La Francia republicana ha dado una contundente respuesta a la extrema derecha. Pero lo ocurrido el domingo se parece más a un referéndum, a favor de los valores democráticos y republicanos, que a una elección presidencial propiamente dicha. Así pues, el resultado electoral no significa un cheque en blanco a nadie, ni configura una situación que pueda mantenerse indefinidamente. En efecto, el lema No votes al fascista, vota al estafador , que coreaban los miles de manifestantes antilepenistas en los días previos a la jornada electoral, resulta suficientemente elocuente y demuestra que Francia vive una situación de excepción democrática. Después del seísmo que representó la primera vuelta electoral y el respiro que proporcionó la segunda, Francia (y Europa) están abocadas a una gran clarificación. Al menos dos cuestiones básicas necesitan urgente aclaración. La primera consiste en saber si las fuerzas políticas tradicionales están dispuestas a abordar y resolver, desde la pedagogía y los valores democráticos, los problemas que dan vida y alimentan a la extrema derecha, confrontándose abiertamente con sus análisis simplistas y sus propuestas demagógicas, o por el contrario perpetuarán la falta de dirección política democrática que, ante determinados problemas, padece nuestra sociedad. El segundo problema atañe específicamente a la derecha tradicional. O ésta asume, sin reservas, los valores democráticos, antifascistas y antixenófobos, renunciando a manipular problemas, como la inmigración y la inseguridad, con el único fin de utilizarlos como arma arrojadiza para derrotar a la izquierda, o acabará siendo, antes o después, prisionera de la extrema derecha o teniendo que hacer graves concesiones a la demagogia antidemocrática y extremista. En cierto modo es lo que ya ha sucedido en la primera vuelta en las elecciones francesas, en la que Chirac hizo concesiones muy notables a la campaña de Le Pen, con el resultado conocido y, en una u otra medida es lo que viene ocurriendo con Berlusconi en Italia, con Stoiber en Alemania y, de alguna manera, con Aznar en España. El próximo mes de junio Francia vuelve a las urnas para elegir la Asamblea Nacional, de la que surgirá el nuevo gobierno de la República. En estas elecciones, a diferencia de las presidenciales, la ley electoral permite que además de las dos listas más votadas en la primera vuelta, concurran en la segunda las candidaturas que superen el 12% de los votos. Así pues, en la mayoría de las circunscripciones competirán, en la segunda vuelta, tres listas: la de la izquierda, la de la derecha y la de la extrema derecha. El resultado de esta confrontación triangular depende de varias incógnitas todavía no resueltas. ¿Marcará Chirac distancias con la ultraderecha o pactará con ella, a fin de conseguir sus votos, para derrotar a la izquierda? ¿Qué ocurrirá en las circunscripciones en las que las dos fuerzas mayoritarias sean la izquierda y el Frente Nacional? ¿En este caso, favorecerá Chirac la elección del candidato republicano, aunque éste sea de izquierdas, o permitirá la victoria de la extrema derecha?. Pero, sobre todo, ¿está dispuesto Chirac y la derecha francesa a prescindir de los diputados de Le Pen, aún en el caso de que aritméticamente resulten necesarios para formar gobierno? De la respuesta que obtengan estos interrogantes dependerá el futuro de Francia y, en gran medida, el de Europa.