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Manuel Añón es uno de esos hombres serios. Muy serio. Su agenda está siempre cargada de citas, así que no le van las preguntas que considera superfluas. ¿Se puede definir como empresario?, se le plantea. Y se hace un silencio eterno. «¿Como empresario? Pues cómo voy a ser, muy normal. Soy más industrial que empresario». Así se define una persona que aparece en la lista Forbes por sus más de treinta años de carrera al frente del Grupo Hierros Añón. Mucho han cambiado las cosas desde que fundó la compañía con su padre en 1985. «No soy un empresario tan grande. En mi sector soy muy conocido, pero para el público general no. Eso es bueno».
Le gusta más hablar de sus proyectos que de sí mismo. Siente un gran orgullo por la filosofía de trabajo de su equipo y se entusiasma al escuchar la palabra «invertir». «Siempre hay que estar reinvirtiendo en el negocio. Nos gusta. No sabemos hacer otra cosa», se refiere a sus hijos. «No sé qué harán mis sucesores, pero a mí me gusta el acero. He nacido en él», asegura este empresario de A Laracha de 1962. Y lo dice con firmeza porque uno de los secretos de su compañía ha sido ir reinvirtiendo sus ganancias en otras empresas a través de la compra de sociedades completas o de divisiones. Eminentemente en el negocio del acero, pero también en el sector inmobiliario y el farmacéutico. Reconoce que la gran operación de su carrera la ejecutó entre el 2004 y el 2007. Quería entrar en la fabricación y exportación así que se hizo con la totalidad de Aciéire d’Atlántique. Se deshizo de ella por más de 400 millones de euros. «Veíamos que venía la crisis. Vendimos en el momento justo. Para que lo entiendas, si se construyen un millón de viviendas y solo se venden 300.000... El acero pasó a consumirse en esos años solo en un 10 % de lo que se consumía», sentencia. La crisis ya estaba totalmente encima, pero el Grupo Hierros Añón seguía creciendo. «Maniobras todo lo que puedes. El producto tenía poca salida. Siempre tienes que estar preparado para el fracaso, pero no puedes perder la perspectiva de que los éxitos tienen que ser superiores». Manuel Añón siguió invirtiendo: un proyecto en Brasil que llegará a los 600 millones en los próximos años. Allí fabrican mallas, láminas de acero y chapa; 12 millones para llevar Gallega de Mallas a Carballo y las dos últimas operaciones de las que ya ha tenido sensaciones muy positivas. Manuel Añón compraba este año a la alemana Klockner toda su división española, a lo que sumaba la adquisición de una fábrica de chapa industrial en Francia. 30 millones de euros por el 60 % del capital. «No hemos empezado a fabricar aún. Estamos en pruebas, pero estamos casi a punto». Ese a punto es antes de final del 2017. «Una empresa nunca está consolidada. Siempre está el riesgo en el aire». Le preguntamos por sus proyectos a corto plazo. Dice Manuel que «están mirando algo», pero ya tiene más detalles de los que dice. «En Comercial de Laminados estamos ampliando. Hemos abierto tres centros: en Arteixo, Almería y Alicante. El próximo año pensamos en otros destinos: Valladolid, Las Palmas y Tarragona. Vamos a por los tres centros en un año». Se trata de un proyecto casi inmediato porque la economía está ayudando. «El consumo va hacia arriba. Espero mucho de la economía del 2018, pero es verdad que trabajamos con un material global», dice Añón con entusiasmo, recuperando uno de sus argumentos principales. «Esto, además de un trabajo, es un hobby. Nos divertimos», asegura en plural, incluyendo a sus hijos.
Asegura haber nacido entre hierro y dice estar siempre preparado para inversiones que fracasen