Contaminación cultural

MERCADOS

Sede del banco Credit Suisse en una imagen de archivo
Sede del banco Credit Suisse en una imagen de archivo ARND WIEGMANN | REUTERS

18 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Las finanzas son un mundo complejo y en continua mutación, que a veces sorprende a los mortales de a pie con sus hallazgos y otras veces los machaca con sus meteduras de pata. Ahora que todas las tribus perdidas han sido contactadas y clasificadas, los antropólogos deberían ponerse a estudiar a los financieros. El último hallazgo antropológico del ramo viene de Suiza, país financierizado a tope. Colm Kelleher, presidente del consejo de Unión de Bancos Suizos (UBS), al abrir el proceso de absorción de su antiguo rival Credit Suisse, declaró su preocupación por el riesgo de que los ejecutivos de esta entidad incorporados a la resultante de la fusión aporten una indeseable «contaminación cultural».

La sustancia tóxica contaminante, en este caso, es la cultura de nula aversión al riesgo que llevó a CS a la quiebra. No es un norovirus como el del agua de Betanzos, sino la afición a aceptar clientela rica de países sospechosos de cleptocracia como Libia, Sudán, Rusia o Venezuela; la preferencia por productos inciertos como algunos derivados coreanos; la alegría con que concedían créditos sobre garantías tan poco liquidables como megayates y jets privados o las fuertes relaciones con oligarcas que ahora tienen sus cuentas bloqueadas.

La primera duda que surge trata de cuál es la cultura pura e incontaminada que pretende preservar el banco absorbente. En todo caso, es nueva, porque la propia UBS fue rescatada por el Estado suizo a finales del 2008 dada la enorme cantidad de activos tóxicos que tenía en su balance, derivados de las hipotecas subprime estadounidenses. Tampoco parece muy potable que los tenedores de obligaciones convertibles (una especie de preferentes) del banco finiquitado pierdan toda su inversión. Y, en fin, que las aguas supuestamente prístinas del banco absorbente son las propias de Suiza, paraíso fiscal de primer orden que, según algunos estudiosos, detrae al resto del mundo unos 21.000 millones de dólares al año en impuestos evadidos. O sea, que en esto de las culturas y de las purezas, todo depende bastante del interés.