Las relaciones sociales en la economía
MERCADOS
Las relaciones sociales son la base sobre la cual se construye la economía. Cada interacción económica, desde una simple transacción hasta complejas decisiones de inversión, está profundamente enraizada en un tejido social que influye, condiciona y, a menudo, determina sus resultados. Sin embargo, durante parte de la historia, la ciencia económica ha abordado estos fenómenos desde una perspectiva aislada, reduciendo el comportamiento humano al de un agente racional y autosuficiente, el llamado homo oeconomicus. Este modelo, si bien útil por su simplicidad matemática, ha demostrado ser insuficiente para capturar la realidad de un ser humano profundamente social, interdependiente y situado en redes de relaciones.
El libro Economics of Social Relations. Critical Perspectives on Social Capital, recientemente editado por Routledge —Taylor & Francis y escrito por los profesores de la Universidade da Coruña, Atilano Pena-López y Matías Membiela-Pollán—, explora esta carencia desde la teoría del capital social, un concepto que busca integrar la dimensión social en el análisis económico. El capital social abarca los recursos que emergen de las redes de relaciones, ya sean personales o institucionales, y pone de relieve cómo estas interacciones afectan tanto al bienestar individual como a la eficiencia de las sociedades. Este enfoque es crucial, ya que las acciones económicas no pueden entenderse al margen de los contextos sociales en las que se producen.
A nivel individual, las redes sociales no solo ofrecen acceso a recursos tangibles e intangibles, sino que también generan confianza y reciprocidad, elementos clave para el funcionamiento económico. A nivel social, la calidad y estructura de las redes colectivas influyen en la capacidad de las comunidades para resolver problemas de coordinación, impulsar el crecimiento y promover la cohesión social. Sin embargo, como advierten los autores, el capital social no siempre tiene efectos positivos. Redes cerradas o excluyentes pueden perpetuar desigualdades, dificultar la movilidad social e incluso facilitar prácticas corruptas al priorizar intereses particulares sobre el bienestar colectivo.
La importancia de estas dinámicas se refleja en fenómenos tan variados como la desigualdad, la corrupción o el bienestar subjetivo. Por ejemplo, la perpetuación de las desigualdades no solo responde a factores económicos, sino también a la capacidad de ciertos grupos de monopolizar oportunidades a través de redes exclusivas. Asimismo, las redes sociales pueden reforzar prácticas corruptas, especialmente en contextos donde las normas institucionales son débiles y las relaciones personales se anteponen a los principios de imparcialidad. Por otro lado, los bienes relacionales —interacciones sociales que satisfacen necesidades expresivas como el reconocimiento y la pertenencia— muestran cómo las redes contribuyen al bienestar más allá de lo material, enfatizando que no todo el valor es estrictamente monetario.
El libro ofrece una revisión crítica del concepto de capital social, integrando perspectivas micro y macro que aproximan estos motivos. En su análisis, los autores resaltan la necesidad de avanzar hacia una comprensión más profunda de las redes sociales individuales como base para interpretar los efectos a nivel agregado.
Agradezco y felicito a los profesores Pena-López y Membiela-Pollán por este excelente trabajo, cuya visión no solo conecta la economía con otras ciencias sociales como la sociología o la antropología, sino que también plantea preguntas fundamentales sobre el papel de las relaciones humanas en la configuración de los mercados, las instituciones y las políticas públicas. Comprender estas relaciones es clave para construir modelos económicos más realistas, y también más humanos.