EL VERANO se nos está yendo y nos encontramos, más o menos, como cuando llegó. Estamos liquidando las vacaciones sin que seamos capaces de resolver los problemas que nos agobian. Seguimos buscando las armas de destrucción masiva de Sadam y no aparecen. Y, en cambio, aparece el chapapote en nuestras playas, que no buscamos. A Tamara le afean su conducta en Escairón, por incompetente, y nadie lo hace con Ana Palacio, que nos ha dado un mes de agosto igual de insoportable. Pero no sólo seguimos padeciendo los mismos los problemas, sino que surgen otros con los que no contábamos. Como los efectos de la ola de calor. Que se ha llevado por delante a cientos de personas sin que las autoridades sanitarias se enterasen. Ha tenido que ser, una vez más, la prensa la que alertase del espectacular aumento de mortalidad que se ha situado, por ejemplo, en Vigo y Ourense en un 50 por ciento. Con el Sergas entretenido en enviar facturas con el importe de los servicios prestados, y con la ministra de Sanidad descansando en un hotel ilegal de Mallorca, nos quedamos con un balance de víctimas francamente razonable. Entre los 1.300 muertos de Portugal y los 10.000 de Francia, sólo cabe la osadía. Un centenar en España. Y es que los españoles estamos vacunados para soportar cuanto nos echen. Y además, tan reducido número de fallecimientos se debe a la actuación de las autoridades sanitarias. Lo dijo la ministra de Sanidad, la zamorana Ana Pastor: «Nosotros teníamos unas recomendaciones en la web del Ministerio para las personas con más riesgo». Está claro. El agricultor de A Fonsagrada que falleció por un golpe de calor, no tuvo la ocurrencia de consultar la página web de Sanidad. Si lo hubiera hecho sabría que ese día no podía ir a recoger la hierba. Y es que nuestros agricultores y nuestros mayores, navegan poco por Internet.