
El lunes lo dejó muy claro y usando su medio preferido, Twitter, Donald Trump afirmó: «Lucharemos donde sea por nuestro beneficio y solo lucharemos para ganar». La sinceridad del presidente estadounidense descoloca, pero no deja de ser clarificadora. Él está a lo suyo y no hay otra historia. Aquí, el reto pasa por averiguar qué es lo suyo y desde luego soy de los que sugiere que el epicentro de su acción política, en estos momentos, es el respaldo de su electorado. Por eso, hoy, aunque se afirme y se vuelva afirmar, no estamos frente a una guerra comercial, estamos ante algo más sencillo, ante una pelea de gallos. Trump desea demostrar que es capaz de hacer lo que no consiguieron los anteriores presidentes, sentar a Pekín y negociar las reglas de juego. Si el objetivo fuera redefinir la globalización económica, los agentes y los movimientos tendrían que ser otros. En la mesa tendrían que estar el sur de Asia y la India y el espacio, la Organización Mundial de Comercio.
Así que ya sabe, somos rehenes de una pelea de gallos, que entre otras consecuencias nos está llevando a un enfriamiento económico global. Dicho esto, no crea que nuestra ralentización viene provocada por una caída en nuestro ritmo exportador. No, en estos momentos lo que está relajando nuestro crecimiento es el enfriamiento del consumo doméstico. Las familias vuelven a tener miedo, demasiada incertidumbre, y eso les lleva a desarrollar un movimiento natural, subir la tasa de ahorro. Nunca hemos tenido tanto dinero y tan pocas ganas de gastarlo. El hogar se siente como un patrón de pesca en un relajado día de niebla. Sabe que no hay mar de fondo, ni olas inesperadas, pero también sabe que no ve y, ante la ceguera, prefiere quedarse en puerto haciendo otras actividades. Este marco macroeconómico es el que determina nuestro nuevo proceso electoral. Por ello, si algo debemos exigirles a nuestros líderes políticos son medidas de reactivación económica. Pero, en todo caso, han de hacer, sí o sí, dos cosas, la primera ejecutar sus presupuestos, la segunda, generar certidumbre positiva.
Todas las administraciones públicas han de ejecutar sus planes de inversión, empezando por los ayuntamientos que, en términos generales, estén saneados y con capacidad económica-financiera y continuando por la Xunta de Galicia, que alcanzará en el 2020 una posición inversora excepcional. Por ello, no se entiende que la ministra de Hacienda, anteriormente consejera del mismo ramo en Andalucía, esté mareando la perdiz con las transferencias a las autonomías. Está claro que fueron utilizadas como presión política durante la etapa de negociaciones del presidente Sánchez, pero es igual de evidente que los españoles estamos cansados, agotados diría, de movimientos tácticos. Presidente, ponga a España siempre por delante, las autonomías son España, y sabremos darnos cuenta y, posiblemente, muchos se lo agradecerán dándole su confianza. De paso, convoque a la ministra de Transición Ecológica y dígale que es algo más que un policía municipal en un cruce de calles, ahora le da paso a una energía, ahora manda frenar otra. Que no. Que esto no es así. Mójese y, antes de nada, escandalícese. Cerca de 2.000 megavatios de Endesa, lo producido en As Pontes, desaparecen. Una comarca entera se tambalea. Los cierra un mercado especulativo, del cual nuestro Gobierno es uno de los promotores y se pone de perfil. Como mínimo, un plan B. No se pide más. Ya la vimos superada cuando fue lo de Alcoa y vuelve a repetirse la historia. Por cierto, aún seguimos sin un estatuto consensuado para las industrias electrointensivas. Si existiese, a lo mejor el miércoles 3.000 vecinos de A Mariña hubieran estado en sus casas y no en las calles pidiendo un futuro, su futuro.