró a Argentina , un zoqueiro y que antes de cerrar definitivamente, fue oficina de correos.

Tanto a Digna como a Macú López les gustaría que la fortaleza estuviera en mejores condiciones de lo que está en estos momentos y que se pudiera visitar. «Yo ya no lo veré -señaló Digna- pero estaría bien que lo arreglaran porque está bastante mal. Sería una alegría muy grande».

Al menos en una ocasión se planteó la posibilidad de que el castillo dejara de ser privado. Francisco Cacharro, en su etapa de presidente de la Diputación intentó comprar la fortaleza pero las gestiones con los herederos de López Ernesto no cuajaron.

«En el castillo nacieron nuestros hijos y las siete familias nos ayudábamos»

«Nos teníamos que bañar en barreños y los retretes eran de uso comunitario»

«Con siete años me sentía como una auténtica princesa del pueblo»

«Era muy divertido». «Yo me sentía como una auténtica princesa, una princesa del pueblo». Así recuerda Macú López su estancia en el castillo de Navia, en una vivienda con tres dormitorios, uno de ellos era el antiguo comedor, que transformaron cuando la abuela se fue a vivir con ellos.

Los siete vecinos compartían los servicios comunitarios que había en cada una de las plantas y se bañaban, según recuerda Macú López, en barreños con el agua que calentaban en las cocinas.

«Al castillo venían a jugar todos los niños del pueblo. Corríamos por el patio y por las escaleras, subíamos a la torre y nos lo pasábamos genial». «Mi madre -añadió- siempre aparecía con bocadillos de pan con miel para todos a la hora de merendar».

Un recinto con leyendas

La fortaleza también proporcionó algún disgusto en las tardes de juegos. Uno de los hermanos de Macú, que vivió en el castillo hasta los 17 años, se cayó desde un agujero que hay en la torre hacia el exterior. Estuvo tiempo inconsciente a causa del golpe.

Petronila Yáñez, la madre de Macú y una de las primeras lucenses que se sacó el carné de conducir en los años 60, cocinaba en el castillo para los albañiles que construyeron la casa a la que se trasladaron cuando ella cumplió los siete años. El alquiler de la vivienda del castillo siguieron manteniéndola. La utilizaban como dormitorio algunos de los empleados del aserradero que regentaba su padre.

Desde que dejaron la vivienda, nadie volvió a habitarla. López Yáñez tenía interés en volver a entrar en la fortaleza para ver cómo está por dentro, refrescar la memoria de su infancia y compartir esos momentos con sus hijos, pero ahora la puerta está cerrada a cal y canto.

Este periódico intentó acceder al interior de la fortaleza para comprobar cómo eran las casas, pero no fue posible.

La puerta, que nunca estuvo cerrada hasta hace poco, solo se abre ahora cuando están en Navia los dos últimos inquilinos, que viven en Barcelona. Uno de ellos fue el que cambió la que estaba, muy deteriorada por el paso del tiempo, y colocó en el acceso a la fortaleza una de madera que desentona con el entorno ya bastante degradado.

Macú recuerda que también había multitud de leyendas en torno al castillo lo que le daban un halo mayor de misterioso. Le contaban en su infancia que había en el fondo del patio un cementerio en el que enterraban en su momento a los habitantes de esta fortaleza.