
En cada crisis, dicen, hay una oportunidad. Millones de perdedores. Y un puñado de ganadores. Uno de los de la del covid-19 es el fundador de Zoom
17 may 2020 . Actualizado a las 16:17 h.En cada crisis, dicen, hay una oportunidad. Millones de perdedores. Y un puñado de ganadores. Y esta que nos asola, en lo sanitario y en lo material, no será diferente a las otras. Las víctimas se cuentan por cientos de miles y los damnificados acabarán siendo millones. Pero ya hay también quien despunta en eso de sacarle rédito a lo que algunos expertos denominan la Gran Reclusión. Entre esos nombres, el de Eric Yuan (Tai’an, Shandong, 1970), el fundador de Zoom Video Communications, la empresa propietaria de Zoom, la aplicación de videollamadas que hace furor en un mundo confinado, con un crecimiento nunca visto en la historia de Internet.
Es, de largo, la app más descargada para iPhone desde hace ya semanas. La usan las empresas ahora que el teletrabajo se ha impuesto, las familias y los grupos de amigos para sentirse cerca de los suyos durante el confinamiento, los sacerdotes para oficiar misa y los Gobiernos para sus reuniones dentro y fuera de la fronteras patrias. ¡Si hay hasta quien se ha casado con Zoom como testigo! Novios a los que la pandemia pilló a cada uno por su lado, con fecha fijada o no para la boda, y que no han querido esperar. Curioso, porque a Yuan la idea de su criatura empezó a rondarle la cabeza cuando los estudios lo obligaron a estar lejos de su novia -luego su mujer-, de la que lo separaba una odisea de 10 horas de tren. No sería hasta muchos años después cuando consiguió sacar aquel sueño adelante, pero fue en aquella época cuando germinó en él.
Hace ahora poco más de un año, en abril del 2019, la compañía debutó en el Nasdaq, la gran meca mundial de la tecnología. Ufano andaba Yuan en el momento del campanazo. No era para menos, le valió el ingreso instantáneo en el selecto club de los milmillonarios.
Atrás quedaban años de sinsabores para este hijo de una pareja de ingenieros de minas de la provincia china de Shandong, a mitad de camino entre Pekín y Shanghái, al que tanto le había costado poner un pie en su adorado Silicon Valley. Corrían los primeros noventa. China no era todavía ni sombra de lo que es ahora. Y, mucho menos, tecnológicamente hablando. Pero el joven Yuan soñaba el sueño americano. Quería ser Gates. ¿Y quién no? Alcanzar ese sueño no fue fácil. Empezando por el visado para pisar tierra estadounidense. Por aquel entonces, el hoy magnate, residía en Japón. Hasta en ocho ocasiones le negaron los americanos la entrada en el país. Hasta que a la novena fue la vencida.
Allí acabó de formarse en Matemáticas Aplicadas e Informática. Y empezó a trabajar como programador. Primero en WebEx; y más adelante, en Cisco, cuando esta última se comió a la primera. En el seno de Cisco intentó el hoy empresario darle vida a su acariciado sueño de estudiante. Sus jefes no lo acabaron de ver. Y Yun comprendió que habría de embarcarse en solitario en aquella aventura. Corría el año 2011.
Por supuesto que no fue fácil culminarla. Sus planes tampoco convencían a los inversores, y hubo de llamar a la puerta de familiares y amigos en busca de financiación. Hasta que llegó Dan Scheinman, un antiguo jefe suyo en Cisco y le extendió un cheque por 250.000 dólares. «Confío en ti», dicen que le dijo. Y eso antes de conocer los detalles del proyecto. O eso al menos es lo que cuenta la leyenda.
Ahora, Yuan, desconocido para muchos hasta hace bien poco, se sienta a la mesa de millones de hogares repartidos por medio mundo. Al menos virtualmente. «Trabaja duro y sé humilde» le dijo su padre cuando se fue de China. Dicho y hecho.