Eurobonos, la hora de la verdad

Xosé Carlos Arias
Xosé Carlos Arias A ORILLAS DE LA CIFRA

MERCADOS

OLIVIER HOSLET | EFE

03 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Será ahora o probablemente ya no será: la idea de emitir deuda mancomunada europea se encuentra próxima a su momento decisivo. Una serie de circunstancias asociadas al rápido cambio que está teniendo lugar en las relaciones internacionales, también en el orden de los mercados de capital, abren una ventana extraordinaria de oportunidad para la emisión de eurobonos de un modo permanente y no debido a la concurrencia de algún hecho excepcional, como ocurrió durante la pandemia. Pero las oportunidades hay que saber aprovecharlas, y la debilidad y falta de determinación que la UE está mostrando estos críticos meses en casi todos los ámbitos (el último, el acuerdo comercial con EE.UU.) introduce dosis de escepticismo también respecto de este asunto.

Recuérdese que la idea de los eurobonos surgió con la crisis de deuda soberana. Cuando el sistema del euro estaba a punto de colapsar se hizo evidente que en su construcción hubo algunos fallos institucionales de primer orden. ¿No es disparatada una política monetaria común sin una política fiscal o un mercado de capitales compartidos? Sin entrar a solucionar esos errores de partida, la existencia de un activo común de negociación permanente parecía una solución razonable a la fragmentación que se registraba en los mercados de deuda del continente. Pero aquellos eran tiempos en los que imperaba la tesis de la «austeridad expansiva», que resultó ser un verdadero timo. Con sus fábulas de cigarras y hormigas (países dilapidadores del Sur, frente a los del Norte, amantes del trabajo y el ahorro) la política de la eurozona no pasó de imponer nefastos planes de estabilización a los países más endeudados, usando incluso las reacciones adversas de los mercados como elemento de disciplina. En ese contexto, pese a un creciente acuerdo sobre su conveniencia entre los mejores expertos, los eurobonos no tenían posibilidades reales de entrar en vigor.

En el 2025, sin embargo, la cosa se empieza a ver de otra manera. Por un lado, la relación de fuerzas parece haber cambiado, por lo menos en un aspecto: ahora son las supuestas cigarras las que protagonizan el mayor dinamismo, en tanto que las hormigas coquetean peligrosamente con el estancamiento. Además, se hace más presente la necesidad de bienes públicos paneuropeos (el último, el de la defensa); sería absurdo cubrir esos gastos con la emisión de deuda nacional. Los eurobonos son la respuesta obvia.

Pero la principal razón por la cual una parte muy importante de la conversación publica sobre esta cuestión está mudando —en primer lugar, la posición de los inversores— hay que buscarla en otro lugar: la evolución reciente de los mercados financieros. Porque la arbitrariedad de la política norteamericana está provocando un viraje en la dirección de los flujos, que ahora miran, como no lo habían hecho en mucho tiempo, al Viejo Continente. ¿Y qué encuentran aquí? Unos mercados de bonos fragmentados, que están lejos de aprovechar las ventajas que en principio debiera ofrecer una poderosa área de unificación monetaria. Con los eurobonos todo sería diferente. El cambio en la escala del mercado proporcionaría ganancias de credibilidad a la deuda respecto a la emitida por los Estados, y permitiría reducir apreciablemente su coste. En esa línea no faltan solventes propuestas técnicas, como la reciente de Oliver Blanchard y Ángel Ubide. Como moneda de reserva, el euro se vería fortalecido. Lo cual nos lleva a otro ámbito acaso más trascendente: el de la búsqueda de la autonomía estratégica, imprescindible en el nuevo contexto geopolítico; un objetivo al que los eurobonos podrían servir eficazmente. Este es el momento: de no hacerlo ahora, la señal de inanidad de Europa sería un nefasto paso atrás que, seguramente, ya no nos podemos permitir.