Stephen A. Schwarzman, el gran casero

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ABRALDES

20 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Es uno de los mayores fondos de inversión del planeta: más de billón de activos bajo gestión, 4.735 empleados repartidos por todo el mundo y cuatro patas de negocio: inmobiliario, capital riesgo, crédito y seguros, y fondos alternativos. Todo un gigante. Y muy presente en España. Tanto, que se disputa con CaixaBank el título de mayor casero del país, donde controla alrededor de 22.000 hogares en alquiler, amén de 72 hoteles en régimen de alquiler y gestión, y una montonera de inmuebles más. Motivo suficiente para ocuparnos en estas líneas de su historia, en plena crisis de la vivienda y apenas una semana después de que miles de personas recorrieran las calles de Madrid para reclamar soluciones.

Pero no es esa la causa de que Blackstone, que así se llama la firma, y Stephen A. Schwarzman, presidente y cofundador de la compañía, protagonicen hoy estas líneas. Lo hacen porque el titán americano acaba de anunciar que invertirá 7.500 millones de euros en la construcción de un centro de datos en la localidad maña de Calatorao.

Nacido en Filadelfia el 14 de febrero de 1947, Stephen A. Schwarzman se caracterizó desde niño por su ambición. Con 15 años se plantó delante de su padre, propietario de una modesta tienda de textiles para el hogar, y le soltó que tenía que expandirse. Agrandar el negocio y crear una cadena. No le hizo ni caso. Su respuesta: que ya tenía el suficiente dinero como para vivir sin estrecheces y enviar a sus tres hijos a la universidad, y que no tenía la menor intención de complicarse más la vida. Desde luego que eso de la ambición no lo heredó el ejecutivo de su progenitor. A Schwarzman le gusta contar esa anécdota en las entrevistas. Y siempre remarca que, si hubiese seguido su consejo, hoy la familia tendría un imperio.

El joven Stephen estudió en Yale: Cultura Intensiva y Comportamiento. Estudiar, estudió lo justo (no destacó por sus calificaciones), pero aprovechó para tejerse una tupida red de contactos que le asfaltaron el camino para iniciar el ascenso a los cielos de Wall Street. Después pasó por Harvard. Allí conoció a su primera mujer, hija de un magnate industrial. Ni que decir tiene que su agenda engordó tras ese matrimonio.

Fue graduarse, y empezar a trabajar en el entonces todopoderoso Lehman Brothers, en cuyo seno se curtió en el proceloso y lucrativo negocio de las fusiones y adquisiciones. Con su esfuerzo (trabajaba casi de sol a sol) y ambición se ganó el favor de Peter G. Peterson, el primer ejecutivo de la firma. Un hombre hecho a sí mismo, hijo de inmigrantes griegos, que se pagó los estudios arrimando el hombre en el restaurante de sus padres y que acabó siendo secretario del Tesoro con Nixon, entre otras muchas cosas. Tan estrecha era la relación que trenzaron, que acabaron fundando juntos Blackstone (black por schwarz, negro en aleman, y stone, por petros, piedra en griego). 

Eran muchas las cosas que los unían y una, sobre todo, la que los diferenciaba. Y es que, al contrario que su mentor, ya fallecido, Schwarzman se pirra por el lujo. Gasta a manos llenas. Sobre todo en fiestas. Muchas y muy extravagantes. Le gustan especialmente las de disfraces. Aunque tiene también tiempo para la filantropía. Tiempo y dinero: el edificio principal de la Biblioteca Publica de Nueva York fue rebautizado en su honor después de que donara 150 millones de do?lares. Y es solo un ejemplo. Conocido es también por su aportación a causas no tan nobles: es uno de los donantes habituales de Trump, para quien ha pedido el voto.

Entre sus pasiones: las casas, cómo no.

«Me gustan mucho, no sé por qué», dice. Tiene muchas. La habitual: un impresionante ático de 35 habitaciones en Park Avenue, que perteneció a John D. Rockefeller. Desde luego que lo de la crisis de la vivienda no va con él.

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