El teletrabajo y las lentejas

MERCADOS

22 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El teletrabajo ha pasado de ser el flotador que salvó a las empresas de morir ahogadas en el confinamiento a convertirse en una colchoneta de playa en la que se tumban un puñado de vagos para fingir que trabajan. Porque esto último es lo que creen ahora la inmensa mayoría de directivos, que se trata de una fuente de fraude que fomenta la holgazanería y merma considerablemente el rendimiento laboral. En cierto modo, piensan igual que nuestros padres, cuando empezaban a dejarnos solos en casa en la preadolescencia y sabían que esa tarde ahí no estudiaba nadie. Por eso intuyen que en la jornada laboral en remoto también se alarga el desayuno, se va a la compra, se baja al perro y se le da una vuelta a las lentejas mientras se mueve el ratón y se pulsa la tecla intro de vez en cuando. En algunos casos, hasta han puesto detectives para corroborar sus temores. Esta aversión de los empresarios, alimentada de prejuicios y también de certezas, explica que, en apenas cuatro años, el modelo que había venido para quedarse y que no tenía vuelta atrás, se haya desinflado como una pelota de feria. Y así hemos pasado del teletrabajador comprometido de la pandemia al telespectador en pantuflas a golpe de lunes o de martes. Un giro de 360 grados que echa por tierra algunos avances; la introducción del trabajo en remoto, de un modo progresivo y ordenado —estudiando bien la circunstancias de cada caso—, constituye un progreso que redunda en beneficio del trabajador y de la empresa. Otra cosa es aplicar un modelo indiscriminado de tarifa plana, porque el teletrabajo entraña también importantes riesgos: la presencialidad es necesaria para socializar, para el intercambio de ideas y, de algún modo, para un reparto algo más equitativo de la carga laboral. Las tareas sobrevenidas recaen con facilidad sobre los que andan por ahí, sentados en sus puestos. Porque cuando sale un mando por una puerta puede ocurrir como cuando se tuerce una protesta y entran los antidisturbios, que suelen llevarse las hostias los que van a mirar.