James Dyson, el hombre sin saco

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La mayor fortuna del Reino Unido construyó su imperio con el negocio de las aspiradoras

04 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Es un claro ejemplo de esos hombres y mujeres que se construyen a sí mismos. Desde abajo. Para acabar en lo más alto. En su caso, el éxito es fruto del ensayo y el error. Eso dice él, convencido como está de que se aprende siempre más de esto último que del acierto. Y será. Porque a base de equívocos para ir afinando el tiro hasta dar en la diana, ha amasado James Dyson (Cromer, Reino Unido, 1947)) una fortuna de 15.500 millones de dólares, según Bloomberg. Que por algo es el hombre más rico del Reino Unido y el mayor terrateniente del país.

El Steve Jobs británico lo apodan muchos en su tierra. Y eso porque, si el genio de Apple revolucionó los ordenadores personales con su Mac; el ocio digital, con su iPod y su iPad, y la telefonía móvil con su iPhone, Dyson ha hecho lo propio con algunos de los electrodomésticos más cotidianos. Le debe su fortuna a las aspiradoras y su obsesión por diseñar una perfecta. Cuenta la leyenda que ese empeño nació precisamente mientras pasaba la suya por su casa. Enmoquetada, claro. Recuerden que es británico. Y fiero defensor del brexit, aunque eso ahora no venga al caso.

Aquel trasto hacía un ruido infernal, pero, de aspirar, poco. Sustituyó la bolsa, por si radicaba ahí el problema. Y tampoco. Otro cualquiera —como quien escribe, sin la más mínima inquietud por eso de desmontar aparatos para volver a montarlos después— lo habría llevado a reparar y zanjado así el asunto. Él no. Se empeñó en arreglarlo. Y de aquel ahínco surgió la idea de hacer uno sin bolsa. Y ya puestos, sin el engorro que supone el cable. Narrado así, parece fácil. No lo fue. Para empezar, casi lo pierde todo en el intento. Lo ha contado él mismo en innumerables ocasiones. Cinco fueron los años que necesitó para dar con la tecla. Eso y más de 5.100 prototipos. Hasta que alumbró el primer modelo: la G-Force. Por fin lo tenía, sí. Pero, no acabaron ahí los develos. Imposible encontrar quien quisiera fabricar aquello y lanzarlo al mercado. Tanto fue así que, harto de que le dieran con la puerta en las narices a su criatura, acabó fundando su propia empresa: Dyson Ltd. Hoy esa firma ingresa más de 7.000 millones al año y emplea a unos 12.000 trabajadores.

Caballero de la Orden del Imperio Británico, nació Dyson en el seno de un hogar de clase media en Norfolk. Tenía tan solo nueve años cuando perdió a su padre, profesor de instituto. Se lo arrebató el cáncer. Aquello marcó su infancia. Como habría hecho con la de cualquiera. Ingeniero hasta la médula, estudió en el Royal College of Arts de Londres. Y fue entre aquellas paredes donde germinó en él el interés por el diseño industrial. Una pasión que lo ha acompañado toda su vida. «Tener una idea para hacer algo mejor y hacerla realidad por imposible que parezca: ese sigue siendo mi sueño», confiesa en la web de su empresa. Allí no todos son ingenieros, pero sí los animan a pensar como si lo fueran. A desmontarlo todo para volver a montarlo y que resulte mejor. A ver los fallos que otros pasan por alto. El culto al error que tanto profesa James Dyson.

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