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Debemos ser conscientes de que un elevado número de compañías van a desaparecer en el camino a la normalidad. Por eso, será necesario evaluar de forma estricta las ayudas e incentivos que garanticen su viabilidad: la estrategia debería primar aquellas conductas que apuesten por el equilibrio económico y ético, es decir, aquellas que incorporen, además del beneficio, aspectos como la sostenibilidad, y las que reinviertan sus recursos en estructuras que fomenten la creatividad y el conocimiento
13 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.El entorno económico está condicionado por la creación y supervivencia de las empresas. La tasa de supervivencia empresarial contribuye a determinar la solidez socioeconómica de un territorio. Revela la probabilidad de mantenimiento de las empresas incubadas que están o han estado en activo y desarrollando sus actividades. Dicha tasa es, en consecuencia, un buen indicador de la capacidad de crecimiento, regeneración y resiliencia del tejido empresarial.
Analizando, para 2019, la demografía empresarial de Galicia, destacamos tres aspectos relevantes. El primero es que la tasa de nacimientos (9,81 %) es superior a la tasa de mortalidad (9,56 %), con lo que se contabiliza una tasa neta positiva (0,25 %). El segundo, dicha tasa neta es negativa en empresas de tamaño medio y grande (-0,12 % para negocios entre 50-250 trabajadores; y -1,48 %, para los mayores de 250 trabajadores). Es decir, a medida que aumenta el tamaño de las empresas, las tasas de disolución son más elevadas y comienzan a ser superiores a las ratios de nacimientos. Y el tercer aspecto hace referencia a que en los sectores industriales y de construcción las tasas de mortalidad son más elevadas que las de los nacimientos, mostrando, pues, niveles negativos (-0,78 % y -1,70 %, respectivamente). Solo en las actividades de servicios las empresas registran tasas netas de crecimiento positivas (0,72 %).
La característica
Estos datos complementan los rasgos fundamentales de la radiografía empresarial de Galicia: hegemonía de las empresas individuales y predominio de las microempresas (menos de 10 asalariados); escasa utilización e incorporación de dotaciones tecnológicas; baja relación capital/producto; y reducida productividad.
Los resultados derivados de las tasas de supervivencia también nos presentan resultados interesantes. Citaremos, de modo esquemático, lo siguiente. Tomado los datos para el año 2019, la probabilidad de supervivencia de una empresa a los cuatro años de su creación fue del 44 % y del 52 % a los tres años. Es decir, un porcentaje que nos indica las amplias dificultades existentes para mantener la actividad. Yendo un poco más allá, de 100 empresas creadas a comienzos de siglo, en el año 2019, solo seguirían en funcionamiento el 25 %; lo que significa que 3/4 partes de las empresas registradas en el año 2000 han desaparecido veinte años más tarde.
Estos datos sirven de contraste con las políticas de incentivos puestas en marcha en ocasión de las actuaciones públicas postcovid. De una parte, hay que ser conscientes de que un número elevado de empresas van a desaparecer en el camino hacia la normalidad, siguiendo la tónica de los pasados ejercicios y conociendo nuestro bajo factor de resiliencia; y, de otra, el número elevado de empresas zombis acentuará dicha dinámica de elevada tasa de mortalidad empresarial. Por eso, será necesario evaluar y contemplar las ayudas e incentivos a las empresas a través de diferentes cláusulas que garanticen incrementar la tasa de supervivencia empresarial. O dicho de otro modo, lograr que los índices de supervivencia sean mayores que los actuales y que las reactivaciones de empresas también contribuya a reforzar los factores de resiliencia empresarial.
Situación financiera
En los momentos actuales con elevados niveles de deuda corporativa, derivada de pagar elevados dividendos, de recompras de acciones y de pagos desmesurados a ejecutivos, la situación de las empresas es frágil. También lo es la coyuntura de los Gobiernos que están más dedicados a hacer apaños que a liderar procesos. Si lo que se quiere es ayudar a sostener, reforzar y regular los «fallos del mercado», la teoría económica nos indica varios caminos. Por un lado, admitir que las empresas crean valor y, en consecuencia, hay que hablar de la función de producción mediante la combinación de capital, mano de obra y tecnología. Es decir, requisitos mínimos de funcionamiento que, en el caso de Galicia, están bajo mínimos y muy distantes de los promedios nacionales y europeos. Y, por otro lado, es preciso poner en práctica el concepto de «capacidad dinámica de las empresas»; o como diría el gurú del management norteamericano, Michel Porter, «lograr que las empresas adquieran un posicionamiento en un entorno competitivo». Para ello, es necesario combinar la experiencia de gestión, el posicionamiento estratégico y plantear una división del trabajo acorde a los procesos de concepción, producción y distribución.
Fundamentalmente, las tasas de supervivencia empresarial están ligadas a la organización y a los cambios organizativos. En su último libro, «Misión Económica», la profesora del College of London, Mariana Mazzucato sugiere varias pistas. Dos de ellas vienen al caso. La primera hace referencia a que las empresas deben apuntar más hacia la cooperación que a la competencia, siempre que se ponga a su disposición una amplia financiación al servicio de sus objetivos y no de la propia organización. O, lo que es lo mismo, apostar por reinvertir los recursos en estructuras que fomenten la creación de conocimientos y creatividad. La segunda pone el énfasis en misiones a medio y largo plazo; y no tanto en satisfacer y obtener, de manera obligatoria, beneficios trimestrales. Dicho de otro modo, lograr que la economía trabaje en favor de los objetivos de la sociedad, en lugar de que la sociedad trabaje para la economía.
En la medida que estamos asistiendo a un cambio en los modelos financieros de las empresas y acomodándose a los principios de la Agenda 2030 de la Organización de Naciones Unidas (ONU) para el Desarrollo Sostenible, se debería primar e incentivar aquellas conductas empresariales que apuesten por el equilibrio económico y el comportamiento ético; es decir, aquellas inversiones que incorporen, además del beneficio, aspectos como la sostenibilidad y la defensa del medio ambiente. En suma, ante el cambio de paradigma que vivimos, las actuaciones de mantenimiento y reforzamiento de empresas por medio de ayudas e incentivos públicos, deberían estar vinculados al cumplimiento de ciertos indicadores clave. De esa forma, se ofrecería certidumbre y se incrementaría el factor de resistencia. De no hacerlo, las tasas de supervivencia empresarial de Galicia disminuirán y gran parte de las empresas se convertirán en unidades zombis.
Fernando González Laxe es catedrático de Economía Aplicada en la Universidade de A Coruña