
Dicen quienes lo conocen bien que, de los cinco hermanos, Alexandre Arnault (Neuilly-sur-Seine, 1992) es el que más se parece a su padre, Bernard Arnault, dueño del imperio de marcas de lujo LVMH. Y no solo en lo físico. También en el carácter. Y en los intereses que los guían. Aseguran que es ambicioso, serio y muy, pero que muy, observador. Comparte, además, con su famoso padre la pasión por el tenis. Tan arraigada en su caso como la que siente por la música. Aunque ese amor, que también embarga a su progenitor, lo ha heredado, y cultivado, de la mano de su madre: la pianista canadiense, Hélène Mercier-Arnault, con quien el multimillonario galo se casó en segundas nupcias tras su divorcio de Anne Dewavrin. Con esta última tiene dos vástagos: Delphine y Antoine. Y con Hélène, otros tres, de los que él es el mayor.
Todos trabajan en el negocio familiar, pero es Alexandre el que más papeletas empieza a atesorar para suceder al patriarca, que ya ha superado de largo la edad de jubilación (tiene 76). Poco es lo que se sabe de los planes que tiene pergeñados el multimillonario para su relevo. Ni siquiera si será uno de sus vástagos el que recoja el testigo. «No es una obligación, ni inevitable, que un hijo sea mi sucesor», afirmaba no hace mucho en The New York Times. «La persona más adecuada, dentro o fuera de la familia, debería ser un día mi sucesor», zanjaba.
Pero lo cierto es que, en las quinielas sobre esa carrera, Alexandre acaba de ganar enteros con su designación como director general adjunto de Moët Hennessy, la división de vinos y licores del grupo, fuente de importantes ingresos para el conglomerado (6.000 millones de dólares en el 2024).
Y eso, después de haber estado cuatro años al frente de Tiffany & Co, a cuyos números logró el heredero darles la vuelta como a un calcetín.
Parecido éxito fue el que cosechó durante su etapa al frente de Rimowa, marca que consolidó como enseña líder en maletas de lujo tras un profundo lavado de cara.
Después de graduarse en la École Télécom ParisTech y obtener un máster de la École Polytechnique, Alexandre inició su carrera laboral lejos de casa. En Estados Unidos. Primero en la consultora McKinsey&Company y, después, en el fondo de inversión KKR. Para, a continuación, incorporarse al negocio familiar. En esa primera etapa centró sus esfuerzos en la transformación digital del grupo, enfocado, claro en el reto de salir ileso del descomunal auge del comercio electrónico. Un puesto a la medida de alguien que, como él, se define como «un fanático de la tecnología».
Conocido es también el mediano de los vástagos de Arnault por su relación con el famoseo. Entre las celebreties más cercanas al joven directivo, Beyoncé. Una amistad consolidada al calor de la campaña de publicidad que la cantante protagonizó, junto a su marido, Jay-Z, para Tiffany —con motivo del 175 aniversario de la joyería—, y en la que trataba de emular —cosa harto difícil, por no decir imposible— a Audrey Hepburn, vistiendo para la ocasión un look que pretendía recordar al que, como quien no quiere la cosa, lucía la elegante actriz en Desayuno con diamantes. Incluido el imponente diamante amarillo de 128,54 quilates de la firma que la Hepburn llevó en las fotografías promocionales de la película (el de las escenas era una réplica).
Claro que algunas de esas amistades que cultiva Alexandre no resultan tan del agrado de todos. Entre ellas, la que mantiene con la familia Trump.
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