«La arquitectura es muy contagiosa si se vale para ello; y Andrés valía»

Paloma Ferro
Paloma Ferro REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

ANGEL MANSO

Andrés y Andrés Fernández-Albalat, arquitectos

30 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El estudio de arquitectura Fernández-Albalat alberga tantos libros que algunos, a falta de espacio en las estanterías, esperan su turno en pequeñas bolsas. «Me regalan muchos», asegura Andrés. A sus casi 93 años, y tras 60 en activo, no se desengancha de la arquitectura. Sigue leyendo e interesándose sobre una profesión de la que habla con amor y pasión.

Es contagioso, incluso cuando solo llevas diez minutos escuchándole. Imaginaos una vida. «El contagio es fruto de una mezcla de conocimiento y predisposición personal», reflexiona Andrés padre, «pero sí, la arquitectura es muy contagiosa si se vale para el contagio. Y Andrés valía».

En realidad, Andrés hijo quería ser médico cuando era muy niño. Pero también le gustaba dibujar y era bueno en ello. Con 13 años trazó unas manos y unos pies al natural y, al verlos, su padre pensó: «Qué bien dibuja este niño».

A partir de ahí todo fue rodado. «Cuando era pequeño, en el estudio de mi padre había maquetas, piezas, papeles, entraba y salía gente todo el tiempo. Era un mundo muy visual, muy atractivo». Con 14 años ya sabía que quería ser arquitecto. Y no hubo más dudas. Por eso a Andrés hijo le sorprende lo tarde que algunos jóvenes de hoy en día deciden su vocación. «En nuestra época teníamos una tendencia clara varios años antes de acabar el colegio», reflexiona.

De los siete hermanos, dos se decantaron por la arquitectura, pero solo Andrés se quedó a trabajar en el estudio con su padre. Dicen no haber tenido nunca ningún conflicto entre ellos en lo laboral.

«Creo que todo han sido ventajas», asegura Andrés hijo, «poder aprender cada día de él. Sé que no voy a llegar a su altura, está en otra liga, pero tenerlo de referencia casi que te obliga a hacerlo siempre lo mejor que puedas». Su padre, a su lado, niega con la cabeza: «Eso de altura nada, aquí estamos igual, solo que yo tengo más años».

¿Continuará la tradición familiar? En parte. «Mi hijo estudia audiovisuales, pero su trabajo de fin de grado está muy relacionado con la arquitectura, con el espacio», cuenta Andrés hijo. «No me da pena que se pierda el legado. Eso sí, habrá que donar los libros», sonríe.

Con trece años, Andrés dibujó su primer boceto y su padre se dio cuenta del talento natural que tenía