A ella no la traté. A los dos hermanos, Felipa y Manuel Ángel Jove, los conozco desde el colegio. El jueves pasado dieron una lección de cómo se convierte el dolor en esperanza, el luto en color. Han creado la Fundación María José Jove dedicada a su hermana, fallecida con 37 años. Está claro que llevan la sangre de una familia que ha transformado su capacidad de trabajo en un imperio. Me alegro. Me alegro doblemente porque son los niños los que recibirán los beneficios de esta fundación. Dice Felipa que «a María José los niños le parecían especiales, futuro». Su hermana se alegrará donde quiera que esté de que su sentimiento hacia los pequeños sea ahora una guardería o becas para inmigrantes. Con el dinero se pueden hacer muchas cosas. Con dinero y sentido común, los billetes se convierten en justicia, en energía positiva. Creo que aún no somos conscientes de que se han comenzado a escribir un millón de historias con final feliz. Sabemos que no todos los niños nacen en la misma posición de la parrilla de salida. Está muy bien que la Fundación Jove sea un sano empujón para que los que tienen menos posibilidades disfruten de un mañana con sol. En las películas de Frank Capra, así, con estas decisiones, se ganan las alas de ángel. Sin duda.