Hacer amable el gallego

| ARTURO MANEIRO |

OPINIÓN

01 jun 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

SERÍA muy conveniente que los nuevos aires de diálogo, negociación y consenso llegaran también a los sectores que militan en la recuperación y normalización del gallego. El aprecio al gallego hay que ganarlo, no se puede imponer ni con la coacción ni con la ley. Es bueno recordar esto, porque algunos profesores de instituto se sienten últimamente vigilados y coaccionados para que utilicen el gallego en sus clases. En algunos centros de enseñanza secundaria se han publicado listas negras de docentes que no utilizan el gallego. Unas listas que incluso llegan a estar encabezadas con el calificativo de «delincuentes». Algunos de ellos han sufrido manifestaciones de alumnos delante de sus aulas o salas comunes. Otros han recibido denuncias ante los inspectores. Los propios inspectores de Enseñanza Media, que hasta ahora vivían este problema con normalidad, han dicho que ante el nuevo clima de denuncias volverán a la intransigencia y a la apertura de expedientes. Con ley o sin ley, no parece que lo más adecuado para hacer amable la utilización del gallego sea la coacción, la protesta pública, la denuncia. Quizás aquí hay una interesante labor de la Mesa por la Normalización. Esta institución debe hacer más por normalizar la situación, pero en el sentido de hacer normal que el ciudadano medio hable gallego o castellano. En una sociedad basada en la tolerancia, la libertad, el diálogo y la transigencia, es muy necesario que este tipo de instituciones ayuden a evitar que algunos jóvenes encuentren justificación en el gallego para imponer el idioma, para llevar a cabo actitudes coactivas no exentas de violencia psicológica. La normalización debe evitar delaciones, impedir que se formen espías o chivatos entre los alumnos de secundaria para denunciar a sus profesores y conseguir obligarles a que den clase en gallego. Todo ello sonaría a ese fundamentalismo que provoca tanto rechazo social. Se hace amable la utilización de un idioma cuando tiene prestigio social, cuando no está ligado a una tendencia política, cuando nadie se siente obligado o coaccionado a usarlo. El idioma debe salir de dentro, espontáneo. Qué triste sería estar asistiendo a una clase impartida por un profesor que se siente obligado o coaccionado a hablar gallego, por miedo a sus alumnos, por miedo a las denuncias o por miedo a los inspectores. El idioma gallego no merece esto.