Pedro no la montó Esta vez no tuvieron que echarle a la orquesta encima. Pedro sabía que iba a ganar. Subió las escaleras con aplomo, felicitó a su gente y dedicó el premio «a todos los que están levantando su voz en favor de la legalidad internacional». Escueto y medido, su discurso supo a poco a quienes esperaban algo más. Almodóvar es ya una institución. El cine español desborda creatividad. Los chicos de ultramar El tono de la noche ya se encargó de fijarlo Denzel Washington a las puertas del Kodak : «Nuestros corazones y mentes están hoy en otro sitio». Más que «no a la guerra», se escuchó «sí a la paz». Abundaron el color negro y los recuerdos para «esa gente de ultramar», las tropas, a las que el presentador, un Steve Martin menos mordaz que en su vez anterior, terminó dedicándoles la gala. El priomás sabroso Los norteamericanos diferencian muy bien entre Bush y sus víctimas. Al menos la comunidad cinematográfica no le da la espalda a la carne de cañón: esos jóvenes del frente, como el amigo criado en el populoso Queens de Adrien Brody, al que el actor de la triste figura dedicó su merecido Óscar; eso sí, después de morrear oportunamente a una increíble Halle Berry. Qué mejor premio. El peso de los ausentes Las ausencias empañaron una gala ágil pero desangelada. Polanski no pudo ir a recoger su justo Óscar; a Scorsese, presente, lo ningunearon; los alemanes del mejor filme extranjero hicieron mutis, Paul Newman y Eminem desertaron. Incluso pareció como si algunos de los que estuvieron tuviesen que explicarse: Nicole Kidman, justificó su presencia con un «hay que preservar la tradición». Miedo en el cuerpo Hasta la irrupción en escena del díscolo Michael Moore, aplaudido por su valiente alegato contra las armas ( Bowling for Columbine ) como abroncado por criticar a Bush, pocas salidas de tono. Pesó el olor reciente a pólvora iraquí, esa que ya ha enviado a casa a varios chicos envueltos en la bandera, y el temor a las represalias laborales: nadie quiere ser un paria en Hollywood.