Veinte años no son nada. Más libres, más ambiciosos

Venancio Salcines
Venancio Salcines PRESIDENTE DE EF BUSINESS SCHOOL

MERCADOS

MABEL RODRIGUEZ

12 may 2019 . Actualizado a las 05:17 h.

Veinte años no es nada. Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez». Así cantaba Gardel, ensoñado en su Argentina del alma. Y así hemos llorado, muchas veces, los gallegos durante las etapas más duras de las dos últimas décadas. Lo hacíamos añorando una Galicia de inicio de siglo, cargada de vicios, pero capaz de hacernos soñar.

Terminamos el siglo XX pensando que todo era posible. Y si teníamos alguna duda ahí estaban los dos magos del país, Gayoso, al sur, y Méndez, al norte. ¿Queremos que la autopista sea gallega? Que se compre. Y se compraba. ¿Que sería bueno tener un sector forestal cien por cien del país? Cómprese Ence, y Méndez en dos telediarios pasaba a ocupar la presidencia de la celulosa. Y así en un suma y sigue interminable. El ahorro de los gallegos era muy útil; lo sabían y aquí empezó el problema. Demasiado poder. Galicia tenía el músculo de la magia, pero también un exceso brutal de servidumbres. Teníamos tejido empresarial. Las cámaras estaban saneadas. Los empresarios no discutían entre ellos. Bueno, la verdad, nadie discutía con nadie sin una autorización previa de los grandes señores.

A nivel sectorial, Galicia era empujada por el metal, sector financiero, textil y la construcción. El resto de los sectores también caminaban con soltura. A las puertas de la crisis, rozábamos el pleno empleo. ¿Se podía pedir más? ¿Existe un mayor estado de felicidad? Los salarios reales, impulsados por la ausencia de mano de obra, crecían. España, y Galicia no era una excepción, había abandonado su agenda económica para centrarse en la social.

Veinte años no son nada. «Tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos encadenen mi sonar [….] Y aunque el olvido que todo destruye haya matado mi vieja ilusión, guardo escondida una esperanza humilde que es toda la fortuna de mi corazón». Los magos se desvanecieron, los promotores, incapaces de hacer frente al coste del combustible, vendieron, a precio de saldo, sus Cayennes. Los grandes señores cayeron como torres de arena. Todo se desvaneció, salvo la economía real. Los supervivientes, cuando cogieron oxígeno, miraron a los lados, vieron que estaban solos. Lo auténtico tomó valor. Citroën, Inditex, Estrella Galicia... La cultura del atajo se dejó para los estúpidos. Nuevos iconos. Y en ausencia de mercados, tocó armarse de la valentía de los marineros del Gran Sol y recorrer el mundo. Galicia empezó a emerger, fuerte, sólida y libre de señores. Llegó, está llegando, otra generación, más joven, sin complejos, sin servidumbres, superviviente, perfectamente formada y con ambición de empresa y de país. 

El año pasado, todas las constantes vitales de Galicia estaban en perfecto estado y este año no tienen por qué deteriorarse. Hoy somos tierra de vanguardia, con un sector tecnológico que mueve tanto empleo como la pesca. Capaz de construir, de modo plenamente competitivo, barcos para el mundo. Referencia en automoción y con un metal que está empujando al territorio hacia cotas no conocidas de industrialización. Lideramos el sector textil a nivel mundial. El sector contract es referencia a nivel internacional. Somos capital forestal de España y nuestros vinos bailan la muiñeira con las estrellas Michelín. ¿Qué somos hoy que no éramos hace veinte años? Más libres, más ambiciosos, más competitivos y más amantes del país. Y como diría Gardel: «Solo tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida». Veinte años no son nada y que nada vuelva a ser como antes.