Vigo y su puerto

GERARDO G. MARTÍN

OPINIÓN

15 oct 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

EN CUANTO oigo hablar a personas supuestamente preeminentes de Vigo sobre el modelo de ciudad que nos conviene, me echo a temblar. Me recuerdan al modisto que organizó un escándalo al cubrir a las modelos que presentaban su ropa en la pasarela Cibeles, con unos burkas que las dejaban sin cabeza. Así quieren el Vigo futuro esos personajes: con unas instalaciones portuarias congeladas, las actuales, que serían un lujo para el siglo XIX pero una inutilidad para el XXI. Vigo es hoy la primera ciudad de Galicia en habitantes y en potencial económico y no lo es por casualidad. A mediados del XIX, la mayor parte de las ciudades tradicionales del país gallego presentaban un aporte poblacional superior al vigués. Para entonces, es evidente que Vigo ya contaba con la ría que asombraba al mundo, la que hacía que esta ciudad fuera más conocida en importantes puertos del mundo que en Madrid; era ésta la bahía que podía acoger a toda la escuadra inglesa. Lo que no tenía Vigo por entonces era un puerto que pudiera calificarse de tal. Hay un espléndido libro de mi colega en el Instituto de Estudios Vigueses, Xaime Garrido, que sigue paso a paso el espectacular desarrollo de las instalaciones portuarias. Un proceso imparable, porque la evolución de los tráficos marítimos así lo exige. Es evidente, por ejemplo, que el puerto podría subsistir sin nuestra primera empresa de automoción, pero no lo es menos que Citroën no estaría aquí si no contáramos con un puerto bien dotado. Como otras muchas empresas, cuyos directivos se echan las manos a la cabeza, asombrados de la estulticia de algunos, cuando quieren cortarle alas al puerto vigués, cuando se erigen algo así como en jíbaros del progreso. Esos supuestos preeminentes vigueses que quieren cercenar el desarrollo portuario, deberían escandalizarnos, cuando menos, tanto como el modisto de la pasarela. Además de con nuestra dignidad, ellos juegan con nuestro estómago.