YA SABEMOS que las palabras no sólo sirven para describir la realidad, también la crean. Este aserto se comprueba ahora de manera fehaciente, quizá porque hay quien quiere explorar una nueva realidad y todavía no ha dado con la palabra exacta para crearla. Así, nos encontramos con que los nacionalistas vascos no se atreven a decir frente nacional y hablan de bloque , que es una palabra inmóvil, sin matices, soviética, con vocación de no ofrecer fisuras, dispuesta siempre para que la pongan en cualquier camino y lo bloqueen , lo corten. Al mismo tiempo, Maragall -al que hay que dar pábulo durante al menos cien días- habla de «una nueva relación con España», y eso se entiende, pero, agrega, basada en «la libre declaración de interdependencia desde la libertad de decisión», y ahí pido pasapalabra . Borrell dice que se va, y eso queda claro, mientras Chaves habla de una nueva Agencia Tributaria, y eso suena a envidia por los envidos del partido hermano catalán. Carod sostiene que es independentista, pero no nacionalista, y ahí uno no tiene más remedio que acudir, raudo y veloz, al María Moliner , porque sólo sé que no sé nada. Chaves confunde los géneros de las palabras, como los caseros vascos euskaldunes cuando hablan español -con perdón-, y en su afán por imitar a su guiñol se diría que tiene vocación de caricatura. Fraga habla de pegar un cañonazo al que emule al barco del chapapote y, por desgracia, se le entiende toda su jerigonza autoritaria y antigua, que desdice el tópico del gallego como bípedo ambiguo. En la comunidad vasca exportamos la palabra zulo hasta Irak, porque cuando los periodistas españoles ven el habitáculo en el que estaba el sátrapa, en decúbito supino, realizan una asociación lícita de ideas y, en ese ejercicio, es la primera palabra que encuentran. De la misma forma que, por la confusión de la realidad con el delirio en aquel país, parece que aún no hemos encontrado la palabra adecuada -para describir la realidad o para crearla-, y no sabemos todavía si decir terrorismo o resistencia . Hay más. Una viuda; en concreto, la viuda de José Luis López de Lacalle -seis años en las cárceles de Franco, ex militante del PCE, simpatizante socialista- se encuentra con una amiga que quiere reconfortarla -en serio, quiere reconfortarla-, y le dice la amiga: «¡Qué pena, la muerte de tu marido!». La viuda, a pesar del aturdimiento, le contesta, «hombre, muerte, no; fue un asesinato» y la amiga, con su mejor voluntad, claro, le dice: «Esa es tu opinión». (A José Luis López de Lacalle le metieron seis tiros con plena consciencia). Son ya treinta años que Carrero murió, o sea, le asesinaron -en mi opinión-, y quizá en aquella anestesia moral respecto de víctimas que no eran las nuestras , y nunca nos, gustaron podemos rastrear lo que fue el comienzo del engorde de la bestia que hoy combatimos. En fin, que en la comunidad autónoma vasca hay nacionalistas que siguen insultando a las víctimas; hay dirigentes nacionalistas que, para referirse a las gentes que peor lo pasan en el mundo, utilizan la palabra pobrerío , mientras piden otra de cocochas y vigilan el colesterol; y que, a pesar de todo ello, y de otras cosas mucho peores, hay un sector en el resto de España, que se tiene a sí mismo como progresista y moderno, y se derrite con ése partido nacionalista tan profundamente reaccionario, tan hirientemente xenófobo y que jerarquiza a las personas en función de su adhesión o no al tamtan de la tribu. Ojalá las próximas palabras, pendientes de inventar, nos alumbren un futuro de libertad y convivencia pacífica entre distintos.