EL HUEVO DE LA SERPIENTE

La Voz

OPINIÓN

ANXO GUERREIRO

24 abr 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

No creo que sea aconsejable minimizar lo ocurrido en la primera vuelta en las elecciones francesas. El solo hecho que sea necesario improvisar, para la segunda vuelta, una alianza defensiva, inédita desde la segunda guerra mundial, para evitar el ascenso de la ultraderecha (fascismo), representa un símbolo demasiado evocador, un flashback de los años 30 que pone los pelos de punta. Es evidente que Le Pen no ganará las elecciones presidenciales, pero esto no implica que no pueda llegar al poder. En junio se celebrarán elecciones legislativas en Francia para configurar la nueva Asamblea Nacional, ¿puede alguien asegurar que Chirac y la derecha francesa están dispuestos a prescindir de los diputados de Le Pen a la hora de formar gobierno, en el caso que la aritmética electoral los haga necesarios? No he escuchado ningún compromiso en ese sentido, y si nos atenemos a los antecedentes en otros países en la Unión Europea, no veo razón para el optimismo. Los Haider en Austria, los Bossi y Fini en Italia o Pia Kjaersgaard en Dinamarca, constituyen otros tantos ejemplos de líderes ultraderechistas legitimados por la derecha tradicional, gracias a la cual han llegado a los gobiernos de sus países, desde donde impregnan las instituciones democráticas y difunden profusamente sus repugnantes ideas entre los ciudadanos. La inseguridad ciudadana y su relación con la inmigración ¿tesis que ha recibido un fuerte espaldarazo tras el 11-S¿, la inseguridad económica y vital que padecen muchos ciudadanos ¿producto de la erosión del estado de bienestar¿, la atomización de la oferta electoral, la cohabitación que ha difuminado las diferencias entre izquierda y derecha, o la percepción ¿muy viva en determinados sectores¿ de la decadencia de Francia y la pérdida de su papel en el mundo, son sólo las causas inmediatas que explican el seísmo francés de la primera vuelta electoral, y sobre las que parece existir consenso entre los analistas, aunque la unanimidad se rompe al establecer la debida prelación entre las mismas. Pero lo ocurrido en Francia tiene más calado. Es la expresión de una profunda crisis de la política, que va más allá de las peculiaridades del sistema político francés. Dicho en otras palabras, es la manifestación francesa de la crisis general de la política. En efecto, en el mundo de hoy los grandes poderes económicos desbordan los límites del Estado nación, escapan a su regulación y control, imponen su ley y gobiernan el proceso mundial, sin que existan poderes democráticos capaces de subordinarlos a la voluntad de los ciudadanos y al interés general. El resultado no es otro que la marginación de la política y una crisis profunda de la democracia. En este contexto, en el que están amenazadas las grandes conquistas políticas y sociales ante la inanidad política de los gobiernos, surgen por doquier populismos de ultraderecha que, desvinculando los problemas de sus causas y proponiendo soluciones milagrosas, consiguen importantes apoyos ciudadanos. El huevo de la serpiente ha sido incubado, el monstruo ha salido del cascarón y ha empezado a crecer. La cuestión consiste en saber si consentimos que alcance la edad adulta y con ella la autonomía, o estamos dispuestos a cortarle (políticamente) la cabeza a tiempo.