Peter Tuchman, el Wall Street más visceral

Sara Cabrero
Sara Cabrero SARA.CABRERO@LAVOZ.ES

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Bautizado como el Einstein de la bolsa americana, este inversor se ha convertido en una especie de icono pop dentro de la meca del capitalismo mundial

10 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Su más que palpable parecido con el padre de la teoría de la relatividad —que le ha valido el apodo del Einstein de Wall Street— y sus nada comedidas reacciones han convertido a Peter Tuchman (Manhattan, 1957) en una especie de icono pop dentro de la meca del capitalismo mundial. Lleva años este inversor copando portadas en todo el mundo como imagen predilecta para ilustrar los momentos en los que el parqué americano sufre los seísmos derivados de las épocas de máxima volatilidad. Y, en estos tiempos que corren, eso supone toparse con su cara en los quioscos de todo el mundo más habitualmente de lo que muchos quisieran.

No guarda secretos el edificio de Wall Street para este licenciado en Economía y Agricultura por la Universidad de Massachusetts. A sus espaldas carga con cuatro decenios de veteranía. No en vano, Tuchman ocupa uno de los balcones de la New York Stock Exchange desde 1985. Hasta allí llegó casi por accidente. Porque él iba para agricultor, la profesión con la que había soñado desde niño. Por el camino también coqueteó con las artes y recién salido de la universidad, e imbuido por esa vena de empresario que siempre le acompañó, decidió abrir su propia tienda de discos en pleno West Village neoyorquino. No quiso acotar su imperio artístico a ese pequeño rincón y también se atrevió a conducir un negocio de producción musical e incluso a dirigir una galería de arte.

Esa vena luchadora le venía de familia. Su padre, el doctor Marcel Tuchman, y su madre, Shoshana Itzkovich, (ambos judíos) se habían conocido en un campo de desplazados tras la Segunda Guerra Mundial y, tras sobrevivir al Holocausto, emigraron a Estados Unidos en 1949 para empezar a construir su proyecto familiar desde cero. Precisamente, gracias a su progenitor y a uno de sus pacientes, el joven Tuchman se topó con su verdadera pasión: la bolsa. Allí recaló en el verano de 1985 en busca de un trabajo que le permitiera empezar a ganarse su dinero. Comenzó desde abajo, como tantos otros. Como telegrafista. Pero su pericia y su particular entusiasmo le fueron elevando hasta los puestos más altos. Pasó a las oficinas donde se iban informando de todas las operaciones y en seguida se convirtió en broker.

Había descubierto su vocación. Porque 40 años después de pisar por primera vez el parqué, Tuchman asegura que sigue sintiendo mariposas en el estómago cuando atraviesa la puerta de su trabajo. Esas mariposas están justificadas, porque, en un solo día, por las manos de este inversor pueden pasar doscientos millones de dólares. Y eso, sin despeinarse, a pesar de esa imagen que ofrece habitualmente a la prensa.

Esa categoría de icono financiero se la ganó precisamente en uno de los peores momentos profesionales (de él y del resto de compañeros). Cuando el parqué empezaba a sentir los primeros seísmos del que sería el gran terremoto del 2008 (predecesor de aquella terrible crisis financiera que sacudió a medio mundo), Tuchman era pillado por una cámara indiscreta del New York Post mostrando un gesto que no anunciaba nada bueno. A partir de aquel entonces, no se ha cohibido en ningún momento y sus caras son uno de los mejores reflejos de lo que está por venir en la macroeconomía. A pesar de ser uno de los más duchos en la materia, reconoce no haber poseído jamás acciones de ninguna compañía. Lo suyo es negociar para los demás. Eso, y posar para las cámaras.