ÉSTE ES un país muy dado a llevar a la hoguera a quienes destacan por su buen hacer, por su prudencia y por sus vastos conocimientos. Por su capacidad de trabajo y poder de reflexión. Este es un país muy poco agradecido. El deporte nacional consiste sacrificar a personajes públicos de reconocido prestigio. Disfrutamos con ello como nadie. Últimamente el pim, pam, pum ... lo ha fijado, una gran parte de la sociedad española, e incluso un amplio sector del PP y del Gobierno, en la ministra de Exteriores Ana Palacio. Algunos aseguran no soportar el ridículo de sus comparecencias públicas. Otros sostienen que la diplomacia española no puede estar en sus manos. Y todos coinciden en el error cometido al haberla aupado hasta esa responsabilidad. Pero nada de eso. Ana Palacio es una incomprendida. Quienes ahora piden su salida del Gobierno olvidan que estamos ante una experta jurídica, una extraordinaria parlamentaria y una de las personalidades más influyentes del mundo de los negocios, a decir de una prestigiosa publicación. Y a estos niveles, cualquiera puede confundir islamismo con integrismo, y justificar el ataque devastador a Irak en la subida de las Bolsas y en el descenso del precio del petróleo. Cualquiera puede entender que la muerte del cámara José Couso no tiene entidad para elevar una protesta ante nuestros amigos americanos. Estamos siendo crueles con nuestra ministra. Lo somos hasta con sus fulares, chales, bufandas y camisas coloreadas. Y corremos el riesgo de quedarnos sin ella. Que no nos quiten a Ana Palacio. No lo resistiríamos. La necesitamos. Porque es la mejor viñeta de humor del desayuno. Si nos quitan a Ana Palacio será un suplicio. No tendremos de qué sonreó cada mañana.